Con el antecedente de una declaración de los 33 países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac)—aprobada hace apenas un mes en Argentina—, que exige la eliminación de las armas atómicas y pone a este conglomerado de naciones a la cabeza de ese reclamo mundial, la Asamblea General de Naciones Unidas discutirá el próximo jueves 26 de septiembre el tema del desarme nuclear.
Cuba, actual presidente de la Celac, ha sido abanderada de la lucha contra el peligro atómico y defiende el uso de la energía nuclear exclusivamente con fines pacíficos, al tiempo que insta a que se prohíba e impida el ensayo, uso, fabricación, producción o adquisición, por cualquier medio, de todo armamento nuclear.
Los cuantiosos recursos que hoy se dedican a armamentos, incluyendo los atómicos, se podrían emplear en combatir la pobreza extrema que hoy padecen mil 400 millones de personas en el mundo. Permitirían, además, alimentar a los más de mil 20 millones de hambrientos que existen en el planeta, evitar la muerte de los 11 millones de niños que cada año fallecen por hambre y enfermedades prevenibles, o enseñar a leer y escribir a los 759 millones de adultos analfabetos.
Las consecuencias
“Si estallara solo el 1 % de las bombas atómicas que existen hoy en el planeta, las ciudades arderían durante semanas, e incluso meses, extendiendo una vasta nube de cenizas que pintaría el cielo de negro. Los hongos de las explosiones termonucleares elevarían nubes de polvo y humo a altitudes estratosféricas donde permanecerían en suspensión durante años, velando la luz solar. Las temperaturas en la Tierra bajarían drásticamente a las pocas semanas. Por lo menos durante uno o dos años la insolación sería débil. Tras este desastre emergería un mundo helado y yermo en el que el 90 % de las cosechas mundiales se habrían malogrado y la capacidad de generación de energía habría disminuido a más de la mitad. Sin medios para calentarse, las ciudades se convertirían en témpanos de cemento abandonados por la fuerte hambruna subsiguiente”, ha expresado el científico norteamericano y profesor de la Universidad de Rutgers, New Jersey, Alan Robock.
Hoy el arsenal nuclear es una tercera parte del que existía en 1985, pero tiene un poder explosivo 10 mil veces mayor que todas las armas utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial. Si toda esta cantidad de armas disponibles se divide entre los actuales habitantes del planeta, a cada ciudadano le correspondería aproximadamente 750 kg de TNT, afirma el profesor Robock.
En tal sentido Fidel ha dicho en una de sus premonitorias reflexiones:
“Ninguna otra época de la historia del hombre conoció los actuales peligros que afronta la humanidad. (…) Pero dos de ellos, la guerra nuclear y el cambio climático, son decisivos y ambos están cada vez más lejos de aproximarse a una solución”.
“Las armas de ese tipo que se guardan adicionalmente en los depósitos, añadidas a las ya desplegadas en virtud de acuerdos, alcanzan cifras que superan los veinte mil proyectiles nucleares”.
“El empleo de apenas un centenar de esas armas sería suficiente para crear un invierno nuclear que provocaría una muerte espantosa en breve tiempo a todos los seres humanos que habitan el planeta, como ha explicado brillantemente y con datos computarizados el profesor Robock”.
Pese a las realidades aquí expuestas, el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares no ha entrado en vigor, la prometida conferencia sobre Oriente Medio como zona libre de armas de destrucción masiva no ha ocurrido y las conversaciones bilaterales Estados Unidos-Rusia sobre desarme ni siquiera tienen fecha de realización.
El debate que tendrá lugar esta semana en la Asamblea General de Naciones Unidas reviste trascendental importancia, en momentos de enorme riesgo nuclear. Solo una razón debe de imponerse: poner freno a la irracionalidad.