Desde su edición correspondiente a septiembre del año 2012, el Festival de Teatro de Camagüey decidió eliminar la entrega de premios —ya asumida mucho antes por el Festival de Teatro de La Habana—, tras un análisis de la comisión de expertos del Consejo Nacional de las Artes Escénicas.
“Ante ese hecho, y la escasez de reconocimientos significativos para los teatristas cubanos que más se destaquen en la escena, la selección de los espectáculos que participarán en la muestra artística cobra nuevo sentido, capitalizando así el valor de la presencia en el festival”, dijo la crítica, escritora y ensayista Esther Suárez Durán, del Centro Nacional de Investigaciones de las Artes Escénicas y Profesora Auxiliar de las facultades de Historia, Sociología y Filosofía de la Universidad de La Habana.
Para Suárez, “la selección en sí misma evidencia la importancia de la organización, coherencia y transparencia del encuentro. Es en este paso donde se configura el perfil de cada edición. Luego, en su ejecución, el programa probará o no su eficacia”.
En tal sentido apuntó que este año los espectáculos escogidos para el encuentro en Camagüey, a celebrarse en octubre, sorprendió a algunos al no incluir Romance en Charco Seco, del Teatro La Proa, puesta de títeres dirigida tanto a adolescentes como a adultos, en una versión criolla inspirada en El Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, de Federico García Lorca, que exhibe logros de difícil cuestionamiento, en tanto brinda temas para meditar y debatir.
“Te puedo definir esta puesta —dijo— con apenas tres palabras: rigurosa, inquietante y audaz. Las dos últimas valdrían su exhibición en cuanto foro teatral se organice en la isla ante el considerable quehacer mimético y adocenado que nos inunda, donde nada se arriesga”, puntualizó la miembro de la Asociación de Escritores, de la Asociación de Artistas Escénicos y de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
“Romance… no es una obra perfecta —agregó—. No importa que ninguna en puridad lo sea, cuando es ello, precisamente, lo que realza sus valores. No es válida la comparación con el original de la pieza lorquiana, ya que ambas se colocan en géneros diversos, la puesta en clave de farsa (muy adecuada) es, a la par que un acierto, un riesgo y un desafío. Vale apuntar que la farsa casi siempre lo es”.
Destacó que “el desafío encontró respuesta en los resultados de la propia puesta; el riesgo —como sucede cada vez o no sería tal— trajo por consecuencia incomprensión. Entre las muchas virtudes que exhibe la obra se cuenta su tesitura de tragedia, infrecuente en el teatro de figuras, a lo que se añade la monumental creación de su universo plástico, con retablos de variadas alturas y planos, empleando la técnica del parche, de profunda raíz popular; además de la eficacia y belleza de su diseño sonoro —que no acepta nada ajeno—, con temas interpretados por el Quinteto Criollo; y las décimas de Alberto Arteaga entonadas por los propios actores”.
La prestigiosa crítica teatral destacó que a todo ello hay que sumar “el excelente desempeño actoral, la versatilidad en la actuación de caracteres disímiles como Pedro Pin y el Güije Guarfarina, por citar un ejemplo que se repite en los cinco individuos que animan más de 50 figuras, así como la encomiable altura de la labor de conjunto, la cual permite el desplazamiento de grupos de figuras”.
Esther reconoce que “si algo no está resuelto en Romance… es la escena construida para esta versión, donde se hacen visibles los amantes de Belinda. Existen muchos modos eficaces de representar tal suceso —si fuera pertinente—. Esa escena también se daña por la improvisación inoportuna de algunos actores. En oposición a ello recuerdo la feliz secuencia de la escena final. Cuánta sabiduría entraña la selección exacta de ese y no otro tema musical; el fondo negrísimo contra el cual, a sabiendas, deslucen las luminarias de la parranda, y Belinda ya, ante el hecho ineludible del suicidio de Pedro Pin, como representante del amor más libre y verdadero”.
En cuanto al proceso de clasificación para participar en el Festival de Camagüey, “toma ahora mayor trascendencia que antes, tras la desaparición del concepto de concurso y premiación; lo que no se entiende es que los propios artistas invitados a integrar la selección declaren que nunca fueron convocados al momento donde, en conjunto, la comisión o el comité al uso debieron reunirse para examinar los resultados de lo visto, intercambiar criterios y definir por qué y cómo quedaba compuesto el programa artístico del evento. Además, el documento que se les envió vía correo electrónico —una planilla de opciones para elegir una en cada caso—, no incluía a todas las obras de la capital y a ninguna de Pinar del Río, aunque sí anunciaba la celebración de una posterior reunión de análisis, a la cual no fueron llamados.
“Entonces, cabe preguntarse: ¿dónde (a qué nivel) y quiénes hicieron la selección? Y, de paso: ¿qué necesidad hay de hacerles perder el tiempo a creadores de respeto si, en la etapa decisiva, no se van a tomar en consideración sus valoraciones?”, cuestionó la también miembro del Comité de Expertos del Consejo Nacional de Artes Escénicas del Ministerio de Cultura y de la filial cubana de la Asociación Internacional de Críticos Teatrales.