El público y la crítica le reclaman al Ballet Nacional de Cuba más presencia en su repertorio de obras de coreógrafos contemporáneos, cubanos o extranjeros. Se entiende: la compañía es una de las principales ventanas del arte de la danza en el país, y de alguna manera marca pautas.
En la próxima temporada de la agrupación (7, 8 y 9 de marzo, en la sala Avellaneda del Teatro Nacional) tendrá lugar el estreno mundial de dos piezas: Celeste, de la belga-colombiana Annabelle López Ochoa; y Triade, del cubano Eduardo Blanco.
López Ochoa, una importante figura de la coreografía internacional, trabajó con primeras figuras y jóvenes talentos de la compañía: Viengsay Valdés, Yanela Piñera, Grettel Morejón, Jessie Domínguez, Mónica Gómez, Alfredo Ibáñez, Víctor Estévez, Arián Molina, Miguel Anaya, Gian Carlos Pérez y Lyvan Verdecia.
Su propuesta cuenta con música de Chaicovski, vestuario de Dieuweke van Reij y diseño de luces de Michael Mazzola en el montaje las asistentes Stephanie Bauger y Linnet González.
Eduardo Blanco trabajó con las jóvenes bailarinas Chanell Cabrera, Cynthia González y Gabriela Mesa para concebir Triade (música de Gioachino Rossini, vestuario de Salvador Fernández.
Las funciones se completan con Prólogo para una tragedia (coreografía de Brian McDonald, sobre la tragedia Otelo, el moro de Venecia, de William Shakespeare), y uno de los clásicos de la coreografía cubana para ballet: Suite Generis, creación de Alberto Méndez inspirada en la música de Haendel y Haydn.