Cargando...Fina García Marruz vive entre nosotros, sigue nuestra suerte, pero al mismo tiempo, habita otra dimensión. Los poetas paren mundos, afortunados que son.
Fina García Marruz ha ido esculpiendo durante los muchos años de su vida un cuerpo lírico, hermoso y palpitante, esencialmente matizado. Sus poemas suelen ser leves en su enunciación —como aire ligerísimo y vivificante— pero contundentes en sus implicaciones.
Rosas de delicado perfume, con espinas, claro… y con raíces que beben de las aguas subterráneas. Fina García Marruz ha preferido (¿ha preferido?, ¿ha debido?, ¿le ha tocado?) estar a la sombra, callar con la discreción de un gigante que acecha, mostrar ante los golpes de la vida una serenidad olímpica, aunque nunca arrogante.
Sus poemas hablan, han sido muchas veces el rostro. Fina García Marruz se ha internado una y otra vez en el bosque pródigo de la obra martiana, le ha dedicado al Maestro muchas de sus mejores horas, con una sensibilidad y una humildad resplandecientes; de su pluma —de su mente— han brotado algunas de las más diáfanas reflexiones sobre el itinerario personal y creativo del más grande de los cubanos: Martí mártir.
Fina García Marruz no ha hecho nada buscando premios, reconocimientos, fama presuntuosa… Diamantino ha sido su orgullo. Ha recibido los más altos reconocimientos de su país siempre con la tranquilidad del que sabe que los merece pero no los necesita.
Dos patrias tiene Fina: Cuba y la poesía. Quizás una sola: la Cuba soñada en versos, vislumbrada en su andar zigzagueante con la gracia de Dios y de los hombres…
Hay un instante preciado en que el mundo real se confunde con el mundo ilusorio. Fina García Marruz lo ha buscado toda la vida. Ese es el oficio del poeta. Ella lo dice mucho mejor que yo, en versos inspirados: Si los poemas todos se perdiesen/ el fuego seguiría nombrándolos sin fin/ limpios de toda escoria, y la eterna poesía/ volvería bramando, otra vez, con las albas.
