El hermano mulato de Martí

El hermano mulato de Martí

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Ilustración: Adis Castellanos Martínez
Ilustración: Adis Castellanos Martínez

La noticia fue comentada con júbilo por Martí en las páginas de Patria, el 11 de junio de 1892: dos cubanos de padre europeo habían llevado dela mano “al hermano mulato, al noble Juan Gualberto Gómez, a la casa ilustre donde han tenido asiento los hijos más sagaces y útiles de Cuba”. Se trataba de la Sociedad Económica de Amigos del País.

Y agregaba: “Singular es el valer del nuevo socio de la Económica. (…) Él quiere a Cuba con aquel amor de vida y muerte, y aquella chispa heroica, con que la ha de amar en estos días de prueba quien la ame de veras. Él tiene el tesón del periodista, la energía del organizador, y la visión constante del hombre de Estado”.

Muy bien lo conocía el Apóstol. La amistad entre ambos había surgido a finales de 1878 en el bufete de Nicolás Azcárate, donde Martí, al no poder presentar su título de abogado obtenido en España, había tenido que conformarse con trabajar de pasante. Continuaron reuniéndose después en el despacho de Miguel Viondi.

El origen de Juan Gualberto no podía haber sido más humilde: sus padres, esclavos domésticos, lograron reunir la suma necesaria para que su pequeño, desde el vientre materno, fuera libre. Así nació el 12 de julio de1854 en el ingenio Vellocino, en Sabanilla del Encomendador, en la provincia de Matanzas.

Cuando el niño cumplió 10 años, la pareja, que ya había obtenido su libertad, se trasladó a La Habana donde Juan Gualberto aprendió, como él mismo expresó “todo lo que se permitía entonces enseñar a los negros”. A los 15, los padres reunieron el dinero necesario para enviarlo a Francia a aprender el oficio de carruajero, aunque el dueño de la fábrica les dijo que había comprobado su capacidad para aprendizajes más complejos, por lloque se decidió que ingresara en una escuela preparatoria para ingenieros. En 1875, no le pudieron costear más sus estudios, pero Juan Gualberto decidió quedarse en París viviendo de su trabajo y fue así que se inició en el periodismo.

Era aún estudiante cuando coincidió en la capital francesa con los patriotas Francisco Vicente Aguilera y el general Manuel de Quesada, quienes recaudaban fondos entre los revolucionarios cubanos y a los que les sirvió de traductor. Al primero lo consideró su “padre espiritual en el orden del patriotismo”.

Tales eran sus ideas cuando regresó a Cuba después del Pacto del Zanjón, por eso resultó natural que entre él y Martí surgiera una amistad fortalecida por la coincidencia de opiniones sobre la necesidad de independizar a la tierra que los había visto nacer.

En ese período además de dedicarse a la conspiración revolucionaria, Juan Gualberto se entregó de lleno, según sus propias palabras, “a la defensa de las cuestiones que afectaban a la raza de color: la abolición de la esclavitud y la igualdad de derechos”.

Fundó el periódico La Fraternidad y se convirtió “en vocero de su raza en una hora que esta no tenía defensores”.

Martí y Juan Gualberto se involucraron en la gestación de la llamada Guerra Chiquita, que estalló a finales de 1879, por lo cual ambos fueron deportados a España con pocos días de diferencia. Juan Gualberto fue enviado a Ceuta; primero lo encerraron en el castillo del Hacho pero después gracias a gestiones de amigos se le excarceló con la obligación de permanecer en la península. Allí estuvo 10 años en los que trabajó para diversas publicaciones, como corresponsal del diario La Lucha; jefe de redacción de El Abolicionista, órgano de la sociedad del mismo nombre; director de La Tribuna, periódico dedicado a la defensa de las doctrinas liberales y las reformas coloniales; redactor de los diarios El Progreso y El Pueblo, entre otros, y durante años asistió al Congreso de los Diputados donde se relacionó con personalidades de la política española que respetaban su postura separatista.

Al regresar a Cuba en 1890 continuó la divulgación de las ideas a favor de la independencia y al combate contra los prejuicios raciales y por los derechos de los negros y mestizos. Retomó el periódico La Fraternidad y después publicó La Igualdad; en el primero de ellos escribió el artículo titulado Por qué somos separatistas, que le costó prisión. Su sentencia fue tan desprovista de argumentos jurídicos sólidos, que al ser sometida al Tribunal Supremo de España, el abogado defensor del cubano logró que se declarara lícita la propaganda separatista, lo que propició no solo su libertad sino la multiplicación de periódicos que propagaron esas ideas.

