Maximiliano M. Velázquez Montesinos llegó al Puerto de Mariel con 14 o 15 años y pidió un chance en lo que fuera. Al verlo tan emprendedor y corpulento le dijeron que probara como estibador. Aceptó el reto y al final de la jornada alguien exclamó: “Caramba, ese guajirito malangón es un fenómeno”. Al morir la pasada semana, con 80 años, aún todos le llamaban Malanga.
No quería volver a los tiempos en que con 10 o 12 años afilaba el machete a los cortadores de caña para que estos le dieran algo. “Mi niñez fue muy dura y yo quería cambiar mi vida”, dijo.
Sin la edad requerida lo ubicaron como estibador eventual. “También hice de ‘caballo’, es decir, laboraba por otro que era el dueño de la plaza y este me daba algo. Solo si había muchos barcos, podía trabajar más tiempo”.
Siempre como estibador o bracero —los que hacen cualquier cosa en el patio del puerto— transcurría su vida. Junto a sus padres y hermanos se había mudado del poblado pinareño de La Palma al Mariel y sus sueños juveniles no traspasaban el deseo de hacerse pelotero famoso y levantarse cada día a la hora justa, “porque al puerto —asegura— no se podía llegar ni un minutico tarde”.
En 1959 los portuarios lograron la ansiada lista rotativa, y por primera vez Malanga alcanza un puesto fijo. Lo designaron como jefe de brigada. Ya era proverbial el esfuerzo que día a día desplegaba y en 1977 se estrenó como vanguardia nacional.
“Yo no tenía hora para trabajar, y normalmente hacía mi turno y otro voluntario… hasta que llegó octubre de 1986. Tenía más de 500 horas de trabajo voluntario y un día me sentí mal y fui al hospital. A los pocos días me dicen que tenía que ser trasplantado del corazón. ¡No podía creer aquello!… Por suerte estuve poco tiempo enfermo, porque este corazón que llevo ahora apareció muy rápido y el 21 de noviembre de ese año me operaron en el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (Cimeq). Fui el trasplantado número 17”.
La nueva vida de Malanga
Tras la operación, para Malanga cambiaron muchas cosas… “pero no todas”, aseguraba con picardía. Aunque pueda parecer mentira, a los seis meses Malanga estaba de nuevo en la pelea del trabajo. “Mi provincia de La Habana ganó en 1987 la sede de los actos centrales por el 26 de julio y me dije que para saludar esa fecha yo tenía que empezar a trabajar. Hablé con mis médicos y lo aprobaron. Solo me prohibieron estibar o laborar de madrugada”.
En 1987, debido a la operación, laboró solo por seis meses y creyó que no podría volver a ser vanguardia, pero sus compañeros dijeron que sí y mantuvo esa condición hasta que Fidel le impusiera la estrella de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
“Fue un momento tenso. En segundos repasé toda mi vida. Desde que era un verdadero guajirito malangón, los sinsabores en el puerto, la preocupación de mis compañeros cuando me operé, lo que hizo y hace esta Revolución por mi vida…”
Trascurridos 16 años del trasplante, Malanga se jubiló. “Tenía 68 años y los médicos me lo propusieron para que pudiera atenderme mejor. Vivía en Artemisa y por los problemas con la gasolina no podía ir a diario con el carro hasta el puerto de Mariel. Tenía que levantarme a las 4:00 a.m. y coger la guagua, y eso no estaba bien”.
Soy un hombre feliz
Si algo importante se dijo Malanga luego de ser operado fue que su vida no acababa. Siguió vinculado a las tareas sindicales. Llevó más de 40 años atendiendo las finanzas en su buró sindical y otros frentes en la sección de los jubilados.
En noviembre del 2005, última vez que lo entrevisté, Malanga aseguraba sentirse bien. “Me tratan como a un niño de teta y a veces me da hasta pena. No hago disparates, no trasnocho, no abuso, porque es una operación muy valiosa y hay que cuidarla. Es fundamental la tranquilidad, ser feliz, y, por suerte, yo lo soy”.
Al morir, como consecuencia de un trastorno renal, era el cubano que sobrevivió más tiempo —28 años— a un trasplante de corazón. Vivió dos vidas.