Apareció la aguja en el pajar

Apareció la aguja en el pajar

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portada la aguja en el pajarEs verdad de Perogrullo que la narrativa policial tiene asegurado de antemano un considerable séquito de lectores. Incluso no es reducido, en la historia de la literatura, el círculo de autores —trascendentes o no; de mayores o menores alcances estéticos en sus obras respectivas— que han sido seguidos a causa de que sus libros van alimentando una suerte de saga con tal o cual personaje como centro.

Traigo el asunto a cuento a propósito de la aparición, en la reciente Feria Internacional del Libro Cuba 2014, de La aguja en el pajar, la sexta de las novelas policiacas de Modesto Caballero Ramos (Mayarí, Holguín, 1948) que han visto la luz en años consecutivos bajo el sello de la Editora Política.

Con ello la entidad ha evidenciado su plausible sensibilidad para asumir empeños literarios de alta demanda popular y urdidos a partir de nuestro complejo tejido social, en adecuada sintonía con su perfil editorial, a veces erróneamente considerado solamente circunscrito a las obras llamadas de pensamiento.

En esta entrega de Caballero Ramos y las cinco anteriores —Culpable sin castigo (2009); Saravia 105, donde el cielo se ve cuadrado (2010); Ciudad en pánico (2011), Doble jaque (2012) y Sed de sangre (2013)— un personaje carismático y desenfadado, el capitán Nelson, contradictorio como todo ser humano, es el eje protagónico alrededor del cual gira un imprescindible y sumamente amplio protagonismo colectivo: hombres y mujeres que tienen por misión, ante la sociedad, la de desentrañar los misterios que rodean todo hecho criminal, y que atrapan al lector —antes que al maleante— en tanto están expuestos con técnicas narrativas eficaces.

Hay, en lo específico, algo que singulariza esta suerte de saga. Al tiempo que se muestra la articulación con que actúan las disímiles especialidades de la Policía Nacional Revolucionaria, se hace hincapié en una, acaso la menos conocida: la del instructor policial, en la cual se desempeña el personaje principal.

La aguja en el pajar hace honor a su título. El caso que narra parece ser destinado a archivarse como crimen no esclarecido, tanta es la ausencia de indicios en la escena, donde solo aparece un cadáver desnudo y con un cinto ceñido al cuello, y tantas las pistas que se desvanecen, una tras otra, para hacer retornar las intensas pesquisas al punto de partida.

Pero más allá de esos vericuetos, hay una invitación a ahondar en el conocimiento de las complejidades de la mente, una defensa de las singularidades del ser humano, entre ellas la de su identidad sexual, y una confirmación de que las más dolorosas circunstancias coexisten en la vida con instantes de chispeante humor, sin que unos y otros se descalifiquen entre sí.

Uno de estos últimos —y perdonen que adelante una página de la novela— es la salida que da el capitán Nelson a uno de los momentos angustiosos para el equipo investigativo, en desesperada busca de nuevos indicios.

El protagonista propone a su superior que le permita activar a uno de sus agentes encubiertos en el bajo mundo, y al ser aprobada su propuesta, para consternación de sus jefes y compañeros, reaparece él mismo, irreconociblemente transfigurado en el “delincuente” que fue años atrás, antes de que su jefatura decidiera, para preservar su vida, sacarlo de esa fachada de maleante y pasarlo a la vida pública de la Policía. Es uno de tantos pasajes que condimentan el tortuoso laberinto de esta novela, en el afán justiciero por hallar una aguja en el pajar.

Por otra parte, pesquisas realizadas —no policiales sino periodísticas— revelan a un significativo número de lectores, desde ahora expectantes, que confían contar el próximo año con la continuación de las causas y azares del capitán Nelson, bajo la siempre esmerada presentación de este sello editorial.

 

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