Pocos ejemplos existen de complicidad entre ciudadanía y rebeldía, a la altura del apoyo irrestricto que en la ciudad de Santiago de Cuba se le dio, a los sucesos del 30 de Noviembre de 1956, organizados para apoyar el desembarco del yate Granma.
No fueron ni uno, ni dos, ni cientos los que enfrentaron y estremecieron a la dictadura batistiana por esos días, fue la tierra toda. Así ha trascendido hasta nuestros días, con el más preciso de los nombres con el que se podía bautizar tamaña epopeya: El Alzamiento Armado de la Ciudad de Santiago de Cuba.
Esta porción de Caribe se levantó por la nación toda, y puso en el más alto pedestal de la gloria patria la dignidad de los cubanos.
Más que temeridad fue valentía y más que coraje fue heroísmo el que, silenciosamente primero y calladamente público después, gente de todo tipo —pobres y adinerados, blancos y mulatos, hombres y mujeres— derrocharon en Santiago de Cuba.
La represión, los muertos, los encarcelados, los torturados que dejaban a su paso los esbirros del tirano de turno, Fulgencio Batista, sembraron el miedo sobre la ciudad, y sin que los sicarios mismos lo notaran encendieron también la llama que desató el fuego, que calentó los ánimos, que avivo las esperanzas, y que concretó el milagro de que ni el miedo mismo contuviera el alud que se le vino encima a la dictadura.
Cada uno a lo suyo, y todos, aún sin conocerse, a un fin común: ser libres, o ser mártires.
El 30 de Noviembre de 1956 fue el parto de un pueblo, ese que antes había puesto a latir un corazón a favor de la gesta.
Solo así se entienden los modos en que se cortaron las piezas para la confección de los uniformes verde olivo –devenido color de libertad y pueblo uniformado-, la forma en que frente a las máquinas de coser se dio pedal sin descanso, las maneras en que el alquitrabe de una casa se convirtió en almacén de armas, o la gaveta de una coqueta fuese de súbito dispensario para gasas, esparadrapo y antibióticos, o el desprendimiento con el que se vendieron propiedades para sustentar la causa…
Solo así, quienes 57 años después rememoramos los hechos podemos encontrar respuestas a tantas preguntas: ¿Por qué un médico prestigioso y de salario asegurado arriesgaría el puesto y auxiliaría heridos? ¿Por qué la muchacha atravesó la ciudad con propaganda o pistolas bajo sus sayas? ¿Por qué el joven pintó paredes en la madrugada y se batió a balazos contra el enemigo? ¿Por qué la vecina cobijó al perseguido que jamás y nunca había conocido? ¿Por qué San Germán, San Jerónimo, el Tivolí, Cuartel de Pardo y tantas y tantas calles santiagueras abrieron las puertas de sus casas para resguardar a los insurrectos? ¿Por qué la madre dejó partir al hijo, la novia al amante, la esposa al hombre que ya había puesto en su vientre una semilla? ¿Por qué dar, sin nada pedir, la vida? ¿Por qué?
Solo el poeta se acerca a la respuesta: “Es Santiago de Cuba, no os asombréis de nada”.
No os asombréis entonces de Frank País García, líder del revolucionario Movimiento 26 de Julio, y principal artífice de los sucesos del 30 de noviembre en Santiago de Cuba.
No os asombréis de Otto Parellada, José Tey y Tony Alomá, quienes ofrendaron sus vidas en aquella acción armada, no os asombréis de cientos de mujeres y hombres que de muchas maneras apoyaron la acción insurrecta.
Vale entonces la aseveración: El pueblo santiaguero bien merece una reverencia.
Téngala pues en estas palabras de quién, de hechos y convicciones también es hijo de esta tierra: Fidel Castro Ruz, palabras pronunciadas justo el día en el que públicamente Santiago de Cuba se convirtió en la única de la nación merecedora del título de Ciudad Héroe de la República y se le confirió, además, la Orden Antonio Maceo.
“A ti te honramos especialmente hoy, y contigo a todo nuestro pueblo, que (…) se simboliza en ti. ¡Que siempre sean ejemplo de todos los cubanos tu heroísmo, tu patriotismo y tu espíritu revolucionario! ¡Que siempre sea la consigna heroica de nuestro pueblo lo que aquí aprendimos: Patria o Muerte! ¡Que siempre nos espere lo que aquí conocimos aquel glorioso Primero de Enero: la victoria! ¡Gracias, Santiago!”
Acerca del autor
Periodista cubana. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesora Auxiliar de la Universidad de Oriente. Guionista de radio y televisión.