Borrar las cicatrices del tiempo

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Fuerzas de la Empresa de Flora y Fauna trabajan por disminuir la presencia de marabú en los terrenos del Valle. Foto: Oscar Alfonso.
Fuerzas de la Empresa de Flora y Fauna trabajan por disminuir la presencia de marabú en los terrenos del Valle. Foto: Oscar Alfonso.

“Construían como si no fueran a morir jamás”, comentaba una colega mientras desandábamos sobre los pasos que diera Don Mariano Borrell y Lemus dentro de aquella estructura erigida en el Valle de los Ingenios a mediados del siglo XVIII. Aún está ahí la casa-hacienda Guáimaro, con las cicatrices del tiempo, pero sin la más mínima voluntad de lanzarse a sus fauces.

Y no es la única casona que aloja entre sus resquicios la opulencia de una casta afincada en la caña y la esclavitud; otras 12 sobrevivieron centurias para legitimar la plétora alcanzada por los sacarócratas trinitarios durante el llamado “boom” azucarero del siglo XIX.

Desde hace varios años, la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios ejecuta un proyecto de rescate de las casa-haciendas para revitalizar un paisaje responsable del origen esplendoroso de la villa. Trabajadores traspasa los límites temporales para presenciar la historia de una ciudad desde los portalones con vista a los cañaverales, donde todo comenzó.

Retroceder al siglo XVIII

Jamás hubieran imaginado los cerca de 11 mil negros arrancados de sus tierras natales que su miseria y vasallaje urdirían los destinos de una ciudad pronta a cumplir medio milenio de existencia. “Somos resultado de lo que, económicamente, sucedió en el Valle de los Ingenios. La riqueza allí generada con el trabajo esclavo dio paso a las lujosas residencias, al desarrollo de las artes, del comercio, de la urbe en general. Sobre las espaldas del Valle descansaba el esplendor trinitario”, comentó Víctor Echenagusía, especialista del Departamento de Investigaciones Aplicadas de la Oficina del Conservador.

Pero, cuando los cañaverales pródigos de jugo dulcísimo desaparecieron por la sobreexplotación de las tierras, el fin de la trata negrera y la ausencia de tecnología superior en los ingenios;  ya los trinitarios contarían con una riqueza vitalicia: los valores patrimoniales, arqueológicos, paisajísticos e históricos del espacio que había cambiado radicalmente el panorama tradicional azucarero.

“En el gran cúmulo de bibliografía que he revisado en mi vida, jamás han aparecido referencias sobre un lugar semejante al Valle, por cuanto me atrevo a decir que es un paisaje único. Nosotros nos propusimos evitar el colapso de las casa-haciendas aún existentes por la responsabilidad que tenemos de preservar el sitio declarado Patrimonio de la Humanidad en 1988 y además, para salvaguardar nuestra identidad y hacer un proyecto cultural con ese componente de lo que otrora fuera un engranaje industrial”, afirmó Echenagusía.

Durante la segunda mitad del siglo XVIII los burgueses criollos construyeron las casonas, donde permanecían cortos períodos en los que supervisaban la evolución productiva de sus ingenios. Modelos arquitectónicos importados de Europa, pinturas murales de artesanos locales y artistas foráneos, así como obras ingenieras avanzadas para su tiempo demuestran la avidez de los sacarócratas por exponer su opulencia ante la sociedad de la época.

Las Bocas, el Abanico, Guáimaro, San Isidro de los Destiladeros, Manaca Iznaga, Guachinango, Palmarito y Buena Vista son algunas mansiones edificadas en el Valle de los Ingenios e incluidas en el rescate que todavía precisa tiempo y recursos para su conclusión; aunque el advenimiento del aniversario 500 de Trinidad supone motivo suficiente para percibir la materialización, en parte, del ambicioso proyecto.

Un semblante renovado

Más de 100 mil pesos en moneda total se han ejecutado para devolver el vigor de antaño a Guáimaro, espacio que aún presume las paredes decoradas por el pintor italiano Daniel Dal´Aglio e impone su presencia en el paisaje.  Portar indiscutibles valores arquitectónicos y haber contado con el ingenio de mayor producción azucarera del mundo en 1827 devienen méritos para que la mencionada hacienda, otrora propiedad de Don Mariano Borrell y Lemus, fuera seleccionada como futura sede del Centro de Interpretación del Valle de los Ingenios.

“Nos proponemos hacer un montaje museográfico para reflejar el funcionamiento del antiguo engranaje agroindustrial y el modo de vida en las haciendas del Valle. Para ello crearemos una ruta que incluirá, además de la mansión, la nave-almacén, el cementerio de esclavos y los restos arqueológicos de la casa de calderas”, informó Paola López Castillo, especialista del Centro de Documentación del Patrimonio.

San Isidro de los Destiladeros y la tan conocida Manaca Iznaga también han recibido las bondades del rescate: en la primera radicará el Centro Arqueológico del Valle, por conservar la mayor cantidad de elementos del proceso de producción azucarera entre sus restos.

Ruinas del tren jamaiquino, donde se cocinaba el jugo de la caña, del dique que desviaba el curso del río para regar y de las albercas donde obtenían ron, desafiaron el paso del tiempo. Según Norberto Carpio Calzado, director general de la Oficina del Conservador, más de 13 mil CUC se han dispuesto para la restauración de las mencionadas estructuras, incluidas la de la casa-hacienda y la torre de San Isidro de los Destiladeros, esta última muestra una imagen renovada como parte de las acciones.

“La reanimación total de las casas de esclavos aledañas a la mansión de Manaca Iznaga resultan labores ya ejecutadas. Esa tipología de barracones, única en Cuba, fue adaptada para mejorar las condiciones de posibles descendientes de esclavos que allí habitan todavía. También la torre de 43.5 metros de altura, ícono de la villa ante el mundo, ostenta un nuevo semblante gracias a labores de resarcimiento”, informó López Castillo.

La propia fuente acotó que en otras haciendas aun en pie moran personas actualmente; sin embargo, también a ellas ha llegado la conservación. “En tales casos habrá que reforzar la apreciación de los inquilinos por los valores patrimoniales e intangibles impresos en las paredes de sus hogares, pues solo así impediremos que desaparezcan. Ellos son parte activa de este proyecto, que amén de tanto trabajo, aún requiere de muchos esfuerzos”, concluyó la también editora de la revista Tornapunta, publicación de la Oficina del Conservador.

Morfologías atractivas confieren valor agregado a las casonas enclavadas en terrenos de un valle sin par, incluso aquellas reducidas a ruinas por el tiempo implacable. El binomio indisoluble Valle de los Ingenios- Trinidad tendrá en este casi medio milenio otra cara que mostrar al mundo; aunque todavía falte mucho para completar la ruta encargada de subvertir las épocas hasta ubicarnos en el esplendor azucarero de una villa que, con casi 500 años, no renuncia a sus vidas pasadas.

 

 

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