Cuando Martí fundó en 1892 el Partido Revolucionario Cubano se puso en contacto con su hermano mulato y entre ellos se estableció una intensa correspondencia semanal.  Pronto se convirtió en el hombre clave del movimiento revolucionario, por cuyas manos pasaron las instrucciones para el levantamiento del 24 de febrero de 1895.

En los días previos ocurrió un curioso incidente que pudo tener nefastas consecuencias para la causa. Juan Gualberto viajaba en un tranvía por la habanera calle San Rafael cuando entró y se sentó a su lado el coronel español Santocildes, que lo conocía. A manera de saludo este le dio un palmetazo en las piernas y le preguntó: “¿Cuándo nos levantamos?” Y agregó jovial: “Por ahí se habla de un levantamiento… parece que va a haber guerra”. Juan Gualberto, alarmado aunque sin inmutarse le respondió que no sabía nada y el militar replicó: “Yo tampoco creo mucho de lo que se dice”. Pero el patriota pensó que al actuar así, su interlocutor estaba al tanto de todo lo que él estaba haciendo, y en realidad no sabía nada.

Participante en el fracasado alzamiento de Ibarra, algunos miserables trataron de presentar ese hecho como una página afrentosa de su vida, a los que les respondió que era quizás la empresa de la que más se enorgullecía.

Detenido nuevamente fue llevado al Castillo del Morro donde se le formaron varias causas por rebeldía y estuvo a punto de que lo condenaran a muerte. Mas fue enviado una vez más a Ceuta y después al presidio en Valencia, donde pasó los dos primeros años de la guerra hasta que al establecerse en Cuba el Gobierno Autonómico fue liberado.

Quiso regresar a la patria para pelear por la libertad, se trasladó a Francia y de allí a Estaos Unidos, donde Estrada Palma, que sucedió a Martí al frente del Partido Revolucionario Cubano, le pidió que ayudara con su prestigio a la recaudación de fondos para la Revolución entre los emigrados.

Terminada la guerra contra España le aguardaba a Juan Gualberto una gran batalla. Electo miembro de la Convención Constituyente, encargada de redactar la primera Carta Magna de la futura República de Cuba, se convirtió en paladín del enfrentamiento a la Enmienda Platt, conveniente sustituto de la anexión.

Contra ese engendro presentó formidables argumentos en una ponencia en la que denunció que colocaba a Cuba “en la condición de pueblo vasallo” al extralimitarse el Congreso de Estados Unidos en sus facultades por legislar para un territorio no perteneciente a la Unión; de aceptarse equivaldría a “entregarles la llave de nuestra casa para que puedan entrar en ella a todas horas”, y solo vivirían los gobiernos cubanos que contaran con el apoyo y benevolencia de Estados Unidos, lo que se haría realidad en la República.

Aunque los miembros de la Convención aprobaron la Enmienda para evitar que continuara indefinidamente la ocupación, Juan Gualberto mantuvo su voto contrario. Sobre ello, el gobernador militar Leonardo Wood escribió al presidente Roosevelt: “Hay unos ocho, de los treinta y un miembros de la Convención, que están en contra de la Enmienda. Son los degenerados (después cambió la palabra por agitadores) de la Convención, dirigidos por un negrito de nombre Juan Gualberto Gómez, hombre de hedionda reputación así en lo moral como en lo político”.

Tales expresiones de odio del enemigo eran la mejor prueba de que el comportamiento digno y viril de aquel “negrito” les había puesto al desnudo su maniobra. Y es que en la República, en la que fue representante a la Cámara y senador, Juan Gualberto continuó siendo el revolucionario de siempre.

Por eso cuando le tocó recibir de manos del dictador Gerardo Machado la Gran Cruz Carlos Manuel de Céspedes, la más alta condecoración de Cuba en aquellos momentos, sus palabras al recibirla sorprendieron a quien con ese gesto tal vez pretendía congraciarse con el galardonado: “Yo soy Juan Gualberto Gómez con Cruz y sin Cruz’”.

Ese era el hermano mulato de Martí, quien en su última carta poco antes de partir hacia los campos de Cuba, le escribió: “¿Lo veré? ¿Volveré a escribirle? Me siento tan ligado a usted que callo. Conquistaremos toda la justicia”.

Acerca del autor

Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …

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