Por Hassán Pérez Casabona
El último fin de semana del 2014 no fue uno más dentro del escenario de las bolas y strikes, pues como parte del formidable programa de actividades relacionado con la celebración en la ciudad de Bayamo del Juego de las Estrellas, correspondiente a la 54 Serie Nacional, se oficializó la decisión adoptada pocas semanas atrás de exaltar a diez figuras emblemáticas al refundado Salón de la Fama del Béisbol Cubano, anhelo atesorado durante décadas por la exigente afición deportiva de casa.
La sencilla ceremonia del domingo 28 de diciembre tuvo también como aliciente el hecho de que apenas 24 horas antes se cumplieron 140 años del trascendente desafío efectuado en el Palmar de Junco de la Atenas de Cuba, entre las novenas del Habana Baseball Club y su similar de Matanzas, el cual ha quedado –más allá de cualquier precisión que con respecto a los acontecimientos hacemos los historiadores- como símbolo del despegue oficial de esta disciplina atlética en nuestro predios, devenida por derecho propio en pasión e identidad irrenunciable de los cubanos.
Aderezada por la doble victoria de los conjuntos de Occidentales (los veteranos comandados por el mítico número 3 de los azules Pedro Chávez y los encumbrados del momento por el no menos legendario patrullero central naranja-rojo Víctor Mesa, que al parecer le tomó definitivamente el gusto a imponerse en los certámenes en que interviene, luego del rotundo éxito en la grama del estadio Beto Ávila, en ocasión de los recién finalizados Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz) tuvimos el placer de presenciar las placas que inmortalizarán la actuación de peloteros de la talla de Esteban Bellán, Conrado Marrero, Camilo Pascual y Orestes Miñoso, así como del inolvidable árbitro Amado Maestri –en el caso de los exponentes del período 1864-1961- y de Antonio Muñoz, Braudilio Vinent, Luis Giraldo Casanova, Orestes Kindelán y Omar Linares, entre las decenas que han prestigiados las Series Nacionales surgidas el 14 de enero de 1962.
Constituyó asimismo acto de justicia la decisión de la Federación Cubana de excluir los dorsales de los últimos cinco elegidos de sus respectivos equipos provinciales, es decir el 14 de Casanova y el 10 de Linares, en Pinar del Río; el 35 de Vinent y el 46 de Kindelán, en Santiago de Cuba y el 5 de Muñoz, en Cienfuegos.
Cada uno de la decena seleccionada en esta ocasión representa –a lo largo de este amor sesquicentenario por la pelota- testimonio inequívoco de la pujanza de este deporte en nuestro archipiélago, cuyos resultados concitan la admiración de millones de amantes de la disciplina en los cuatro puntos cardinales.
Valga únicamente apuntar, entre tantos ejemplos de performances relevantes en eventos internacionales, que de las cinco ediciones en que intervino el béisbol dentro del calendario oficial de los Juegos Olímpicos, los conglomerados de las cuatro letras se ciñeron la corona en Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Atenas 2004, unido al subtítulo en Sídney 2000 y Beijing 2008, a lo que habría que añadir que en el 2006 todos reconocieron la heroicidad del verde caimán, disputando la finalísima del I Clásico Mundial; indiscutiblemente el evento entre escuadras nacionales de mayor alcurnia concebido jamás, y las 25 preseas doradas en los desaparecidos Campeonatos del Mundo, desde que en la segunda convocatoria de esos eventos, celebrada en La Habana en 1939, derrotásemos a Nicaragua hasta que, en el 2005, venciéramos en la final a los sudcoreanos, en una de las tres citas que acogieron los tulipanes holandeses.
Toda cuartilla para reverenciar a estas luminarias resultaría insuficiente. No podría ser de otra forma si nos referimos, por un lado, a peloteros de la estatura de Esteban Bellán, el primer latino en incursionar en los torneos profesionales de mayor rango en Norteamérica, en 1871 (también fue el toletero de la región que inauguró el club de despachar tres cuadrangulares en un choque, proeza que consiguió justamente el 27 de diciembre de 1874 en el citado encuentro del Palmar de Junco); Camilo Pascual, y Conrado Marrero, el “Guajiro de Laberinto”, tristemente desparecido dos días antes de que cumpliera el pasado 25 de abril 103 años, y a ese ejemplo cimero de eticidad que representa Maestri o, por el otro, a Muñoz, el “Gigante del Escambray”; Vinent, el “Meteoro de la Maya”; Luis Giraldo el “Señor Pelotero”; Kindelán, el “Tambor Mayor” y Omar el “Niño” Linares, actores protagónicos de muchas de las victorias aludidas.
