Por Dilbert Reyes Rodríguez
«De Cangamba nunca es posible decirlo todo», confiesa el Héroe de la República de Cuba, coronel (r) Fidencio González Peraza.
El entonces teniente coronel Fidencio González Peraza (al centro), junto al capitán Fernando Fuentes Rivero (izquierda) y al mayor Diógenes Bell Sessé poco después de finalizado el combate.
Demasiados recuerdos se agolpan en la memoria del jefe militar 30 años después de la épica batalla, porque demasiado intensos también fueron los acontecimientos en aquella porción recóndita de suelo angolano, en la cual por ocho días -–aunque el asedio artillero había empezado varios meses antes—, más de 80 cubanos y un grupo mayor de combatientes nacionales vencieron, a fuerza de coraje y resistencia sobrehumana, la poderosa ofensiva enemiga.
De Cangamba, Peraza prefiere siempre el legado, el símbolo, que acudir a la historia cronológica del hecho sucedido entre el 2 y el 10 de agosto de 1983. De todas formas, lo revive en la remembranza de cada compañero caído, de cada amanecer bajo metralla, de las pruebas más cruentas, de la sed y el hambre¼
«Pero teníamos la convicción irrevocable de resistir a toda costa, en correspondencia con las enseñanzas del Comandante en Jefe Fidel. Nunca fue una opción rendirnos. Lo habíamos aprendido de nuestras mejores tradiciones patrióticas.
«Por eso en los minutos más difíciles, sembrados en las trincheras, los recuerdos más alentadores fueron los de Maceo en el combate, los del Comandante Almeida en Alegría de Pío. Por muy menguadas que estuvieran las fuerzas, siempre alcanzaron para gritarle al enemigo varias veces cada noche: ¡Aquí no se rinde nadie!» y unas cuantas malas palabras más.
En Cangamba, el espíritu de irrevocable resistencia superó los límites de lo humanamente posible; pues más allá de vencer el tiempo prolongado que duró la batalla, de la posición crítica dentro de un cerco apenas a 20 metros del contrario, de la angustia irracional de sobrevivir sin agua ni alimentos, las historias personales revelan capítulos desgarradores que en el ejemplo del coronel Peraza convocan al respeto y la lágrima.
«La guerra es dura y difícil, eso se sabe; pero para mí, que estuve en Angola 29 meses, en Cangamba las pruebas de resistencia se nos presentaron de muchas maneras trágicas, más allá de la dinámica del combate.
«Por ejemplo, tomar la decisión de rebasar la trinchera, apoyado sobre el cuerpo mutilado de un amigo; aceptar la terrible casualidad del misil que acertó a entrar por la estrecha ventilación de un túnel y arrancó la vida del médico y otros valiosos hombres; o soportar un repentino bombardeo encerrado solo en el refugio destinado a los cadáveres de mis jóvenes compañeros, mientras en mi conciencia martillaba la idea: ¡Carajo, son mis muertos!, y no era por temor a la muerte, sino porque aquellos eran mis soldados».
Para Peraza el coraje colectivo rebasó las trincheras defensivas de Cangamba: «si la victoria final fue posible, también se debió al apoyo imprescindible de los pilotos de combate, a las tropas de Destino Especial que debilitaron el cerco, a la conducción militar del Comandante en Jefe desde La Habana y el alto mando en Angola, a la inestimable carta de Fidel a nosotros, pidiendo resistencia a toda costa y confianza en las tropas encargadas del rescate».
«Con tantos esfuerzos por nosotros, podíamos perderlo todo, hasta la vida, pero la dignidad jamás. Ni la posibilidad real de la muerte quebrantó nunca la decisión de resistir, y al final vencimos».
A la altura de 30 años después, Cangamba ya no es para Peraza el nombre del poblado africano, ni siquiera de la batalla misma que lo sorprendió allí cuando ya había cumplido su misión y entregado el mando:
«Cangamba es un reflejo del espíritu de resistencia. Ese fue nuestro espíritu, como lo ha sido siempre el espíritu de los cubanos en la defensa de las causas justas».