Por Francisca López Civeira
El periódico Trabajadores del 19 de mayo último publicó una entrevista realizada por Felipa Suárez Ramos a esta autora bajo el título: “20 de mayo de 1902. Una fecha que pretenden arrebatarnos”, luego reproducida en otros medios digitales. Las consideraciones allí contenidas han concitado la atención de personas muy diversas, de acuerdo con el tipo y forma de los comentarios que se han remitido. La posible polémica que esto implica puede ser indicativa de las múltiples miradas que existen sobre aquel hecho de la Historia de Cuba, lo cual es inevitable. Si bien los historiadores reconstruimos el acontecer desde las fuentes que tenemos a nuestra disposición y realizamos la escritura de la Historia desde la labor profesional, las personas no especializadas tienen un sentido de relación con ese pasado –y con el presente y posible futuro– a partir del sentimiento de que nos pertenece a todos. Tomando en cuenta esa realidad, quisiera exponer algunas consideraciones acerca de aquel acontecimiento que pueden complementar lo que expresé en dicha entrevista.
En el texto publicado, señalé una característica general en las revoluciones triunfantes: la destrucción de los símbolos del sistema que se está subvirtiendo, y la emergencia de los nuevos símbolos. Eso ocurrió en Cuba cuando finalizó el dominio español. Tal es el caso, por ejemplo, del derribo de la estatua de Isabel II en el Parque Central de La Habana o cuando, en Pinar del Río, las fuerzas del VI Cuerpo del Ejército Libertador entraron en la ciudad en noviembre de 1898 y el Ayuntamiento acordó cambiar el nombre de la antigua Calle Real o Mayor –desde 1897, Cánovas del Castillo– por calle de “José Martí”; también nombró Plaza de la Independencia a la Plaza de Armas y rebautizó al teatro “Lope de Vega” como “José Jacinto Milanés”. Ese fenómeno se dio prácticamente en todas las ciudades y pueblos cubanos. Por tanto, la mirada hacia aquel 20 de mayo pasó por un proceso similar después de 1959.
En la citada entrevista también expresé que después llega el tiempo de la reflexión, en el que los historiadores deben analizar y entender el devenir de la sociedad, por lo que es necesario plantearse cómo fue posible que, en tan adversas condiciones, se pudiera llegar a la constitución de un estado nacional en Cuba, aunque con las limitaciones de soberanía que tuvo. A partir de esa óptica planteo el problema del 20 de mayo, como momento de un proceso histórico más amplio y complejo.
En este asunto hay que esclarecer dos aspectos esenciales: la proclamación de la República de Cuba no significó la consumación de los ideales de absoluta independencia y de realización de la revolución martiana, por una parte; por otra, Cuba no siguió el mismo destino de otras zonas comprendidas en el mundo colonial español y que pasaron al dominio estadounidense a partir del Tratado de París de diciembre de 1898, como Puerto Rico y Filipinas. Por tanto, ¿qué pasaba en Cuba que implicó una solución distinta a las prácticas coloniales, o sea que llevó a un estatus diferente? Esa es la pregunta clave.
El pueblo cubano quedó ocupado militarmente de manera oficial el primero de enero de 1899. En ese momento, para una buena parte de los cubanos estaba por definir cuál sería el propósito de Estados Unidos en esa coyuntura. La incertidumbre fue ganando terreno en la medida en que la ocupación se prolongaba. En tal contexto, las fuerzas independentistas quedaron sin representación organizada, sin estructura de dirección, sin organizaciones propias; sin embargo, la aspiración de lograr la salida de los ocupantes y tener el estado nacional se manifestaba de manera espontánea en la vida cotidiana. No es posible minimizar esas manifestaciones patrióticas en medio de tan adverso panorama.
