Un nuevo aldabonazo dirigido a provocar la necesaria reacción mundial contra la amenaza que se cierne sobre la vida en la Tierra, y en especial sobre la especie humana, fue lanzado el pasado lunes desde la ciudad japonesa de Yokohama.
Se trata del más reciente informe del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la entidad de Naciones Unidas que desde 1988 monitorea todo lo relativo al calentamiento global originado por la incontrolada emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero (GEI).
“El impacto de recientes manifestaciones extremas relacionadas con el clima, como las oleadas de calor, sequías, inundaciones, ciclones e incendios forestales, muestran la significativa vulnerabilidad y la exposición a la naturaleza cambiante de algunos ecosistemas y de muchos sistemas humanos”, se afirma en el informe, elaborado por 830 renombrados científicos procedentes de 70 países, y otros cientos de expertos y colaboradores.
Los efectos del cambio climático se manifiestan desde el trópico a los polos y tanto en los mares y océanos como en las pequeñas islas y grandes continentes, sin diferenciar entre países ricos o pobres, aunque por razones obvias son los habitantes de estas últimas naciones quienes padecen los mayores sufrimientos derivados del trastorno medioambiental.
Las amenazas son previsibles. La subida de las temperaturas acrecentará significativamente algunos riesgos específicos a lo largo del siglo, como la reducción de los niveles de agua en unas zonas y el aumento de las precipitaciones e inundaciones en otras, además de la elevación del nivel del mar, que no solo provocará inundaciones costeras sino también pérdida de tierras agrícolas. Muchas especies de animales y plantas migrarán, sufrirán modificaciones permanentes o se extinguirán a causa de la desaparición de sus hábitats naturales.
La humanidad sufrirá hambrunas por la afectación a todos los elementos de la seguridad alimentaria; padecerá más por las enfermedades típicas de zonas húmedas y las causadas por la canícula, la contaminación o la deficiente nutrición; y, además, por los desplazamientos migratorios forzados a que obliga el cambiante clima.
Se calcula igualmente que se recortará de manera notable el crecimiento de la economía mundial. Los científicos avizoran también más conflictos entre países, guerras civiles y violencia entre grupos, debido a la competencia originada por el agua o el control de territorios, el aumento de la pobreza, el hambre y la falta de alojamiento, entre otras causas.
La principal acción para enfrentar el trastorno climático ha sido y continúa siendo la necesaria disminución mundial de la emisión de los GEI a la atmósfera, medida que ha sido reiteradamente frustrada por el egoísmo de un reducido pero poderoso grupo de países ricos.
El IPCC afirma que la rápida reducción de la emisión de los GEI, aunque no suprimirá cambios ya establecidos en el clima, ni otros que sobrevendrán, sí puede limitar su magnitud y ritmo, lo cual disminuiría la severidad de su impacto a nivel global. Con este mismo objetivo menciona además un grupo de opciones relativamente sencillas y baratas, como reducir el derroche de agua; evitar los asentamientos humanos en áreas amenazadas; incrementar los espacios verdes en zonas urbanas; impulsar la toma de conciencia sobre el cambio climático, y fortalecer las instituciones llamadas a desactivar crisis entre países que compiten por recursos naturales.
A partir del pronóstico para el incremento de la temperatura global en el presente siglo, que oscila entre 0,3 y 4,8 °C, el citado ente de Naciones Unidas reclama limitar el aumento a 2 °C. Tal aspiración pudiera lograrse mediante el nuevo pacto mundial sobre el tema convocado para el año 2015, si la comunidad internacional de naciones, sin excepción, actúa de manera responsable.
Cabe desear que para ese momento, los depredadores de nuestra casa común hayan meditado sobre lo afirmado la semana pasada en Yokohama por el presidente del IPCC, Rajendra Pachauri: “Nadie en este planeta se librará del impacto del cambio climático”.