En 1934 llegó a Cuba un grupo de expertos de la Foreign Policy Association para realizar un estudio de la situación del país y hacer sus recomendaciones. La pregunta primera que esto suscita es: ¿por qué vino esa misión a Cuba? Por supuesto, también resulta de interés saber qué diagnóstico hicieron los especialistas y cuáles fueron sus recomendaciones. Podemos intentar un acercamiento a tales cuestiones.
La Cuba de aquel momento había vivido una gran convulsión que aún no terminaba. El proceso revolucionario de los años 30 había llegado a su clímax en 1933, cuando se produjo la ruptura del dominio político oligárquico en Cuba. Sin embargo, el golpe de Estado de enero de 1934 representaba el retroceso de aquel proceso, pero la sacudida había sido demasiado intensa para no tenerla en cuenta.
Desde la perspectiva de Estados Unidos también se habían producido algunos cambios: en 1933 había asumido la presidencia Franklin Delano Roosevelt quien diseñó métodos diferentes para enfrentar su difícil situación interna provocada por la crisis económica mundial de 1929 y el deterioro de sus relaciones continentales, agravadas por la propia crisis económica; por tanto ofreció el Nuevo Trato (New Deal) para su país y la política de Buena Vecindad para el hemisferio. Esto incluía ayuda técnica, entre otros aspectos. En ese contexto la Foreign Policy Association, una organización que se anunciaba sin conexiones oficiales, creó la Comisión de Asuntos Cubanos en respuesta, según dice su informe, a una solicitud de Carlos Mendieta, presidente de Cuba producto del golpe de Estado de enero de 1934. El resultado final se publicó en inglés y español bajo el título Problemas de la nueva Cuba.
La Comisión trabajó en la Isla desde mayo hasta julio de 1934, por lo que sus miembros pudieron observar el escenario cubano en un período muy convulso, que calificaron de conturbado y de “prolongada crisis política”.[1] Esto se reflejó en las conclusiones, donde comenzaron por definir aquella coyuntura:
El derrocamiento de la dictadura de Machado despertó en muchos cubanos y norteamericanos la esperanza de que la República de Cuba había entrado a una nueva etapa de su historia. La revolución de 1933 no sólo fué en contra de Machado personalmente, sino en contra de los sistemas económicos y políticos que él había venido a simbolizar. Esta revolución se vió acompañada de una demanda popular de poner fin a la inestabilidad del viejo sistema económico, de elevar las normas de vida de las masas y de dar a los cubanos un mayor grado de control sobre sus propios recursos. También era palmario un deseo urgente de que terminaran la irresponsabilidad, la esterilidad y la corrupción que habían existido al amparo del viejo sistema político.[2]
La Comisión, por tanto, apreciaba que existía en Cuba una demanda de transformaciones para lo cual elaboró sus recomendaciones. Si nos atenemos al capítulo “Resumen y conclusiones” podemos apreciar algunos análisis importantes acerca de temas que eran conflictivos, entre ellos el de las relaciones Estados Unidos-Cuba. Sobre esto afirmaba que “El obstáculo fundamental para la existencia de buenas relaciones entre Cuba y los Estados Unidos radica en la extendida creencia que hay en Cuba de que el Departamento de Estado de los Estados Unidos pretende hacer y deshacer gobiernos y de que la actual situación perturbada es el resultado de un plan de gobierno provisional que Washington indujo a los cubanos a aceptar.”[3] Esta apreciación se argumenta con la política seguida durante el gobierno de Machado y la mediación del embajador Sumner Welles, así como el no reconocimiento y la oposición agresiva que había mantenido la administración norteamericana respecto al gobierno provisional de Grau (1933-1934) de manera que, a su juicio, para muchos cubanos Estados Unidos era responsable de su caída. Esto lleva a afirmar que: “el resentimiento de muchos cubanos se ha visto aumentado por la acusación de que la coalición de Mendieta (…) fué y es en gran parte un engendro de la diplomacia norteamericana.”[4] Aunque se exprese de esa manera indefinida, es decir, solo como apreciación de los cubanos, de hecho se refería a la actuación de Estados Unidos frente a la crisis política cubana y su manejo de la situación interna de Cuba como poder decisor.
Según el criterio de la Comisión, Cuba estaba presentando actos continuos de desorden y prevalecía el sentimiento de frustración, una de cuyas causas era el entremetimiento de Estados Unidos en la lucha interna cubana.
