Tercer lugar del Concurso Cuba Deportiva: Quisqueya

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Curro Pérez, Rigoberto Rosique y Fermín Laffita.
Curro Pérez, Rigoberto Rosique y Fermín Laffita.

Por: Oscar Luis Pereira Márquez

Solo habían transcurrido siete años desde el inicio de las series nacionales. Se había producido un cambio radical en la concepción de los campeonatos de pelota (baseball) en Cuba. Desde la práctica de tipo profesional, el nombre de los equipos, el color de sus uniformes y lo que era más llamativo, el nombre de los peloteros, pues casi ningún fanático (ahora aficionado, al decir de los narradores deportivos), sabía nada de ellos ni de sus antecedentes.

Nombres como Rigoberto Rosique, Wilfredo Sánchez, Lázaro Pérez, Ricardo Lazo, Tony González, Curro Pérez, Fermín Laffita, Owen Blandino y otros, poco o nada decían al amante de la pelota en nuestro país.

Y se formó el equipo que nos representaría en el Campeonato Mundial de República Dominicana en 1969, donde la rivalidad mayor era entre EE.UU. y Cuba, si se tiene como antecedente lo ocurrido en Sao Paulo en 1963 y San Juan, Puerto Rico, en 1966 y la innegable connotación política que significaba el triunfo, sobre todo si era con una victoria del uno sobre el otro.

La intensidad y emoción de los juegos previos de cada uno ponían de manifiesto lo que se presumía.

Ambos equipos depositaban pasión y vida en cada encuentro por llegar a la final, y de eso todo el pueblo cubano se daba cuenta, y así fue.

Me encontraba esa noche, como estudiante de medicina próximo a exámenes, enfrascado en un estudio intenso, inmerso en gruesos tomos de fisiología e histología, pero con un pequeño radiorreceptor como acompañante, solo en mi casa —pues mi familia había salido fuera de la capital de vacaciones—, a la escucha de ese último y crucial juego.

Llevaba un resumen de lo hecho por cada jugador entrada por entrada, mi concentración en los libros era imposible, de pronto ganábamos, poco después, nos empataban y hasta perdíamos.

Un equipo aguerrido, imbuido de deseos de jugar y ganar, de patriotismo, con una dirección joven y desconocida, pero con criterio e intuición.

¿Cómo explicar lo hecho por un desconocido como Gaspar el Curro Pérez, pitcher por demás, bateando como un consagrado, para impulsar la carrera del empate, luego anotar la del gane y poco después ganarlo como lanzador, con ponche al último bateador?

El pueblo dominicano, con intenso y total apoyo latino, consideraba el triunfo cubano como propio, luego de lo que los estadounidenses le habían hecho en 1965 a su héroe Caamaño. La algarabía y alboroto coexistían de manera impresionantes.

Y de pronto, la narración intensa, final, inolvidable de Bobby Salamanca, el inefable, que aún se recuerda: Bateando Larry Bubbla, “se impulsa el pitcher”: ¡¡azúcar, abanicando! ¡Cuba es campeón mundial!!

Lágrimas, saltos, palabrotas y gritos salieron de todo un pueblo. Supongo que la isla paralizada en ese minuto se hundió por lo menos tres centímetros en el mar Caribe esa noche. Juego que intensificó el sentimiento nacional, del amor a lo propio, hasta qué punto éramos capaces.

Han transcurrido 44 años, ya no tengo 20 años, pero aún es mi recuerdo más querido de la pelota cubana. Ha habido muchos y alegres momentos, pero ese fue, según mi criterio, el más impactante y hermoso.

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