Creadas el 26 de octubre de 1959, ante la necesidad de contar con una fuerza organizada y entrenada para defender los objetivos económicos y sociales, así como responder militarmente a una posible agresión enemiga, las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) recogen en su historia hechos de gran significación porque cumplieron cabalmente su cometido.
Entre ellos sobresalen la gran movilización popular realizada del 31 de diciembre de 1960 al 20 de enero de 1961, en ocasión del cambio presidencial de Dwigth D. Eisenhower a John F. Kennedy; la lucha contra las bandas de alzados, de 1960 a 1965, y la batalla de Playa Girón, librada contra la invasión mercenaria organizada y financiada por Estados Unidos, en abril de 1961.
Del papel de las milicias conversamos con tres protagonistas de aquellos sucesos; hombres sencillos provenientes de las capas más humildes de nuestro pueblo que, pasados 55 años, sienten aún el orgullo de haber contribuido a frustrar los intentos enemigos contra la Revolución que les devolvió la dignidad a ellos, y a la patria.
Una movilización costosa, pero necesaria
Integrante de las milicias populares voluntarias, surgidas apenas transcurridos tres meses del triunfo de la Revolución, a fines de diciembre de 1960 Ramón Bulnes Colarte, trabajador de la tienda Fin de Siglo, se presentó en la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas para incorporarse al segundo curso de esa institución.
El día de la llegada, en la noche, les ordenaron subir en los camiones y partieron. Después supieron que el país estaba en pie de guerra con motivo el cambio de poderes que tendría lugar en Estados Unidos.
“Me destinaron al puesto de mando del sector este, cuyo jefe era el capitán Antonio Núñez Jiménez. Aquella movilización fue muy costosa, por su magnitud y duración, pero evidentemente frenó la mano del imperialismo en su intento de agresión al país, que bien podría haberla lanzado en una coyuntura en la cual el presidente saliente no sentiría responsabilidad alguna y el entrante tampoco, por haber sido preparada por su predecesor.
“Aquella movilización general, en la cual participaron hombres y mujeres de todas las edades y ocupaciones, fue necesaria y oportuna, porque había elementos suficientes para decretarla ya que se sabía de la existencia de un plan y una fuerza destinados a agredir al país, y era preciso que el imperialismo pudiera pensar en las consecuencias de semejante acción. Además, fue una especie un ensayo que permitió comprobar si el nivel de preparación dada a la estructura miliciana era suficiente. Asimismo demostró la decisión del pueblo de defender su Revolución. Eso fue importantísimo”.
Después, Bulnes Colarte se graduó en la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas, con la cual participó en la ´derrota de la invasión mercenaria. Fue de los milicianos que nutrieron las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias; en ellas se desempeñó como profesor en la Escuela de Oficiales de Matanzas, primero, y más tarde en la Escuela Básica Superior, actual Academia de las FAR Mayor General Máximo Gómez, donde alcanzó el grado de coronel.
Los cercos, estrategia de muy buenos resultados
Nacido en la finca La Cantera, en las cercanías de Viñales, Solano Sánchez Díaz participó en la lucha clandestina como miembro del Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Detenido durante una misión, fue torturado y condenado a seis años de cárcel en Isla de Pinos, en la actualidad Isla de la Juventud. Al amanecer del 2 de enero de 1959 arribó a Columbia junto con un grupo de militantes de su organización y de militares igualmente recluidos en aquel presidio por enfrentar a la tiranía.
Tras permanecer algún tiempo en La Habana pasó a Pinar del Río, donde se desempeñó como jefe provincial de transporte. Posteriormente fue nombrado director de una empresa de la Terminal de Ómnibus Nacionales; hasta allí fue a buscarlo su hermano Antonio —el comandante Pinares, integrante el ejército internacionalista que dirigía del comandante Ernesto Guevara de la Serna, Che, en Bolivia, caído en combate el 2 de junio de 1967— para llevarlo con él a Topes de Collantes, en el macizo montañoso del centro de la Isla, donde se encontraba al frente de los diez batallones de milicia pinareños participantes en la lucha contra bandidos.
“Le expliqué que tenía responsabilidades y me dijo: ‘Sí, pero el problema está en que son muchos los alzados y los americanos les están tirando armas y recursos de todo tipo; si se fortalecen y vienen para La Habana, tú no te vas a quedar en el puesto este, lo que te van es a meter un tiro en la cabeza. Así que deja aquí al segundo y vámonos para allá’.
“Llegamos a Topes alrededor de las seis de la mañana y de inmediato ordenó al oficial de guardia poner todo el personal en zafarrancho de combate, porque saldríamos de operaciones. Me asignó una compañía. Partimos 20 minutos después para cercar la zona de Meyer, donde había un crucero de ferrocarril. Era un cerco enorme, el cual fuimos estrechando y al cabo de dos días se produjo un violento combate. Allí ocurrió un hecho que aún recuerdo como si hubiera sucedido ayer: a un compañero de mi grupo le dieron un tiro en la boca.
“En el Escambray todo era a base de cercos, estrategia que rindió muy buenos resultados porque capturamos a prácticamente todos los alzados. Eso aconteció en los meses que precedieron la invasión por Playa Larga y Playa Girón, y gracias a aquella limpieza se impidió que los mercenarios desembarcados contaran con el apoyo de aquellas bandas sembradas allí por la Agencia Central de Inteligencia con ese objetivo.
“Durante mi permanencia de poco más de dos meses, solo participé en ese combate; las restantes actividades fueron guardias, postas, cercos. Como miliciano, posteriormente participé, de nuevo con Pinares, en la lucha contra bandidos en Guanito, en la Sierra de los Órganos, así como en la movilización decretada durante la Crisis de Octubre”.
En el combate real
Cuando triunfó la Revolución, Guzmán del Corral Lemus tenía 13 años de edad, y desde los 12 trabajaba en un camión de venta de galletas.
Cuando se fundaron las Milicias Nacionales Revolucionarias no le permitieron incorporarse por su escasa edad, mas no renunció a ello y al fin lo logró en diciembre de 1960. Poco después lo seleccionaron para formarse como artillero antiaéreo en la Base Granma, curso que concluyó en los primeros días de abril de 1961.
“El 17 de ese mes nos trasladamos hacia la región donde se produjo el desembarco. A mi batería se le encargó la protección del puesto de mando del Comandante en Jefe Fidel Castro, en el central Australia, en cuyos contornos nos dislocamos. Entre los hechos más significativos vividos por nosotros durante la batalla, figura el enfrentamiento a un bombardero B-26 que se dirigía a bombardear la fábrica de azúcar.
“Cuando se acercaba comenzamos a dispararle con todas nuestras piezas, pero no hacíamos blanco, y ello le permitió emprender un segundo pase. Para nosotros era una situación muy impresionante y de gran tensión, porque por primera vez participábamos en un combate real. Al fin vimos cómo la nave perdía altura, señal inequívoca de que la habíamos alcanzado; cayó a tierra y nos dirigimos a detener a sus ocupantes, con la encomienda de que tratáramos de capturarlos vivos.
“Ellos se refugiaron en un cañaveral, desde el cual abrieron fuego y en la riposta resultaron muertos. Se trataba de los dos estadounidenses cuyos cadáveres permanecieron muchos años conservados en Cuba, pues su gobierno no los reclamaba porque hacerlo representaba reconocer públicamente la participación directa ciudadanos de su país en la derrotada agresión”.
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.