Ya se hacía sentir la ausencia de la obra del destacado artífice Áisar Jalil Martínez (Camagüey, 1953) en algunas de las galerías de la capital. Tres años fue mucho tiempo de espera para quienes están habituados a disfrutar de las aventuras de sus personajes zoomorfos que volvían una y otra vez, cada año, para poner en funcionamiento las neuronas a través de disímiles discursos, los cuales casi siempre tienen que ver con la existencia del hombre contemporáneo.
Bajo tales premisas ideoestéticas, del maestro recordamos vehementes series expositivas sobre la vida insular —en un lenguaje definitivamente cósmico—, como Historias de las cosas de los hombres, La tempestad y la calma, La historia de un caballo, El guardador del rebaño, Onírica, De tal palo tal astilla (junto con Esterio Segura)…Y hasta parece que sueñan (presentada en Holguín), entre otras que durante los últimos años han ido perfilando un discurso que se sobrepone a la forma y el espacio para trascender bajo elementales conceptos de mutabilidad. Son estudios impulsivos, concluyentemente “áisarianos”, en torno a la naturaleza humana, vista en su más amplia diversidad existencial (pasiones, miserias, odios, poderes, alegrías, sumisiones, tristezas…).
Tras sus éxitos expositivos en diferentes estados norteamericanos, esta vez Áisar nos sorprende con Eros, una muestra de sus primeras realizaciones de platos, ánforas y otras vasijas en el Museo Nacional de la Cerámica Artística (MNCA), en La Habana Vieja.
El artista se introduce ahora en laberintos más complicados en su quehacer artístico: la cerámica, para realizar una especie de parada o punto de confrontación entre su discurso abiertamente provocador y otro tipo de soporte diferente a su habitual uso del lienzo y la cartulina. Sus figuraciones zoomorfas giran actualmente alrededor al amor, aunque de alguna manera en sus anteriores narraciones pictóricas esta sensible emoción trasciende dentro de sus expresivas, enigmáticas y atrayentes composiciones.
En la tesis de estos trabajos, el creador toma como referentes varios aspectos: el primero de ellos, los vínculos entre la evolución humana y la cerámica, cuya invención se produjo durante la revolución neolítica, cuando se hicieron necesarios recipientes para almacenar excedentes de las cosechas. Segundo, la necesidad de reivindicar un “arte mayor” que, como expresó Alejandro G. Alonso —director del MNCA—, “no es arte decorativo, ni arte aplicado, ni artesanía solamente”. Sin embargo, tal vez por su noble y milenario uso utilitario, en Cuba no ha sido justamente valorado como parte del variopinto universo de las artes visuales.
Esta muestra constituye además una suerte de homenaje a los grandes maestros de la plástica cubana que incursionaron en la cerámica artística, como Wifredo Lam, Amelia Peláez, René Portocarrero, Mirta García Buch, José Miguel González, Marta Arjona y Mariano Rodríguez, quienes marcaron en la isla el tardío inicio de esta expresión, alrededor del año 1950[1] 1 , cuando ya habían transcurrido varios siglos de hacer historia en otras latitudes.
Asimismo, en la concepción artística de sus obras, este artífice, amén de sus lúdicas y sarcásticas interpretaciones sobre el amor y el sexo, teoriza, desde la altura de su imaginario estético, sobre el interés que por lo erótico ha acompañado al hombre prácticamente desde que empezó a pensar y a especular en torno a una necesidad vital, considerada tabú por muchas sociedades; en tanto realza el valor mágico de la cerámica, la cual propicia la unión de los cuatro elementos del universo: agua, aire, barro y fuego.
Probada ya la resonancia de diversas opiniones en sus anteriores dibujos, pinturas y grabados inspirados en este asunto, Áisar discurre nueva mente en torno al más “impugnado” de los “deseos” carnales. Para ello se remonta a la mitología griega, en particular a la recurrente manera de reflejar lo erótico en las ánforas. El pretexto para dar riendas sueltas a las cavilaciones de sus bestiarios acerca de este tema, es la sugerente alusión al dios Eros[2], responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo.
Esa re-contextualización de “perversas” y remotas motivaciones artísticas, amén de sus referencias a la historia antigua de Grecia, lo motivó a crear una disertación plástica en la que sus extraños personajes —concebidos casi de forma monocromática para favorecer su expresividad en la superficie brillosa— instan a pensar en la mutabilidad que en algún momento de nuestras vidas, por causas internas o externas, debemos de experimentar “para ser mejores”, según el maestro.
Desde su singular franqueza humorística, estas creaciones igualmente son símbolos de resistencia ante un frenético mundo amenazado por las guerras, el hambre, la destrucción del medio ambiente, la pérdida de valores, las crisis económicas… Pero ante la más dura de las dificultades, no solemos dejar de ser eróticos, porque, al decir de Áisar, “eso forma parte de nuestra subsistencia”.
[1] Puede afirmarse que en Cuba la cerámica artística s urgió en l a década de los años 50 del pasado siglo, en el taller de los doctores en Medicina Ramírez Corría y Rodríguez de la Cruz, en Santiago de las Vegas, a donde acudían grandes maestros para realizar sus piezas.
[2] El dios Eros, a veces era llamado como Dionisio o Eleuterio El libertador. Su equivalente romano era Cupido. En algunos mitos era hijo de Afrodita y Ares, pero en otros se dice que fue concebido por Poros (abundancia) y Penia (pobreza). También fue venerado como dios de la fertilidad.