No fue una mera frase el calificativo dado por el presidente Nicolás Maduro a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), durante su intervención en la recién concluida Cumbre de este bloque que ya comienza a hacer historia en el devenir contemporáneo de nuestra región.
A partir de una síntesis de ideas esenciales del Comandante Hugo Chávez, el mandatario venezolano concluyó en magistral enunciado que “la Celac es la gran política del siglo XXI”, y en estas palabras dejaba plasmada una definición que, quizás como ninguna otra, caracteriza en su alcance y dimensiones el significado y las potencialidades de la más joven colectividad de naciones existente en el mundo.
Es precisamente dentro de esta Comunidad donde comienza a materializarse el empeño de aprender a vivir con nuestras diferencias, y que estas, al no ser antepuestas al objetivo de unirnos en torno a lo que nos favorece, no transgredan los límites del respeto que hemos aprendido a cultivar. He ahí la primera clave de la gran política de que habla Maduro y que se evidenció en el escenario de la propia reunión cuando los presidentes de Perú y Chile se estrecharon las manos tras el fallo de la corte internacional de justicia que dio por concluido un contencioso por territorio entre las dos naciones.
Acabamos de proclamar, a propuesta de Cuba, a la América Latina y el Caribe como zona de paz, ajena a toda manifestación del uso de la fuerza para dirimir los conflictos que existen y de otros que inevitablemente puedan sobrevenir, como ocurre en las mejores vecindades y colindancias. ¿No es acaso la adopción de este acuerdo una muestra del más sabio hacer político?
La Cumbre de La Habana patentizó que es propósito de primer orden para la Celac impulsar el desarrollo en cada uno de nuestros países para propiciar la disminución de la pobreza, la eliminación del hambre y la consecución de un mayor grado de bienestar para los pueblos que la integran. Por ello se potencia la necesidad de mayores avances en el ámbito científico, cultural y energético, de modo que los hombres y mujeres de nuestras sociedades puedan aportar más en beneficio de su propio bienestar y el de la nación en que habitan.
Con el aflorar de la unidad y la integración hemos ido aprendiendo —según lo definió la presidenta Dilma Rousseff— que “la prosperidad de unos se puede convertir en riqueza de todos”. La Celac abre las puertas a proyectos de colaboración económica, a los que puede servir de ejemplo el que ya se materializa en la Zona Especial de Desarrollo del puerto de Mariel, en Cuba, donde la primera fase de la terminal de contenedores fue inaugurada coincidiendo con la propia Cumbre de La Habana.
Como muestra también de los nuevos empeños se lleva a cabo la colaboración médica cubana en Brasil, nación a la que nuestro país facilita uno de sus principales recursos, el capital humano representado por miles de médicos, presentes hoy en las zonas de la mayor república de Suramérica, donde nunca antes llegó la asistencia sanitaria.
En ese descubrir de los modos de hacer alta política entre nosotros, no pocos dignatarios proclamaron en la sala oval de Pabexpo la resuelta lucha contra la brecha entre ricos y pobres —un rasgo distintivo de la región— y la necesidad de resolver nuestro déficit industrial que impide aprovechar mejor las riquezas existentes. En tal sentido, la voz apasionada de Cristina Kirchner dejó sentada una máxima: “Si no hay trabajo es imposible reducir la desigualdad; si no incorporamos valor agregado a nuestras materias primas seguiremos en la dependencia”.
Este aserto quedó reafirmado por el presidente Raúl Castro Ruz en sus palabras de clausura de la II Cumbre de la Celac: “Para la erradicación de la pobreza es imprescindible cambiar el orden económico mundial, fomentar la solidaridad y la cooperación y exigir el cumplimiento de las obligaciones contraídas de ayuda al desarrollo”.
Sin lugar a dudas, durante estos días de diálogo entre presidentes se materializó la “gran política” de que hablaba Maduro y se hizo realidad la necesidad de encontrarse en un punto del camino a partir del cual no será posible en este mundo adverso marchar desunidos.