Hay que decirlo: en la literatura cubana de ahora mismo no abundan las historias, las buenas historias. Buena parte de la narrativa se regodea (para bien o para mal) en experimentaciones más o menos diáfanas, en soliloquios de inspiraciones disímiles, en reflexiones contemplativas, en ensoñaciones lúdicas… Complace encontrar una novela con novelería, vale la redundancia. La Concordia, por ejemplo, el texto con que Evelio Traba (1985) obtuvo el Accésit del Premio Alba Narrativa 2012.
Se trata de una obra pretenciosa, la saga de una familia bayamesa desde la Guerra de los Diez Años hasta bien entrado el siglo XX. La trama se articula desde la pluralidad de voces: la omnisciente tercera persona, la narración comprometida de una sobreviviente privilegiada, las notas de un diario personal. Dinamitando la consecución temporal se va armando el fresco, el retrato multicolor de un linaje marcado por la desgracia y las pasiones.
El contexto aquí pesa mucho. La historia de la familia, sus oponentes y sus acólitos, está marcada por la de la ciudad, pletórica de peripecias. El autor equilibra bien —es evidente una vocación investigativa seria—, hasta el punto de que en ocasiones el lector menos avisado perderá noción del límite entre realidad y ficción.
La Concordia está escrita con una evidente pretensión de estilo. Y en buena medida se consigue. Las imágenes son casi siempre inspiradas, hay dominio del calado expresivo, la lectura fluye… Falta, quizás, cierto barniz en el acabado de algunas frases. Tampoco ayuda el trabajo de edición: alguna que otra falta de ortografía asoma, algún signo mal emplazado. Y aquí y allá el autor pone en boca de sus personajes expresiones fuera de época: ¿se utilizaba en pleno siglo XIX esa incorrecta y popular acepción del término “obstinarse”?
Es probable que choque también la alternancia dispar de voces. Llega el momento en que entre tanto monólogo uno extraña el narrador omnisciente. De cualquier forma, son males menores (si es que son males). La novela atrapa y seduce por la tensión de su entramado, por la singularidad deliciosa de sus muchos personajes.