Una “partida” poco conocida

Una “partida” poco conocida

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Caricatura de Capablanca por Conrado Massaguer
Caricatura de Capablanca por Conrado Massaguer

Por Roberto M. López de Vivigo

Gran jugador de dominó, billar, cartas, béisbol y tenis. Actor, diplomático y conocedor de varios idiomas. Hombre de vasta cultura y una acendrada cubanía. Ese fue José Raúl Capablanca y Graupera, entre las figuras cimeras del ajedrez mundial.

La vida del único latinoamericano campeón universal del juego ciencia fue contada por Jesús González Bayolo, como esas novelas biográficas que dibujan a las personalidades con todos sus matices y las bajan de ese pedestal tan alejado de lo terrenal. Este periodista y profesor del Instituto Superior Latinoamericano de Ajedrez es un apasionado de este deporte y un estudioso del as nacional de ajedrez más joven de la historia (13 años).

Sentado frente al tablero de 64 casillas y rodeado de imágenes y libros de ajedrez, Bayolo conversa y mueve a cada rato una pieza, como si esa acción fuera un mero estímulo fisiológico de su cuerpo.

El 19 de noviembre de 1888 nació en La Habana Capablanca. “Su madre, fuerte y patriota. El padre pertenecía al ejército español. En una ocasión la progenitora mandó a su marido a espiar a los colonialistas a favor de los mambises”.

El ajedrez no fue el único deporte que practicó Capablanca. “Se dice que cuando estuvo en Estados Unidos lo quisieron contratar como pelotero para las Ligas Menores, pero se lesionó y no pudo continuar. Jugaba billar excelentemente y fue amigo de Alfredo de Oro, el mejor billarista cubano de todos los tiempos. Era, además, un buen practicante de bridge, considerado el ajedrez de las cartas”.

Aunque solo de paso, Capablanca se asomó al mundo cinematográfico. Mientras participó en el torneo internacional de Moscú en 1925, actuó en Fiebre de Ajedrez, película soviética de Vsevolod Pudovkin. El filme es una sátira a la “furia” del juego ciencia desatada entre los moscovitas durante la lid.

Capablanca fue culto sin tener estudios superiores, porque no culminó la ingeniería química en la Universidad de Columbia. “Escribía sus libros en inglés y hablaba alemán y francés. Era un lector empedernido de textos sobre filosofía y novelas policíacas”.

El más grande trebejista de todos los tiempos —según Alexander Alekhine— adoraba la música clásica, la escultura y la pintura. “Capablanca visitaba el estudio de su amigo Esteban Valderrama (único pintor para el que posó) con quien conversaba sobre arte. El artista Florencio Gelabert era testigo de esos encuentros.

“Capablanca no era comunista, pero tenía un extraordinario sentido de la cubanía. Rechazó la oferta de ser ciudadano estadounidense y en 1922, cuando se divulgó el hecho, Conrado Massaguer publicó la caricatura: ‘Su majestad, el campeón mundial’, símbolo gráfico de la cubanía en el ajedrecista.

“Entró en 1913 al servicio exterior de Cuba, acontecimiento fuera de contexto porque se convirtió en diplomático sin estudiar para ello. Esta profesión era un soporte para que jugara ajedrez por el mundo sin ser una persona acaudalada, porque viajaba como representante del Gobierno.

“Gerardo Machado expulsó a Capablanca del cargo, porque su hermano Ramiro se oponía abiertamente al régimen. El tirano sospechaba que se había escondido en casa del ajedrecista. Cuando fueron en busca de ambos para apresarlos, Capablanca se fugó tras correr por el patio. Luego se refugió en el lugar menos esperado, la casa del Ministro de Justicia, su amigo personal y quien lo embarcó inmediatamente. El ajedrecista estuvo exiliado en distintos lugares de América hasta la caída del Machadato”.

Recordista invicto por más años (1916-1924) fue “el primer cubano que abogó por el establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales entre Cuba y la URSS. Quedó impresionado con ese país, que visitó en 1914 (Rusia) 1925, 1935 y 1936”. La estancia más controvertida fue la segunda, porque Machado le prohibió que asistiera al torneo de Moscú, pero el trebejista no hizo caso.

Bayolo reorganiza las piezas del tablero como si fuera a comenzar otra partida, quizás otra entrevista. Tantos detalles curiosos, contados con exactitud y de manera diáfana, me hicieron creer, por momentos, que junto a nosotros se encontraba ese hombre elegante, buen mozo e inteligente que fue José Raúl Capablanca y Graupera.

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