Este estudio de la Cuba de 1934 abarcó todas sus esferas de actividad, entre ellas la disponibilidad de personal calificado. Sobre este asunto analizaron la composición de los estudiantes universitarios que eran 6 921 de matrícula total, de los cuales 5 644 eran varones y apenas 1 277 hembras; de ellos eran varones de color 423, mientras que las hembras de igual clasificación eran 144, lo que evidenciaba la desproporción enorme que había en esa masa estudiantil, como reflejo de la sociedad en su conjunto; pero lo que más interesaba a la Comisión no era la composición estudiantil sino los graduados por especialidades, en lo que primaban las carreras de leyes y ciencias médicas frente a las ingenierías y campos agronómicos, de ciencias llamadas exactas y hasta de Pedagogía. De ahí que concluyeran que Cuba necesitaba menos doctores y abogados y más técnicos de la ingeniería y agricultura.[5]
En sentido general, la comisión de la Foreign Policy Association planteaba la necesidad de un programa de reconstrucción y consideraba que existía “una demanda universal y profunda, en todas partes de la Isla, por semejante cambio social; y el rechazar esta demanda es equivalente a lanzar a la república de Cuba en crónico caos.”[6] Es decir, que se reconocía la gravedad del momento y la necesidad de remontarlo para lo que presentaban un programa a partir de la óptica de sus hacedores. No se mencionaba la crisis, pero se describía cuando se decía, entre otras cosas, que “Cuba no puede esperar disponer dentro de un futuro pronosticable de más de 3.000.000 de toneladas de azúcar, a pesar de que su sistema económico está equipado actualmente para producir más de 5.000.000 de toneladas. De aquí en adelante los centrales azucareros probablemente no molerán más de dos o tres meses al año.”[7] Es decir, planteaba el estancamiento de la industria de la cual dependía la economía en su conjunto y, con ello, el crecimiento del “tiempo muerto” con su secuela de desempleo. La crisis estructural de la economía cubana se reconocía aunque no se le designara por ese nombre.
A partir del diagnóstico realizado, la Comisión recomendó un grupo de propuestas desde el criterio de que “La tarea de mayor importancia que tiene Cuba ante sí es cultivar cosechas no azucareras que ocupen el lugar que en un tiempo correspondió al azúcar, desarrollar actividades agrícolas de subsistencia para mantener a la población rural durante el “tiempo muerto”, y crear una clase media agrícola.”[8] Esta era la idea central.
A partir de las consideraciones generales, la Comisión de la Foreign Policy Assocation elaboró un programa de 10 recomendaciones que versaban, esencialmente, sobre los problemas de la tierra y su explotación para impulsar la diversificación de la producción, en lo que se incluyó la atención a los servicios públicos que incidían en ello y la preparación técnica, además de la necesidad de buscar convenios azucareros internacionales que asumieran el sistema de cuotas adoptado ese año por Estados Unidos para el abastecimiento de su mercado. Debía “reorientarse” la economía cubana, lo cual implicaba también “el mejoramiento de la sanidad pública, de la educación y de la vida colectiva, especialmente para las masas del pueblo que actualmente viven en estado de profunda pobreza (…).”[9]
La Foreign Policy Association realizó una investigación que resulta muy útil para el estudio de la Cuba de los años treinta, y elaboró sus soluciones; no obstante, silenciaba elementos fundamentales que serían grandes obstáculos para resolver la crisis no mencionada aunque descrita: para transformar la estructura económica cubana había que subvertir el sistema neocolonial que, en última instancia, había consolidado dicha estructura. La articulación con Estados Unidos desde la dependencia constituía el factor fundamental. Si bien ese asunto no se trataba, aunque se reconocía el dominio extranjero sobre las actividades económicas fundamentales de Cuba, el problema de mayor preocupación consistía en buscar la “reconstrucción” para evitar que Cuba cayera en “crónico caos”, lo que sí haría peligrar el sistema.
El problema estaba planteado: promover modificaciones con una posible diversificación de la actividad agrícola y lograr estabilidad social por medio de la promoción y protección a una clase media que sirviera de equilibrio, o el país podía perderse para el sistema. Problemas de la nueva Cuba sería el primero de varios proyectos de solución para Cuba elaborados desde instituciones y especialistas de Estados Unidos. Se trataba de preservar el sistema desde las fórmulas que sus técnicos elaboraban.
[1] Foreign Policy Association: Problemas de la Nueva Cuba. New York, 1935, p. VI
[2] Ibíd., p. 543 (se ha respetado la ortografía de la edición en español)
[3] Ibíd., p. 548
[4] Ibíd., p. 549
[5] Ibíd., pp. 170-171
[6] Ibíd., p. 24
[7] Ibíd., p. 543
[8] Ibíd., pp. 543-544
[9] Ibíd., p. 546
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Profesora titular