Justo Moronta Cartesano y Miriam Rodríguez Guilarte son dos campesinos que viven “donde el Diablo dio las tres voces y nadie lo escuchó”. Serranía bien adentro, tienen una pequeña casita de madera, con el típico fogón de leña a un lado. Al frente, un jardín de flores le ocupa la tarde a ella, y a los lados y hacia atrás está un plantío de café que es la mayor riqueza de la familia, intercalado con altísimos árboles de ateje, algarrobo, ceiba…
A la finca hay que ir necesariamente en yipi, a caballo o a pie, por un estrecho sendero rodeado de arbustos. Pero cuando se llega, la vista queda recreada en una suerte de exposición de la campiña cubana típica, muy limpia y cuidada y que semeja un oasis placentero entre tanto monte y lomas.
A unos 100 metros en la parte posterior, cinco elevaciones naturales hacen como una especie de farallón protector, muy útil en tiempo de huracanes, cuando los vientos se meten en la serranía y dan vueltas y vueltas sin encontrar la salida, destruyendo todo lo que encuentran a su paso.
El matrimonio atiende 10 hectáreas de café que aportan cada año no menos de 200 latas. En el 2010, Justo fue el mejor productor del país del sector cooperativo y campesino. “Ahora rehabilité, o sea, desmoché los cafetos para que agarren más fuerza, porque ya estaban un poco debiluchos”, explica el experimentado productor.
Y asegura que en la próxima cosecha, ese pedazo de tierra debe dar entre 350 y 400 latas del grano, con alta calidad. “Tenía demasiada sombra y tan malo es no llegar como pasarse; tuve que regularla. Ya puse trampas biológicas para que la broca no dañe el cafetal. Ahora estoy chapeando, saneando, deshijando… Esta es mi vida. Desde los doce años estoy metío en esto del café”, asegura Justo.
Miriam, por su parte, se queja de las garrapatillas del monte, diminutos insectos que suben por los zapatos, pican e irritan; de las santanillas, hormigas pequeñas que provocan un ardor intenso, y de la picapica, una planta que causa una molestia casi insoportable en el lugar donde hace contacto con la piel.
Pero también compara el presente con el pasado y afirma que no hay parecido alguno. Con orgullo habla de sus dos hijos: la hembra es especialista en la sala de cuidados intensivos del hospital Doctor Gustavo Aldereguía Lima, y el varón se graduó de psicólogo. “Nosotros no pudimos estudiar nada”, dice con cierta tristeza y baja la mirada.
Elogia los beneficios que aporta el panel solar instalado en el techo de la humilde casa. “Gracias a eso podemos ver la televisión y dormir con ventilador”, agrega.
A la zona le nombran Hoyo de Padilla, porque se ubica en una especie de socavón entre el lomerío, pero ciertamente, me hubiese gustado le llamaran Hoyo del Café, donde Justo y Miriam trabajan muy duro todos los días, pero son felices.
Acerca del autor
Graduado de Profesor de Educación General en el Instituto Superior Pedagógico Félix Varela, de Villa Clara, Cuba (1979). Ha laborado en la Revista Juventud Técnica, semanario En Guardia, órgano del Ejército Central, periódicos Escambray, CINCO de Septiembre y Granma. Desde el año 2007 es corresponsal de Trabajadores en la provincia de Cienfuegos. Está especializado en temas económicos y agropecuarios. En 1999 acompañó en funciones periodísticas a la segunda Brigada Médica Cubana que llegó a Honduras después del paso del huracán Mitch. Publicó el libro Verdades sin puerto (Editorial cubana MECENAS). Ha estado en otras tres ocasiones en esa nación centroamericana, en funciones periodísticas, impartiendo conferencias a estudiantes universitarios, asesorando medios de comunicación e impartiendo cursos-talleres sobre actualización periodística a periodistas y comunicadores. Multipremiado en premios y concursos internacionales, nacionales y provinciales de Periodismo. Fue merecedor del Premio Provincial Periodístico Manuel Hurtado del Valle (Cienfuegos) por la Obra de la Vida – 2012. Le fue conferido el Sello de Laureado, otorgado por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura (SNTC). Mantiene evaluación profesional de Excepcional.