Escuchar el nombre de José María López Lledín podría no decir mucho; sin embargo, cuando se indica que es nada más y nada menos que el Caballero de París, se nos dibuja un anciano barbudo que cuentan que caminaba por La Habana vestido de negro, con periódicos del día bajo el brazo y dando fe de su estirpe de noble, de caballero