Por Orlando Ruiz Ruiz y Yahima Vega Ojeda
Transcurridos 40 años del golpe de Estado fascista y del brutal asesinato del presidente chileno, Salvador Allende, es lamentable constatar que nada ha cambiado en la estrategia imperialista a la hora de impedir que la independencia y la autodeterminación primen en la política de cualquier país. El Gobierno de los Estados Unidos de América, tal como hizo al catapultar al dictador Augusto Pinochet al poder sobre la sangre caliente de sus compatriotas, está listo hoy para un nuevo asalto contra otra nación y otro presidente que se niegan a aceptar sus dictados.
El 11 de septiembre adquirió connotación en Occidente solo después del infortunado ataque terrorista perpetrado en el 2001 a las Torres Gemelas en Nueva York, y no es una singularidad. Los grandes medios de prensa suelen hacerse eco de los sucesos que afectan a los gendarmes del mundo, mientras ignoran las tragedias que cotidianamente sufre buena parte de la humanidad.
Veintiocho años antes de que aquellos aviones impactaran el World Trade Center, símbolo del poder financiero de Estados Unidos, los principales jefes militares chilenos, apoyados ideológica y materialmente por Washington, habían bombardeado el Palacio de la Moneda y masacrado a miles de ciudadanos, en un acto de barbarie terrorista al más puro estilo del oeste norteamericano.
Aquel golpe militar fue solo la conclusión desesperada de tres años de acoso al Gobierno de Allende, en los que prevaleció el estrangulamiento económico y el respaldo a acciones subversivas, para evitar a cualquier precio que la vía socialista de desarrollo se entronizara en Chile y tocara con mayor profundidad los intereses de Estados Unidos en la región, como había hecho 14 años antes la Revolución cubana.
La sombra de la dictadura militar que siguió al golpe del 11 de septiembre de 1973 ha acompañado la historia de Chile durante todos los años que su pueblo ha vivido enfrascado en recuperar la democracia. En la mayoría de los ciudadanos, y muy en especial en los jóvenes, está presente la aspiración de borrar la oscura huella que marcó durante casi dos décadas con su estigma sangriento la existencia de la nación y de buena parte del cono sur latinoamericano.
Rezagos del régimen pinochetista pueden verse hasta ahora en los más disímiles aspectos de la vida de esa nación. Hubo que esperar al año 2012 para que fuera relevado de la alcaldía de una de las municipalidades de Santiago, el exministro y general de la dictadura, Cristián Labbé, la única figura política del país que de manera ofensiva defendía en público la obra del dictador.
Las privatizaciones de los más importantes recursos y servicios, que caracterizaron la administración de Pinochet y la junta militar, han sido profundizadas por gobiernos posteriores, encabezados por políticos al servicio de la oligarquía que han seguido la línea de la entrega a las transnacionales de la explotación del cobre —uno de los principales recursos del país— y puesto en manos privadas el encargo de una gestión de tanta trascendencia social como la educación.
Las prolongadas protestas que los estudiantes chilenos protagonizaron durante el 2011, y que de algún modo se mantienen en la actualidad, tienen su raíz en el modelo económico neoliberal implantado por el pinochetismo, aún vigente en el accionar de la administración del país.
Allende, aun cuando solo es conocido por las nuevas generaciones de chilenos a través de los libros y las vi vencias de sus mayores, continúa siendo símbolo en la lucha por las mejoras en la educación, y en general, por una sociedad más libre e inclusiva.
La candidata de centroizquierda de la alianza Nueva Mayoría, y favorita en los comicios del próximo noviembre, Michelle Bachelet, tiene ante sí el reto de dar un vuelco a la situación de su país y lograr que este rompa en la medida de lo posible con su pasado golpista, bajo el aliento de progreso y unidad que impera en buena parte de las naciones latinoamericanas.
Las transformaciones operadas en la región permiten encontrar el apoyo necesario para enfrentar la herencia del pasado dictatorial y las políticas entreguistas, no obstante la persistencia de la principal potencia mundial en considerar a la América Latina una importante área de influencia donde continuará tratando de imponer fórmulas como la Alianza del Pacífico, en el afán de recuperar el terreno perdido.
El Oriente Medio es el principal escenario de las ambiciones de Washington y sus aliados con un guión que ya es conocido por los latinoamericanos. A 40 años del golpe de Estado en Chile, la opción de suplantar al Gobierno legítimo de la República Árabe Siria, para hacer prevalecer sus intereses, es el centro focal de las intenciones militares de Estados Unidos, tal y como lo demuestran también sus anteriores incursiones en Afganistán, Irak y Libia.
El Presidente que defendió con su vida la autoridad que el pueblo le entregó
Salvador Allende, médico de profesión, nació en el seno de una familia de clase media acomodada, pero desde su época de estudiante universitario se vinculó a las posiciones de la izquierda chilena. Fue electo diputado en 1937 y ocupó el cargo de Ministro de Sanidad entre 1939 y 1942. En esa época se convirtió en líder indiscutible del Partido Socialista de Chile. En 1970 fue elegido presidente.
Muy pronto sus posiciones claramente revolucionarias y antimperialistas le granjearon el odio de Estados Unidos. Realizó una abarcadora expropiación de tierras e inició la socialización de importantes empresas hasta entonces en manos privadas. Una de las decisiones de mayor trascendencia de la administración de Allende fue la nacionalización del cobre, hasta entonces en poder de empresas norteamericanas.
Desde el comienzo de su mandato, el 3 de noviembre, las dificultades que el nuevo gobierno debió enfrentar fueron inmensas. Ya antes de la asunción presidencial se realizaron intentos por abortar el proceso, el más grave de los cuales terminó con el asesinato por parte de un comando de ultraderecha apoyado por la CIA del Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider, guión era un decidido partidario del Presidente.
La oposición se estructuró en distintos frentes; en lo político, con el posicionamiento en la estructura parlamentaria de representantes de derecha y democratacristianos que actuaban unidos; en el plano de la ilegal insurgencia, con la formación de grupos de carácter terrorista que dinamitaron torres de alta tensión y líneas férreas. A pesar de esta rígida oposición, el mandatario socialista contó con un apoyo enorme de la ciudadanía, en particular de los sectores populares, que se veían directamente beneficiados.
En junio de 1973 militares oligarcas fraguaron un primer intento de golpe, conocido como El Tancazo: un regimiento de blindados de la capital se alzó contra el Gobierno, pero las fuerzas leales, encabezadas por el general Carlos Prats, lograron dominar la situación.
Finalmente, el 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet encabezó una brutal asonada, durante la cual el ejército bombardeó el Palacio de la Moneda, sede del Gobierno. El presidente Allende rechazó las exigencias de rendición y prefirió morir antes que ceder frente a sus enemigos.