Este libro debió publicarse en Cuba.
Pero no: El telescopio de la hormiga. Los períodos creativos del Indio Naborí, del poeta y ensayista Fidel Antonio Orta (La Habana, 1963) vio la luz recientemente en México, bajo el sello del Frente de Afirmación Hispanista que preside el poeta Fredo Arias de la Canal, y prologado por Maximiano Trapero, catedrático de Filología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Es decir, intelectuales hispanoamericanos pusieron su cuota de interés en que fuera realidad en letra impresa este volumen, el cual constituye la primera periodización de la obra literaria de Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, llamado por muchos “el poeta del pueblo cubano”. Y no hay palabras suficientes ni exactas para agradecer ese interés y esa realización.
En su introito, Fidel Antonio explica que el destinatario pensado es el lector joven. Sin embargo, como sucede muchas veces con tal noble intención, el saldo es un libro útil para todos los públicos. Incluso para quienes están familiarizados con la luminosa huella de Naborí, este ensayo periodizador es una fuente altamente ayudadora, desde hace mucho necesaria.
El afán escrutador y riguroso con que examina la trayectoria literaria de Orta Ruiz no le impide al autor el valor añadido de la amenidad. La feliz circunstancia de ser uno de los hijos del bardo, le permite condimentar el profundo análisis con palpitantes remembranzas de una vida en común preñada de aprendizajes, brotados de valores de infinita vocación por el ser humano, por el mundo que lo rodea, por la familia, por la identidad nacional, por la justicia social y por la poesía, en el sentido más amplio que pueda tener ese hondísimo concepto. Todo a un tiempo, a partir de un mismo ser humano.
Fidel Antonio, también profesor de Literatura, equilibra aquí la profesional mesura de su examen con la inevitable —y también agradecible— vehemencia filial, de algún modo reveladora del afán similar que estremeció a su padre cuando cantó a su progenitor: sigo empeñado en decir / el canto que no dijiste.
Esta plurivalente proyección para plasmar el legado de un hombre plurivalente, demanda, junto a la exposición de las luces, la revelación de las sombras: No siempre fue justamente valorada la atipicidad de este creador, comprometido consigo mismo por igual y dotado por igual de magisterio para la poesía que se realiza en la oralidad improvisada y cantada, tan de las raíces de la cubanía, de comunicación inmediata y para públicos multitudinarios —oralidad que, dicho sea de paso, no se acaba de comprender que es también literatura—; como para la poesía de índole civil que reclama de sus mílites la movilización, versos mediante, de millones de personas inmersas en un proceso social sin precedentes; como para la poesía del más intenso desgarramiento existencial y de las más intensas indagaciones ontológicas, más propia para la íntima complicidad del lector en solitario. Y lo anterior dicho, y así, está en este libro.
Sus aportes, en cada uno de esos desempeños de la poesía —sin abundar, por razones de espacio, en su ancho y enriquecedor quehacer en el periodismo y la ensayística— fueron muchas veces subvalorados, o relegados, cuando no desconocidos, consciente o inconscientemente. Recuerdo que el también profesor Roberto Manzano consideró tardío el otorgamiento a Naborí del Premio Nacional de Literatura en 1995 —cito de memoria— “no sin cierto forcejeo, a pesar de que era respetado por tirios y troyanos”.
De lo expresado, en la mayor síntesis posible, se colige la valía en que tengo, para ahora y para el futuro del panorama literario del país, este ensayo El telescopio de la hormiga. Los períodos creativos del Indio Naborí, dado a la luz en México.
Un libro que debió nacer en Cuba.
No fue posible, a pesar de los muchos intentos de su autor porque así fuera. Confío, imagino, tengo la íntima esperanza, de que más temprano que tarde podamos tener una edición cubana.