Santiago de Cuba no es la de siempre; en realidad es otra sin dejar de ser la misma. Conserva lo que la ha distinguido de esencia y ha transformado radicalmente su apariencia.
Intactos están la alegría de su gente hospitalaria, fiestera y trabajadora, el empeño rebelde heredado del cimarrón y del mambí, el aliento de esperanza, y el toque de osadía que le recorren las venas.
Pero Santiago ha trasmutado su imagen y ahora renace con un lucimiento sin par, uno que asombra al viajero y enorgullece a los del terruño.
Con cada paso del caminante llegan pregunta y respuesta en palabras de poeta ¿Cómo te has levantado después del destrozo? Es Santiago de Cuba, no os asombréis de nada.
Y es que más allá de los muros de una fortaleza aquí viven el espíritu del 26, la locura de la gesta y el ejemplo de quienes le dieron vida, de ello se nutren los santiagueros que hoy disfrutan de lo lindo y de lo nuevo.
Ahí están las obras: galería de arte, círculo infantil, viviendas, luminarias, pintura de fachadas, rescate de instalaciones, espacios que nacen, jardines que reverdecen, escuelas y hospitales remozados…
Y aún así no menguan los bríos de hacer porque es mucho lo que resta por conquistar, pero en medio de tanto empeño vale el alto en el camino para brindar por el 25 de julio, fecha de anunciación, de festejo por los 498 años de vida de Santiago de Cuba; y vale también el tiempo para el tributo, para la honra, para otro 26, otra Mañana de la Santa Ana, otro Moncada, otra victoria.
Acerca del autor
Periodista cubana. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesora Auxiliar de la Universidad de Oriente. Guionista de radio y televisión.