Entre las expresiones independentistas se cuentan desde los actos de homenaje a los héroes, especialmente en las exhumaciones de los restos de los caídos, los cambios de nombres de calles, lugares e instituciones, hasta composiciones poéticas, canciones, guarachas, décimas, boleros que, muchas veces anónimos, ponían de manifiesto ese sentimiento. Por ejemplo, cuando “una patriota” decía en “El bolero de Marianao”: “Y viva Cuba, viva el machete,/ Viva el valiente que lo empuñó:/ ¡Hurra! A los montes, hijos de Cuba,/ Si nos engaña la intervención.”[1] O cuando en las “Décimas que canta Ramitos” decía muy diplomáticamente que daría gracias y vivas a los “americanos”, “pero unidos les diremos:/ Cuba para los cubanos”,[2] la voluntad de resistencia se ponía de manifiesto a pesar de los planes para ganar la opinión pública a favor de la presencia norteña, de “americanizar” a la sociedad cubana, y eso fue apreciado por el poder interventor.
La designación de Leonard Wood como gobernador militar de Cuba, en diciembre de 1899, parecía dar ventaja a los partidarios de la anexión, que era una de las tendencias en debate en Estados Unidos. En esa fecha aún no estaba decidida la forma de dominación, lo que se evidenció en el Mensaje anual del presidente William Mc Kinley al Congreso, el 5 de diciembre de 1899, en el que había afirmado que la futura Cuba debía quedar ligada a Estados Unidos por lazos de “singular intimidad y fuerza”, cuyo carácter orgánico o convencional dependería de los acontecimientos futuros.
El nuevo gobernador militar trató de crear las condiciones para garantizar una posible anexión, por lo que necesitaba prolongar el estado de ocupación; pero las autoridades decisorias norteamericanas buscaron diferentes vías de información para aquilatar la verdadera situación. Entre otras formas, realizaron visitas para constatar in situ los estados de opinión. Entre las visitas que llegaron a Cuba se cuenta la del secretario de la Guerra, Elihu Root, el 7 de marzo de 1900, así como la de los senadores Orville H. Platt, Nelson P. Aldrich y Henry M. Teller el 18 de marzo. En todos los casos, comprobaron la mayoritaria voluntad independentista. La comisión de senadores lo reconoció así, lo que fue reflejado por los diarios: “Puede decirse que todas las clases en Cuba esperan el establecimiento de un gobierno independentista, una república cubana.”[3]
En medio de la dispersión de las fuerzas partidarias de la independencia, algunas de sus figuras plantearon como objetivo inmediato la retirada de la ocupación militar, que Estados Unidos se fuera de Cuba. Eso significaba hacer todo lo posible para que los norteamericanos tuvieran que salir. Ese era la meta a lograr en primer lugar. De ahí que el viejo General en Jefe insistiera en no perder un minuto para despedir al poder extranjero “para mí injustificable –decía– y que a la larga constituye un peligro para Cuba.”[4] Se trataba de poner fin a la intervención “en el más breve tiempo posible.”
La mayoritaria oposición cubana a los intentos de convertir el gobierno militar en civil, lo que significaba la permanencia de la ocupación, es decir, eliminar su carácter transitorio, se expresó a través de la prensa, en los círculos de veteranos, en mítines y otros muchos espacios, lo que dejaba muy claro que la anexión no sería aceptada por la mayoría, por lo que requeriría el uso de la fuerza. En aquella época Estados Unidos no podía asumir tal riesgo, daba su condición de nueva potencia ascendente en medio de un mundo repartido en colonias y zonas de influencia por las grandes potencias ya asentadas. A esto se sumaba la guerra que enfrentaba en Filipinas.
Ante la resistencia mayoritaria del pueblo cubano a una posible anexión, Estados Unidos se vio en la necesidad de encontrar variantes para ejercer el dominio sobre Cuba, de ahí la orden No. 301 de convocatoria a elecciones para delegados a una Asamblea Constituyente que debía iniciar sus sesiones el 5 de noviembre de 1900, un día antes de las elecciones generales en Estados Unidos. La fecha era importante para mostrar al electorado de aquel país la imagen de solución para el tema cubano, más aún cuando McKinley aspiraba a la reelección. La convocatoria establecía la obligación de los delegados de redactar y aprobar una Constitución y, como parte de ella, “proveer y acordar con el Gobierno de los Estados Unidos en lo que respecta a las relaciones que habrán de existir entre aquel Gobierno y el Gobierno de Cuba”.[5] La reacción frente a este enunciado, que se denominó “cláusula sospechosa”, fue inmediata. A tal punto se manifestó el descontento, que Leonard Wood presentó una modificación a esta disposición en su discurso inaugural de la Asamblea Constituyente, cuando expresó que “la fórmula de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, será completamente distinta de la redacción de la Constitución Cubana”, lo que fue saludado con aplausos.[6] Esta formulación tomaba cuerpo en una nueva Orden, la No. 455. De ahí que la llamada Enmienda Platt no formara parte del texto constitucional, sino que fue un apéndice al mismo.