Esta vez, sin embargo, deseo detenerme en el incombustible Miñoso que, dentro y fuera de Cuba, demostró a lo largo de muchos años su condición de extraclase; precursor, en buena medida, de la extraordinaria hornada de figuras latinas que refulgen en la actualidad, con luz propia, en los más exigentes circuitos del orbe.
Saturnino Orestes Arrieta Miñoso Armas, su verdadero nombre, nació en el poblado matancero de Perico, el 19 de noviembre de 1922. En realidad Arrieta era el apellido de su padre y Armas el de su progenitora, pero luego de que esta enviudara contrajo nupcias con un hombre de apellido Miñoso, con el que tuvo cuatro hijos. De esa manera el muchacho terminó por adoptar la designación del padrastro que exhibían sus hermanos.
Fue un pelotero excepcional, con habilidades en todas las facetas de juego. Desde que se puso los spikes, en otras palabras, resultó fácil percatarse de su asombroso talento. En nuestros predios obtuvo cifras de renombre, unido a una desbordante popularidad (para muchos el destinatario de mayor respaldo del público en su momento de esplendor), que acrecentó en cada salida al terreno.
En su etapa inicial incursionó en los circuitos azucareros, vistiendo la franela de El Central España, hasta que poco tiempo después el Cuban Mining Team de Oriente se hizo de sus servicios, pasando de ahí a representar al Partagás y el Ambrosía, dentro del organigrama semiprofesional.
En la temporada de 1945-1946 alcanzó la condición de “Novato del Año” dentro de la Liga Cubana, con su querido elenco de Marianao, con el que permaneció toda su carrera dentro de nuestro país.
Su mejor temporada en casa, todas en verdad fueron relevantes, resultó la de 1952-53, deleitando a sus parciales producto de 67 anotadas, 41 impulsadas, 13 cuadrangulares, igual cantidad de estafadas, nueve dobles y cinco triples, con average de 327. Cuatro años después se alzó como champion bate, con 312.
Una de sus marcas en dicha Liga fueron sus cinco cuadrangulares, en cuatro choques consecutivos. En 1953 le despachó soberano bambinazo, por el bosque central, al serpentinero del Almendares Glenn Elliot, cayendo la bola a casi 500 pies del plato. Tiempo más tarde en el propio Stadium del Cerro se colocó un cartel con la leyenda “Por aquí pasó Miñoso”.
Luego de demostrar su calidad en las Ligas Independientes de Color –en 1947 se impuso promediando 331 con los New York Cubans de Alejandro Pompez en la Serie Mundial Negra- se incorporó a las Grandes Ligas (fue el cubano número 44 en hacerlo) con los Indios de Cleveland, quienes lo colocaron dentro de su equipo principal en la temporada de 1949, si bien la misma no resultó satisfactoria para el matancero. Los directivos del conjunto decidieron entonces que pasara a defender al San Diego, de la Liga de la Costa del Pacifico, hasta que en 1951 lo subieron nuevamente a las Mayores.
Ese propio año los Medias Blancas de Chicago se agenciaron de su contribución –quebrando de esa forma la barrera racial dentro de ese conjunto- comenzando así los nexos con dicha nómina, que se extendieron a lo largo de doce campañas. En tierras norteñas, en total, anotó 1136 carreas, impulsó 1023, promedió 298 y despachó 186 películas de largometraje. En tres ocasiones encabezó, en la Liga Americana, a los robadores de bases y, en igual cantidad de oportunidades, bateó más triples que nadie.
En ocho temporadas sobrepasó los 300 puntos de promedio, en cuatro dejó atrás las 100 carreras impulsadas y en otras cuatro pisó la registradora en más de un centenar de oportunidades. Participó en ocho Juego de Estrellas. Curiosamente, debido a los intercambios de que fue objeto entre los Indios y los Medias Blancas, no ganó las denominadas Series Mundiales de 1954 y 1959, pues se encontraba en ambos años en uno de esos conjuntos cuando el otro obtuvo el trofeo.
