Puerto Esperanza pertenece al municipio de Viñales, pero allí no abundan las casas de alquiler ni los centros recreativos cuya entrada se paga en CUC, como sí es común en la zona del conocido valle. El pequeño poblado costero es, más bien, un asentamiento humilde con dificultades para el empleo y pocas alternativas recreativas.
En un contexto así, La Camorra, proyecto comunitario con 15 años de vida, es una opción cultural, una vía de superación para las personas. Como sus gestores, en Pinar del Río son varios los soñadores con necesidades de expresión e ideas similares quienes enfrentan, a diario, dificultades económicas similares para realizar su actividad.
Algunos opinan sobre la necesidad de crear mecanismos encaminados a lograr el autofinanciamiento, lo cual, sin el tratamiento adecuado, pudiera implicar, en última instancia, la renuncia a ciertos valores que deben regir estas iniciativas. Para otros, la sostenibilidad se crea por medios propios, sin cobrar. Mientras el debate continúa, en estos lugares se sigue haciendo cultura.
¿Cultura sin recursos?
Estas iniciativas nacen de la gestión particular y los deseos de transformar la localidad, generalmente de quienes no persiguen fines de lucro. Por ello, no se concibe, entre sus prerrogativas, cobrar por sus servicios y actividades. Antes, conlleva gastos propios.
“Hay quienes creen que los proyectos necesitan un financiamiento y no es así necesariamente. Estos surgen de determinados actores de estos lugares, no son líneas de la dirección provincial de Cultura y por eso algunos reciben ayuda, por ejemplo, para invitar a artistas”, opina Zenia Zayas, especialista del Departamento de Trabajo Comunitario de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
Sin embargo, en La Camorra, piensan que aplicando ciertas medidas se podría recaudar dinero. Ellos se han expandido con los años mediante espacios que vinculan a casi toda la población como con El Jardín de las Margaritas y Alas de Colibrí. Estas actividades requieren de recursos como papel, útiles para pintar, equipos de audio para la reproducción de música, vestuario para actuar, entre otras cosas, aunque se han ido subvencionando con el aporte de los habitantes del lugar.
“Hemos solicitado el cine para cobrar la entrada, pero todavía no se ha decido. Mantenemos la idea de fomentar las perspectivas de trabajo para el mantenimiento económico, con la artesanía y la pintura. Nuestros artistas quieren vender sus productos y parte de las ganancias iría a los fondos del proyecto, pero esperamos la aprobación”, explica Luis Miguel Martínez Hernández, coordinador general.
La Casa de la Décima Celestino García también posee resultados destacados en la propagación de las raíces campesinas, aun cuando se ubica en la ciudad cabecera. Sus promotores, Juan Montano y Lorenzo Suárez Crespo, no ven factibilidad del cobro. Nacida hace ya unos años, el espacio de improvisación tiene como sede la propia casa de Montano y alberga, principalmente los sábados, a decenas de personas.
“¿Cómo nos vamos a financiar? Confeccionamos plegables y cuadernos con nuestro dinero, pero, ¿qué resultado da vender? No cobramos la entrada, porque si la comunidad lo resuelve todo, para qué cobrar. El sostenimiento de nosotros es espiritual”, afirma Montano.
Ante la diversidad de criterios, explica Zenia Zayas, ya se buscan las vías de solución. No obstante, otros aspectos deben ser atendidos.
“Hay que educar a los coordinadores para no convertirlos en centros de lucro y caer así en la deformación. El objetivo es que estés capacitado para perfeccionar la idea y enfrentar las barreras. Quizás la venta del producto de las manualidades en otro lugar sea una de las vías y eso se está estudiando”, afirma la especialista.
Las regulaciones al respecto, de ser establecidas, deberían cuidar la esencia formativa y el papel social. Practicar allí las distintas manifestaciones artísticas no debería ser un negocio, pero el arte, necesariamente, lleva recursos. En estos casos, las donaciones, para muchos, serían otra vía posible para la sostenibilidad.
A caballo regalado…
El sueño de Ana Deysee Glez y Luis Miguel Acosta, se llama Ventana al Valle y está localizado en el mismísimo pueblo de Viñales. La preocupación por el rescate de las tradiciones populares, los llevó a usar una casa como improvisado centro para las distintas manifestaciones artísticas.
Ellos también se preocupan por la sustentabilidad y en su caso, el escenario muestra otras complicaciones. La zona del valle es eminentemente turística y la competencia contra los lugares recreativos en CUC, es desigual, por ello, las donaciones realizadas por visitantes, constituyen una ayuda importante. No obstante, existen limitaciones y mecanismos para aceptarlas, sobre todo con aquellas de gran valor.
Los regalos van desde lo más simple hasta el intento de hacer llegar computadoras y otras ayudas técnicas. En opinión de ambos, al no ser subvencionados, es necesario evitar trabas para las donaciones.
Las aclaraciones al respecto las brinda Zenia Zayas. Los obsequios pequeños, traídos por los visitantes, no reciben impedimento, sin embargo, cuando son grandes, funcionan otras regulaciones.
“Las donaciones no son espontáneas y todo depende del tipo que sean. Nuestro país tiene regulaciones y no es solo en Cuba”, añade Zayas.
Mediante el Centro de Intercambio y Referencia de Iniciativa Comunitaria (Cieri) se han tramitado algunas donaciones. En La Casa de la Décima, por ejemplo, recibieron un sistema de audio e instrumentos musicales. En La Camorra, por otro lado, en 2008, un financiamiento les permitió reparar la cubierta de la casa de actividades.
Mecanismos al fin, quizás necesitan ser atemperados a los nuevos órdenes. Decidir qué se recibe o no es potestad de cada estado y las entidades. En el caso de los proyectos, no pertenecientes a ninguna organización —pero que sí responden a las leyes nacionales—, un reestudio de las regulaciones, serviría, tal vez, para flexibilizarlas y posibilitar a estos, una forma de sobrevivencia y desarrollo.
Entonces qué se hace
A pesar de las dificultades, los tres proyectos visitados, como tantos otros, se expanden en Vueltabajo y se vuelven cada vez más fundamentales en la vida cultural de su comunidad. Estos fomentan relaciones recíprocas con las instituciones como las Casas de Cultura.
Al respecto, Jorge Luis Collera Acosta, metodólogo inspector que atiende relaciones internacionales en el centro provincial de Casas de Cultura, opina que “enriquecen la programación cultural de nuestras Casas y a su vez, nuestros instructores les brindan ayuda. La idea es crear, juntos, unidades artísticas capaces de autoabastecerse en cuanto a actividades”.
Mientras el asunto continúa en discusión, estas iniciativas continúan generando arte y cultura, en muchos casos como la única opción de sus territorios. Si bien por su naturaleza son autónomos, coadyuvar en la resolución de sus dificultades, está en las manos de muchos, porque al final, la cultura es de todos.