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Por Rachel D. Rojas
La Feria del Libro Internacional de La Habana es una promesa cada año. Aunque ya se sepa cómo termina, de todas formas hay un enigma que de a poco, día por día, se revela. El mayor evento relacionado con el libro en Cuba no es solo un complejo sistema cultural necesitado de un análisis que le permita y le ayude a evolucionar, es también espacio, lugar, opción, oportunidad, expectativa. Es por eso que compartimos con los lectores algunas de las cifras recogidas durante la pasada edición con la esperanza de ayudarnos a comprender su alcance.
Las personas llegan a la Feria (se dice Feria y ya todos saben de qué se habla) como los iniciados en una tradición. De 564 personas encuestadas el año anterior, el 85 por ciento ya había acudido a la cita con anterioridad. Esto, como mínimo, habla de un hábito más que incorporado.
Sin pretender absolutizar, no sería descabellado afirmar que la Feria, pensada para la mayoría, tiene un alto nivel de aceptación, en lo que incide el amplio despliegue promocional y el alto grado de información que sobre el evento maneja su público. Las personas conocieron sobre la cita mediante la televisión (39,9%), la radio (12,2%), correos electrónicos (4,2%), convocatorias del centro de trabajo o de estudio (14,7%) y artículos en periódicos o revistas (8,7%).
Casi 1 200 personas fueron consultadas el pasado año respecto a los motivos por los que asisten. De ellas solo un 38,5% reconoció la intención de comprar libros. Pero la Feria del Libro, sabemos, es mucho más. Aunque es fundamentalmente un lugar de encuentro y comunión con el libro, después de la venta y el fin comercial la feria continúa siendo el lugar para compartir con los amigos (18,4%) y con la familia (13,7%), el auxilio del profesional y sus especializadas necesidades literarias (16 %), el ambiente que otros (9,7%) parecen disfrutar por sí solo o el recurso de los que no tienen algo mejor que hacer (1,2%).
La gente viene, va. Y asiste a las presentaciones de libros (24,6%), a las conferencias (10,41%), encuentros teóricos (7,9%), actividades infantiles (9,2%), conciertos (17,6%), recitales de poesía (2,3%), a las lecturas en la red (4,5%), a las exposiciones (12,6%)… O no asiste a nada (7,2%), sencillamente.
Solo como un patrón, como una pequeñísima demostración a partir de las encuestas, el hecho de que el 71% de las personas dijeran explícitamente que encontraron los libros que buscaban es positivo. Aunque no necesariamente vengan buscando libros, y aunque, también sabemos, la producción editorial en Cuba, altamente subsidiada, esté lejos de satisfacer las necesidades de todos.
La poca edición de originales («nada más que veo los libros de siempre», se escucha de algún que otro visitante), la corta y costosa tirada, la distensión expresada entre el costo elevado de producir cada libro y los bajos precios en que los encuentra el público, ese subsidio completísimo, consciente de sí y fuera de todas las lógicas mercantiles es, por ejemplo, uno de los factores que inciden, para bien y para mal, en la conformación del escenario editorial cubano.
A grandes rasgos es este el escenario en el que llegamos a la Feria, con sus casi dos centenares de autores invitados junto a sus libros; la música en los altavoces; los juegos y timbiriches de comida; los atardeceres en la fortaleza colonial; las noches de conciertos y los miles de personas cada día, cada año desde inicios de los noventa.
Tomado de El Cañonazo
