Por: René Camilo García Rivera, estudiante de Periodismo
El silencio invadía toda la llanura. Los combatientes no fueron despertados aquella mañana por el silbido punzante de los morteros, pero los fusiles FAL permanecían en las trincheras con los ojos abiertos. Imperaba la quietud, una tranquilidad pavorosamente alarmante, como si a las posiciones enemigas las hubiese barrido un rabo de nube, o como si el demonio se las hubiese tragado, para después escupirlas en un torrente de fuego.
En las guerras, como en la vida —si es que acaso la vida no fuese una guerra—, antes de los grandes combates siempre hay una paz de cementerios. La extensión sepulcral de la sabana invitaba a los “compas” a frotarse las manos, en cierto sentido regocijados por la ausencia de los obuses somocistas.
Un minuto en un hueco con barro hasta las rodillas, de pie, a la disposición del sargento, con el adversario enfrente deseando matarte, puede convertirse en horas. Medio día permanecieron los guerrilleros en las trincheras hasta que llegaron órdenes del mando superior: ¡A paso doble, sobre Managua!, les avisaron. Por los trillos empezaron a escuchar los cantos que preludiaban la victoria:
Las salas de “interrogatorio” del General Genie/ serán aulas donde jueguen las niñas con muñecas/ los niños con Pinocho/ los tanques convertidos en tractores/ las zarandas de la policía en buses escolares/ y la máquina será el mejor amigo del hombre.*
Sobre el atardecer, la tropa entró al pueblo de Niquinohomo. La marcha de estos jóvenes no comenzó aquel mediodía silencioso del 19 de julio de 1979, sino que la habían iniciado otros, mucho tiempo antes, tanto que la mayoría de ellos no había nacido todavía.
II
Un hombre transita por las calles de Managua. El sombrero de alas amplias sobre el pañuelo rojo anudado al cuello. Abiertas las solapas de la chaqueta dejan entrever una cadena de oro, unos papeles doblados en los bolsillos del pecho, el tambor de un revólver de 45 mm nutrido de cartuchos y un periódico con fecha 21 de febrero de 1934.
Detienen su automóvil. El ademán de un uniformado verde de la Guardia Nacional lo obliga a apearse: Acompáñeme. No voy. Te cocino a balazos si te quedas. Es un error, quiero ver a tu jefe. Ya lo verás en el cuartel.
El guerrero no lo sabe, pero 15 altos oficiales firmaron su sentencia de muerte a las 7:00 de la noche. Media hora más tarde, el capitán Lizandro Delgadillo sale disfrazado de cabo de guardia de la oficina del General. A las nueve en punto discute con aquel hombre al que verá morir par de horas después.
Una vez en el cuartel, el prisionero exige nuevamente ver al jefe de la Guardia Nacional. El superior se llama Anastasio Somoza García, futuro dictador de Nicaragua. Le dicen al “condenado” que es imposible, porque Somoza se encuentra en “un recital de poesía”.
Acto seguido cumplen la orden impartida de antemano: una ráfaga corta de ametralladora termina la discusión. El capitán Gutiérrez se ensaña y vacía todos los plomos de su pistola en el rostro del asesinado. El muerto es, según los registros, Augusto Nicolás Calderón, aunque todos lo conocen por Augusto César Sandino.
Pocos años después, la cara que el furioso Gutiérrez pretendió borrar de la faz de la tierra se vio multiplicada millones de veces en cada una de las monedas de un córdoba fundidas en la República de Nicaragua. Somoza García, el “amante de la poesía”, murió en 1956 a manos del poeta revolucionario Rigoberto López Pérez.
III
Por fin las tropas entran en Managua. Días antes, el ahora presidente Somoza Debayle renunció. Guardó su manuscrito de capitulación durante 18 jornadas, hasta que el Gobierno de Estados Unidos le aseguró garantías para su asilo político en territorio norteño.
Los guerrilleros nunca pudieron reposar los fusiles. Los armados “contras” se encargaron de agriar la miel de la victoria. El silencio de la llanura se quebró con el bullicio de la ciudad:
El quetzal de los bosques brumosos/ su voz de alarma es un áspero KRAK que se oye desde muy lejos/ pero su llamado territorial un silbido melodioso/ que repite/ y repite/ Desmentir a la AP, a la UP/ esa es también la misión del poeta.
Durante las guerras, la primera víctima es la verdad, como dicen, pero a continuación le sigue la poesía. A causa de la agresión contrarrevolucionaria, la Nicaragua de los 80 dedica la mitad de su presupuesto nacional a gastos militares. El Ministerio de Cultura cierra sus puertas en 1987 por razones económicas. Menos de tres años después, los sandinistas son derrotados en las urnas; al quetzal ya le habían cortado la garganta. Década y media más tarde, volvió a sonar su trino rojinegro.
*Tomado de Canto Nacional, del nicaragüense Ernesto Cardenal.