Doña desde hace 37 años

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Con ese calificativo de distinción, Dominga Hernández Martí sigue entre calderos y fogones.

Siempre que habla de un especialísimo momento se emociona, porque «no hay país en el mundo en que un Jefe de Estado condecore y abrace a una negra cocinera».

Hace más de un mes al pecho de Dominga Hernández Martí fue prendida una estrella que la enaltece como Heroína del Trabajo de la República de Cuba, y una vez más la encuentro en el contingente Raúl Roa, entre calderos y fogones, para que la alimentación de más de mil constructores «esté a punto, como en casa».

Por conocerla con anterioridad, puedo asegurar que su sencillez, dada su humilde procedencia, quizás sea su mayor virtud, complementada con una incansable lucha que dura casi 67 años.

Sí, porque desde aquel 5 de julio de 1929 en que vio la luz en un campo pinareño no tuvo mucho tiempo de jugar con muñecas ni vestir traje bonito para fiestas, y sí de ver a su padre «sacar harina por 20 centavos» y tener ella que limpiar pisos o recoger semillas cuando apenas comenzaba a espigar.

No quiere ni acordarse de la época en que corriendo suerte acá en La Habana pidió a un señor rico que la ayudara en una tarde de lluvia, y joquetonamente le ripostó: «mi carro no se enfanga con tus zapatos».

Por eso dice tener que darle todo a la Revolución y no le bastan 51 años de trabajo, de ellos 38 dedicados a la construcción en su querido oficio, que disfruta a plenitud.

La casita compartida con su hija en La Lisa está lejos del centro laboral en el Cerro, pero se las arregla, ya en el transporte obrero o en el «camello», para estar en su puesto antes de las 7:00 am. Y en cada jornada cocinar, enseñar el oficio a otros compañeros, atender a sus afiliados como secretaria general que es de su sección sindical.

Es de las que se faja por sus trabajadores cuando la razón los asiste, porque ellos siempre responden sintiéndose estimulados y eso hay que cuidarlo, como también de que los seis compañeros integrantes del ejecutivo funcionen y bien, para que sobre ella no recaigan todas las tareas y la acción colectiva haga que el trabajo sindical diario marche.

Son 64 medallas las que guarda celosamente, de vanguardia nacional 11 veces, de los CDR, la FMC, la Ana Betancourt, Maestra de Oficios, decenas de premios en encuentros culinarios, pero me señala que «el revolucionario no trabaja por eso, sino por el deber.»

Nunca pensó llegar a ser Hija Ilustre del Cerro, ni verse en una tribuna en la Plaza de la Revolución, ni que los niños y el pueblo la abrazaran para reconocerle su esfuerzo.

Mucho menos que Fidel, en íntima conversación, la llamara Doña Dominga, en señal de respeto y agradecimiento. Entonces susurra: «Si alguien tiene que dar gracias soy yo, porque si puedo llamarme Doña es porque hay Revolución en Cuba desde hace 37 años».

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