Por Reinaldo Cedeño Pineda
Adolescentes y maduros, caucásicos y negros, hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales. Así de diverso, el mundo ha acudido a sus consejos, ha tocado a su puerta durante un lustro. Aunque existe un protocolo, dar a conocer una noticia difícil con buen carácter requiere estirpe. Es siempre una experiencia construida al filo de la navaja. Y Rey Alexander Rodríguez Cureaux debe hacerlo de manera cotidiana. Consejero del Programa de Prevención y Control de las ITS/ VIH/sida, en Santiago de Cuba, su primer trabajo como profesor acude en su ayuda, mas aquí cada caso es único, ningún conocimiento es suficiente.
Es la primera persona que aparece cuando alguien decide hacerse una prueba de vih. Es el pórtico, y también el epílogo. Rey ha hecho consejerías en un centro de salud, en una discoteca, una casa acondicionada, e incluso al aire libre. Asiste —junto a su equipo de trabajo— a sitios de afluencia de personas con conducta sexual de riesgo. Algunos quieren saber si son seropositivos o no; pero se niegan a presentarse en los lugares tradicionales, porque todavía la discriminación subsiste, a pesar de todo el camino andado.
Toma los datos generales a la persona, explora su personalidad y su conducta sexual, así como sus conocimientos sobre las infecciones de transmisión sexual. Con preguntas y con silencios, siempre mirando de frente. Luego propone un ejercicio a partir de un hipotético fallo positivo. ¿Qué harías si así fuese? Es una interrogante tremenda, pero inevitable.
Si la prueba es convencional, el resultado se sabrá en unos días; sin embargo, si es realizada de forma rápida, resultan 10 minutos que se resisten a pasar, 10 minutos que se quedan colgados: son 10 minutos infinitos. En el interin, las preguntas cabalgan a tropel como disparos a mansalva sobre su pecho. El consejero las contesta con toda la serenidad a su alcance, la busca. Y pasado ese tiempo, unos se van con una alerta; a otros, un hueco negro los engulle.
Cuando se le comunica a alguien que el análisis ha resultado positivo, sobrevienen reacciones de la más diversa índole. Hay quien no mueve un músculo, como si hubiese muerto de repente. Hay quien no lo cree y pasa un tiempo rumiando su nueva situación: es el período de duelo. Y hay quien llora, quien corre, quien grita, quien se desmaya. Él las ha visto todas.
Es ahí donde entra de nuevo el consejero, a espantar con palabras las tinieblas. Es el diálogo más difícil del mundo. Le toca ser psicólogo, padre, hermano, amigo, confesor, filósofo y hasta futurólogo. Eso, sin faltar nunca al recio compromiso ético: lo que allí se diga, allí se queda. Rey se crece por sobre sus 1,60 metros hasta volverse gigante. Se traga sus propias lágrimas. Acude a una sabiduría que viene tal vez de sus ancestros afrohaitianos y que sobrepasa con creces sus 38 años.
“Cuando te preparan, te ofrecen las herramientas. Sabes que puedes poner tus manos en los hombros, que debes tener frases de apoyo, insuflarle a alguien que la vida continúa, porque así es. Todo está descrito en los manuales… todo, menos la reacción de la persona a la que le das el diagnóstico, y la tuya propia”.
Al principio, las palabras se le entrecortaban, no tiene a menos confesarlo. Y aunque posee una gracia especial para hacer chistes, la sonrisa se le había evaporado. Se iba para su casa con mucha tristeza, y miraba a sus hermanas o a su hija, buscando aire.
No hay modo, no existe un interruptor que separe al que está sentado en la consejería del que se va al hogar; mas ha ganado en vivencias personales y profesionales. En el camino ha desterrado muchos prejuicios. Y eso ayuda.
“En una ocasión vino hacia mí una persona a la que nunca había visto. Sus padres eran mayores y él decidió no comunicarles su enfermedad. Tiempo después lo encontré en la sala de mi casa, porque su madre era amiga de la mía. Se sorprendió, abrió los ojos; pero gracias a lo aprendido en mi labor pude conducirme con naturalidad, con discreción”.
Rey, el consejero, anda por la vida con la sencillez de cualquier mortal. Su mochila va ligera, aunque guarde los secretos de muchos. Su día más feliz es aquel en que puede hacer el servicio de consejería con su habitual sinceridad; mas con una sonrisa en los labios.