Otro Qujiote

A principios de mes, el Ballet de Camagüey presentó en la sala Avellaneda del Teatro Nacional su versión del clásico Don Quijote, coreografiada por Gonzalo Galguera. Hay que celebrar que la agrupación camagüeyana apueste por nuevos acercamientos a los clásicos. Hubo un tiempo en que compartieron las mismas coreografías del Ballet Nacional de Cuba. Lo más lógico es que si contamos con dos compañías de nivel, distingan sus propuestas.

Esta coreografía no tiene mucho que ver con lo que nuestro público espera del Quijote. Galguera ha revisado el clásico, propone una nueva concepción coreográfica y hasta cierto punto dramatúrgica. En la línea de algunas versiones europeas contemporáneas, el coreógrafo propone una visión mucho más romántica, estilizada y lírica. Le ha quitado carácter, y hasta cierto punto, pirotecnia.

No parece caprichoso. Se nota que hay una vocación investigativa detrás del montaje, una reflexión sobre las implicaciones de los personajes principales. La coreografía, que puede llegar a ser muy compleja, es de buen gusto. Hay momentos muy inspirados, como el pas de quatre entre Kitri, Dulcinea, Basilio y Don Quijote, en el segundo acto. Aunque algunos pasajes resultan un poco largos, como el prólogo del ballet, que tiene un tempo demasiado lento.

Algunas circunstancias de estas presentaciones no ayudaron: la sala Avellaneda es muy grande y la puesta está concebida a todas luces para un escenario más pequeño. Son pocos bailarines, el diseño escenográfico es más bien minimalista. El arreglo musical escogido, también muy lírico y poco enfático, quizás le reste fuerza al espectáculo.

Pero en sentido general el público recibió bien este Quijote. Y eso tiene que ver, en buena medida, con la energía y los deseos de bailar del elenco. El cuerpo de baile exhibe en algunas escenas un decidido sentido de la homogeneidad, un compromiso evidente con lo que se está bailando. Y los solistas estuvieron a la altura: Laura Rodríguez, con una prodigiosa capacidad para girar; Rosa Armengol, muy segura y dúctil; Sarah de Miranda, una bailarina de hermosa línea; Esnel Ramos… y sobre todo, Alain García, que luce un giro espectacular, que salta con prestancia inusual… Todavía tiene mucho que aprender, sobre todo en el trabajo de pareja. Pero ya es un bailarín excepcional. Escucharemos hablar de él.

Habla el coreógrafo

Gonzalo Galguera fue bailarín del Ballet de Camagüey y ahora dirige el Ballett Magdeburg (Alemania). Sobre esta coreografía afirma: “Una obra como Don Quijote es necesaria en el mundo del ballet. Hoy por hoy la tendencia es a servirnos y consumir todo muy rápido. Un ballet de largo aliento nos recuerda que hay que tomarse el tiempo para ver, para contar, para comunicar, porque el ballet es más que hacer una pirueta, o celebrar gestas circenses. Ballet es contar historias, darle a la forma un contenido.

“Es necesario quitarles polvo a los clásicos, pues fueron concebidos para un público que ya no existe. Pero su belleza es tal, que merecen ser interpretados con la dinámica y las exigencias estéticas de nuestros días. De lo contrario, estas obras pierden su razón de ser.

“Creo que el mayor atractivo de mi obra está en su enfoque del propio Quijote y Dulcinea. Liberé a Quijote de estáticas poses y ridículas pantomimas para devolver lo que Cervantes nos trata de contar en su obra, para situarlo en lo que es la intención del autor: un ser fascinante movido por el idealismo”.