Aunque se retiró oficialmente, como integrante de los White Sox, el 5 de julio de 1964 continúo siendo una gran atracción para los amantes de este deporte, cosechando numerosos éxitos; al punto de que en 1967, simultaneando como mánager y bateador designado del Hermosillo, se llevó la corona de bateo con 341 de average, por delante de su coequipero y gran jugador Héctor Espino. Dos años después, igualmente en los torneos aztecas, reeditó dicha condición, esta vez con los Venados de Mazatlán.
Defendiendo en 1976 las aspiraciones del conjunto de Puerto Vallarta, él y su hijo Orestes consiguieron, de forma consecutiva, burlar las bardas con sus conexiones.
Ese mismo año, exactamente el domingo 12 de septiembre, al conectarle un sencillo al jardín izquierdo al zurdo Sid Monge de los Angelinos de California, hizo historia al convertirse en el toletero de mayor edad (53 años) en disparar un hit dentro de la Gran Carpa. Tres años después, en octubre de 1980, se unió al también serpentinero siniestro Nick Altrock como los únicos en la Major League Baseball en actuar en cinco décadas diferentes.
En 1993 fue el segundo hombre en vestir los uniformes en seis decenios, igualando a Hub Kittle que en 1980 lanzó una entrada con el Springfield, frente a la formación de Iowa, a la edad de 63 años.
Todavía más increíble, el miércoles 16 de julio de 2003, a los 80 años de edad, empuñó el madero por el conjunto de los Santos de San Paul, de las Ligas Menores, erigiéndose de esa manera sui géneris en el único pelotero en participar en torneos organizados, en siete décadas distintas.
De Miñoso se afirmó que transformó el estilo de batear dentro de las Grandes Ligas. Hasta su llegada no se concebía una estrella que conectara hacia la banda contraria, debido a que estaba acendrado el concepto de halar la pelota para la mano del bateador.
El gran escritor norteamericano James D. Cockcroft, analizando el impacto de su sistema de juego, escribió en Latinos en el béisbol: “El pintoresco cubano tomó a la ciudad del viento por asalto, bateando 326 y encabezando la liga en bases robadas y en triples. Terminó segundo de la liga en bateo y tercero en promedio de slugging (promedio de bases por veces al bate). El público de Chicago subió vertiginosamente en más de medio millón en ese año, al tiempo que los aficionados coreaban ¡´Go, go!, cada vez que Miñoso llegaba a embasarse. De la noche a la mañana, los Medias Blancas acabaron llamándose los `Go Go Sox”.
Más adelante el también autor del excelente texto América Latina y Estados Unidos. Historia y Política país por país, demuestra cómo a pesar de esos resultados de ensueño el yumurino, al igual que el resto de los peloteros negros, era objeto de profunda discriminación. En ese sentido apunta “Minnie Miñoso también obtuvo un récord, menos buscado en ese año de novato: estaba en el primer lugar de la lista de golpeados. (…) Para fines de la temporada, Miñoso había sido golpeado 16 veces y al final de cuatro temporadas 65 veces, ¡8 de ellas en la cabeza! (…) Miñoso analizó su récord como blanco de los lanzamientos con un periodista del Sporting News, y su entrevista fue redactada en un dialecto burlón reservado para los latinos, cuya traducción es `Creo que llevo un protector de la cabeza hasta en la cama. A lo mejor también me lanzan pelotas cuando estoy dormido. No sé qué clase de béisbol es este. Sí, tratas de sacar al hombre. Buscas rozarlo. Pero no tratas de matarlo”.
El destacado ensayista cubano-americano Roberto González Echevarría expresa por su parte, en la enjundiosa obra La gloria de Cuba. Historia del béisbol en la isla, que: “El estilo dinámico y espectacular de Miñoso le ganó en Estados Unidos el sobrenombre de `Minnie´, con una connotación un tanto condescendiente, si no claramente racista. El toque feminizante del apodo resulta poco congruente con su figura, aunque la brevedad de Minnie y su aliteración con el (M-M) quizás sean las razones principales de que `pegara´. Como a otros cubanos, lo encasillaron en el papel estereotipado de un jugador inquieto y temerario, que busca emociones dentro y fuera del terreno”.
Pese a toso los méritos que en diferentes momentos quisieron escamotearle, finalmente – debido a su ejecutoria de ensueño- le construyeron una estatua a tamaño natural, en la parte del jardín central del parque de acceso del U.S Cellular Field, de Chicago.
