|René Camilo García Rivera, estudiante de Periodismo
La II Conferencia Internacional sobre Nutrición (CIN2), auspiciada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), concluyó la semana pasada en Roma con más promesas que hechos. Como es costumbre en este tipo de eventos, se aprobaron informes previamente consensuados por los participantes en el cónclave. Más de 170 naciones y numerosos organismos internacionales se adscribieron al plan.
Los resultados del encuentro parecen rozar la retórica de siempre, pero la lectura de los documentos revela cierta tendencia global a reevaluar la política acerca del tema. Por ejemplo, la Declaración de Roma, aprobada por los participantes en la CIN2 reconoce que todas las personas tienen derecho al “acceso a alimentos sanos y nutritivos suficientes”, afirma que las causas de la malnutrición son “complejas y multifactoriales”, y que “contribuyen de forma importante a ella la pobreza, el subdesarrollo y un nivel socioeconómico bajo”.
A primera vista, uno podría desanimarse ante los resultados del evento, ¿es que acaso se necesita tanta reunión y tanto seso para “descubrir” verdades de Perogrullo? En la Conferencia de 1992, y en los encuentros globales sobre el tema de 1996, 2002 y 2009 arribaron a las mismas conclusiones, pero en esta ocasión —y he aquí la novedad— la manera y los vehículos para llevar a hechos las políticas trazadas parecen más realistas.
Margaret Chan, titular de la OMS, ofreció durante el plenario algunas pistas en torno al principal escollo a superar: “Debemos convencer a la industria alimentaria, dijo, de que obtenga productos más saludables”. El grueso de las estrategias acordadas parece apuntar a ese camino.
En el Marco de acción, aprobado en la cumbre, se asumió como premisa que “los Gobiernos son los principales encargados de adoptar medidas en los países”, y que por ello “las recomendaciones van destinadas principalmente a estos dirigentes”. ¿Qué puede leerse detrás de esta “ingenua” afirmación, ofrecida desde el comienzo mismo del texto? Que la comunidad mundial reconoce cada día más el agotamiento del modelo de administración mayoritariamente privada sobre los intereses públicos.
El manejo del sector alimentario no puede realizarse solo desde las manos privadas —tan dadas al egoísmo—, sino mediante fórmulas inclusivas que favorezcan la participación social en la toma de decisiones estratégicas como forma de hacer valer los derechos de los individuos como ciudadanos.
Este podría considerarse uno de los ejes de acción más sólidos que se deriva del CIN2: el fortalecimiento de los intereses del sector público (representados por el Gobierno) como espacio de presión para el repliegue de las grandes empresas trasnacionales quienes pretenden maximizar sus ganancias a costa del perjuicio a los consumidores.
Un segundo aporte, complementario al primero, es que la Declaración de Roma insiste en “potenciar el papel de los consumidores mediante información y educación sobre salud y nutrición mejoradas, (…) para hacer posible la adopción de decisiones informadas sobre el consumo de productos alimenticios”.
Con esta medida, se pretende cooperar en la formación de un consumidor más preparado, capaz de “tomar” decisiones responsables y beneficiosas para él. Al suceder esto, según la lógica de las teorías económicas predominantes, el mercado tenderá a “regularse” para la satisfacción de esas necesidades de consumo, por lo que las grandes empresas productoras de alimentos se “ajustarán” a estas nuevas exigencias.
Esas lógicas me recuerdan un tanto a las utopías de Fourier y Saint-Simón¹. De todas formas, con la estrategia trazada por la CIN2 deberían conseguirse resultados positivos a mediano plazo. Pero, ¿serán suficientes para resolver los problemas nutricionales que afectan a casi la mitad de la población mundial? El tiempo, como siempre, tendrá la última palabra.
¹ Como norma, los socialistas utópicos consideraban que la transformación social era viable mediante el convencimiento o la persuasión a los grandes capitalistas.