Fue Juan Formell uno de mis primeros entrevistados. Era el año 1990, la Orquesta Los Van Van cumplía el aniversario 20 de fundada y realizaba una gira que se llamó Por la patria. Tocarían en las áreas exteriores del estadio Sandino.
Era casi inexperta en la profesión. Creo que Formell sintió que me temblaba la voz al hacerle preguntas y le agradecí siempre, sin que él lo supiera nunca, que me tratara como la más encumbrada de las periodistas. Fue asequible, cortés, amable, diría que generoso.
En medio de la conversación le comenté que crecí escuchando el tema Marilú, que mis padres oían hasta el cansancio, y me sorprendió cuando al terminar la entrevista, guitarra en manos, comenzó a entonarla. Siempre hemos lamentado, el camarógrafo Alberto Pacheco, de Telecubanacán, y yo, no haber podido, por los cambios de tecnología, conservar aquellas pequeñas estrofas e imágenes.
De esa conversación guardo recuerdos inolvidables: la generosidad con que habló de sus músicos, esos que lo habían acompañado siempre, que lo habían llevado a la gloria, y que nunca abandonaría, mucho menos en una época en que se avizoraban carencias y las agrupaciones reducían plantillas y cambiaban de formatos. También sus sensibles expresiones por Cuba, la necesidad de aquel concierto y la certeza de que Van Van seguía siendo Van Van, a pesar de modas musicales e influencias externas.
Lo evoco en este día también gritando al mundo “¡Y se hizo!” durante el concierto Paz sin Fronteras. Su voz retumbó en la Plaza de la Revolución José Martí, su autoridad y genio musical le concedían ese privilegio, y la orquesta se escuchó con un brío extraordinario. Se reafirmaba Formell entre los mejores músicos cubanos y de Latinoamérica.
Hoy, cuando se vuelve a escuchar su música, es casi imposible imaginarlo muerto. Fue tan genial que la alegría de sus canciones atempera la tristeza del momento.
Siento que sigue vivo en cada una de las melodías que creó y es entonces que en la intimidad de mi casa se me antoja poner su música para no creer en la irreparable pérdida porque los grandes, y los cubanos necesarios e imprescindibles como él, no mueren.