El 19 de septiembre del 2004, previo a un partido entre los Medias Blancas y los Tigres de Detroit, fue develada la misma, como parte de un homenaje que le tributaron los anfitriones denominado “El día de ´Minnie´ Miñoso”. El carismático beisbolista declaró emocionado que la esfinge era una especie de hermano gemelo. En los años subsiguientes también le levantaron esculturas en ese estadio a otros cinco jugadores insignias del club.
Dicha franquicia, de historia centenaria, retiró su número 9 del roster en 1983, únicamente después de que lo hicieran con el 4 de Luke Appling, en 1975 y el 2 de Nellie Fox, en 1976. En 1984 fue excluido también el 11 del gran torpedero venezolano Luis Aparicio, mientras que en 1987 los lanzadores Ted Lyons (16) y Billy Pierce (19) disfrutaron de ese honor, al que se sumaron Harold Baines (3) en 1989, el cátcher Carlton Fisk (72) y Jackie Robinson (42), en 1997 (este último de todos los conjuntos a ese nivel), así como el 35 del recio toletero Frank Thomas, en el 2010; uno de los cuatro jugadores de todos los tiempos –nada menos que junto a Babe Ruth, Mel Ott y Ted Williams- en culminar su carrera con más de 300 de average, 500 jonrones, 1500 impulsadas, 1000 anotadas y 1500 bases por bola.
Cuando Atanasio “Tony” Pérez Rigal -indistintamente también llamado “Tany”- se convirtió, el 23 de julio del 2000, en el segundo pelotero cubano (después de Martín Dihigo en 1977, y séptimo latinoamericano) en ser incluido en el Hall de la Fama de Cooperstown, este confesó que su padre era fanático de Miñoso.
Sin embargo, en lo que los entendidos consideran unánimemente injusticia mayúscula, Miñoso no ha recibido la aprobación para incorporarse al templo de los inmortales. Por cierto que a comienzos del decenio de los 50 este hombre asumió tal protagonismo en el panorama antillano que, incluso un músico de la talla de Enrique Jorrín, para la fecha violinista de la Orquesta América, le dedicó un famoso chachachá titulado “Miñoso al bate”, repetido en las emisoras radiales y en cuanta fiesta habanera se efectuara, cuyo estribillo -que casi adquirió la dimensión que más tarde se agenciaría La Engañadora, compuesta por el propio maestro Jorrín en 1953- afirmaba: “Cuando Miñoso batea, verdad, la bola baila hasta el cha cha chá”.
En Series del Caribe Miñoso disparó 17 incogibles en 45 turnos, para excelente promedio de 378, con nueve anotadas y ocho impulsadas. Específicamente en la IX Serie, en 1957, el emblemático jugador fue el que mayor cantidad de carreras remolcó, con 7. Un año más tarde volvió a colgarse la presea áurea, en la justa celebrada en Puerto Rico. En esos dos triunfos, como bujía de sus felinos, estuvo a las órdenes del timonel Napoleón Reyes.
Es uno de los diez cubanos que han sido exaltados al Pabellón de la Fama de la Serie del Caribe, distinción que alcanzó en el 2005. Al estelarísimo guardabosque de ébano lo antecedieron en recibir el pergamino caribeño precisamente Camilo Pascual (1996) y Atanasio Pérez (1998); el brillante antesalista Héctor Antonio Rodríguez (1998), el patrullero Edmundo “Sandy” Amorós (1999) y los serpentineros Orlando el “Guajiro” Peña (2000) y Diego Seguí (2004). El temible slugguer Pedro “Perico” Formental hizo el grado en el 2006, mientras que el árbitro Armando Rodríguez fue homenajeado en el 2005, algo que el locutor-comentarista Rafael Ramírez adquirió en el 2003, en su caso continuidad del alegrón que le produjo la inscripción en Cooperstown, el 5 de agosto del 2001.
Buen material a pesar de no ser escrito por un especialista en la materia, pero se documentó como es debido. Ya era hora de recordar a aquellos que antes de 1959 también pusieron su «granito» de arena en la gloria del beisbol cubano que, si bien tuvo una etapa antes del 59, debe ser considerado como uno solo desde que surgió hasta hoy. En definitiva, todos fueron y son peloteros y aún más: cubanos