Ciertamente, el gobierno de Estados Unidos impuso a los delgados la aprobación del apéndice conocido como Enmienda Platt, que constituyó un instrumento de dominación sobre Cuba, por el que se sentaban las bases, conjuntamente con otros mecanismos, para el establecimiento del sistema neocolonial, pero también es cierto que Cuba no fue anexada, que hubo que implementar una variante en la cual fue imprescindible incluir la existencia del estado nacional cubano. No tomar en cuenta esta circunstancia implicaría desconocer la resistencia de aquel pueblo que, en tan adverso escenario, defendió el derecho a tener su propio estado y trabajó por la retirada de las tropas de ocupación. Esa resistencia marcó un camino diferente para Cuba.
El 20 de mayo de 1902 fue día de fiesta para la gran mayoría de cubanos, pues se alcanzaba el propósito inmediato aunque no se concretaba la revolución anticolonial. La poesía popular también muestra ese sentimiento complejo en aquel día. Mientras imploraba a Dios por la prosperidad del pueblo cubano, pedía también:
Que como dulce rocío
derrames sobre su frente
con tu brazo omnipotente
el fuego de la bondad.
¡Ay! Sostén su libertad,
sosténmela Independiente.[7]
En medio de incertidumbres, afirmación de las aspiraciones nacionales a la independencia, de una ocupación militar y de políticas encaminadas a la dominación, el pueblo cubano fue capaz de resistir y defender su derecho nacional, lo que determinó la búsqueda de nuevas formas para el establecimiento del dominio que no pudieron soslayar la instauración de la República de Cuba. Quedaría por delante alcanzar la plena soberanía, es cierto, pero no hubo anexión y eso significó un factor fundamental para el devenir posterior.
[1] La nueva lira criolla. Guarachas, canciones, décimas, y canciones de la guerra por un Vueltarribero. 5ta edición aumentada. La Moderna Poesía, La Habana, 1903, p. 197 [2] Ibíd., p. 120 [3] Citado por Philip S. Foner: La guerra hispano-cubano-norteamericana y el surgimiento del imperialismo yanqui. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, T II, p. 209 [4] Reproducido por Yoel Cordoví: Máximo Gómez. Utopía y realidad de una República. Editora Política, La Habana, 2003, p. 188 [5] Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1969, T II, p. 70-71 [6] Diario de sesiones de la Convención Constituyente de la Isla de Cuba. Imprenta El Fígaro, Obispo 62, Habana, 5 de noviembre de 1900, p. 1 [7] Dirección de Investigaciones Folklóricas: Los trovadores del pueblo. (Búsqueda, selección y prólogo de Samuel Feijóo. Universidad Central de Las Villas, Cuba, 1960, p. 21
Acerca del autor
Profesora titular
Muy buenas aclaraciones de la doctora. Seguir profundizando en tales conocimientos es parte de la reafirmación de una verdad histórica que se construye y fortalece con el tiempo. Hay múltiples evidencias. Desde que los cubanos y la cubanía existen por derecho y definición, la mayoría, el pueblo, los humildes, mambises, obreros, trabajadores, y otros más aún, Cuba ha sido, es y será por decreto, de los cubanos y para los cubanos. Y desde 1959 es más de los cubanos, con dificultades, errores, ensayos y etcétera, pero son nuestros. A buen entendedor con pocas palabras basta!. Felicidades Dra. Francisca!