“Ya no es igual”, expresa Zenaida Prieto Correa, pero esta mujer famosa por cualquiera de los vegueríos pinareños, parece no haber perdido su extraordinaria habilidad para ensartar tabaco. Y aunque hace algún tiempo que no comparto sus hazañas, con casi 70 años promediaba más de 110 cujes por jornada, una tarea difícil aún para las jóvenes más avezadas en el oficio.
De pequeña casi todos quedaban admirados por la destreza de la muchachita de San Luis, más exactamente del barrio rural de Santa Fe, en el extremo occidental de Pinar del Río, la reconocida tierra del mejor tabaco del mundo. Pero muchos no querían creer lo que de ella se decía y la adolescente de apenas 13 años hacíase la de oídos sordos y cada día se ufanaba en ensartar más hojas de tabaco o en seleccionar mejor las hojas.
No fue cuestión de un día, sino de mucho esfuerzo y sacrificio y hubo ocasiones en que pareció acordarse del refrán de las tres tazas y ensartaba hasta 140 cujes en una jornada. Y no permitía que nadie le arrebatara el primer lugar en las muchísimas competencias en que participaba.
“Eso de la habilidad para ensartar tabaco nació conmigo. Yo creo que esas cosas vienen con la persona y como desde que nací me pusieron a hacer estas cosas del tabaco, entonces tenía que surgir una buena ensartadora”.
Lo mismo le ha pasado con su única hija. ”Yo me casé con 21 años, y cuando tenía 44 y ya hasta pensaba en quedarme para los sobrinos, salí embarazada y, ¡lo que son las cosas! es igualita que yo, muy ligerita ensartando tabaco”.
Su destino era el tabaco
Al nacer, el 28 de junio de 1941, su destino ya estaba vinculado al tabaco. Así había sido con cada uno de sus siete hermanos, tíos, abuelos y con cuantos Prieto o Correa integraron su larga y pobre ascendencia campesina. ¿De escuela?, muy poco, cuando el trabajo dejaba algún tiempito libre. “Así, malamente, llegué al sexto grado, pero en 1959, pegadita a los 20 años, fue que pude ir a un aula de verdad y entonces llegué al noveno grado”.
De niña, cuando la metieron en el taller de despalillo de tabaco, aún los bracitos no le llegaban al mostrador, y entonces cada vez que venía la gente del gremio sindical tenían que esconderme, pues no querían que los niños trabajaran. “Mis padres no hubieran querido mandarme, pero imagínese usted, qué íbamos a hacer. Lo que yo llevaba a la casa ayudaba en algo para comer”, rememora.
En medio de todas esas vicisitudes se fue formando su carácter firme y voluntarioso y solo después de 1959 la vida le comenzó a reconocer su virtuosismo en el ensarte tabacalero.
No puedo estar sin hacer nada
Zenaida es una mujer de poco hablar, muy trigueña y con una tez ya marcada por la inclemencia del sol y el mucho esfuerzo realizado en su vida. “Pero a pesar de mis más de 70 años tengo un tremendo espíritu y todo lo que me propongo lo logro. Si me piden irme permanente a la agricultura, me voy. Cualquier cosa hago y eso lo digo sin ninguna petulancia. Aún estoy en condiciones de hacer lo que esta Revolución me pida”.
Vive en el mismo lugar en que nació, donde la Revolución le hizo una casa y labora en la empresa tabacalera de San Luis, bien pegadita a su vivienda.
Cada día, a pesar de haberse jubilado desde hace 9 años, se levanta a las 5 y 30 de la mañana, deja preparado su almuerzo y a las 7 a.m. ya está en su puesto de trabajo. “El problema mío es que no puedo estar sin hacer nada”.
Sus palabras, diáfanas y sin petulancia, se comprueban en las 22 ocasiones en que fue seleccionada como Vanguardia Nacional y en su deseo de no morirse sin estar al lado de Fidel. “Él no pudo ponerme la estrella de Heroína del Trabajo y quisiera estar un día a su lado, para que me conozca y sepa que todo lo que he hecho ha sido por él, entonces yo me iría feliz para mi tumba”.