Así decía Fidel el 6 de marzo de 1964, al clausurar el primer encuentro nacional de emulación en el teatro de la CTC-Revolucionaria, hoy teatro Lázaro Peña.
El día antes de esas palabras, Reinaldo Castro había sido investido como Héroe Nacional del Trabajo, primer título de su tipo entregado en el país y que fuera catalogado por el compañero Fidel como el galardón más alto y más difícil de asignar.
Era una respuesta al Primer Reglamento para la Organización de la Emulación Socialista en el país, aprobado por el Consejo de Ministros y publicado en la Gaceta Oficial el 7 de febrero de 1963.
¡Cuánto camino recorrido hasta hoy!
Entonces eran Héroes Nacionales del Trabajo; ahora ─desde julio de 1983─ son Héroes del Trabajo de la República de Cuba. Los mismos héroes.
Iguales y diferentes. Si algo los identifica es su afán ─nunca desmedido─ por el trabajo y su amor ilimitado a la Revolución. Pudieron ser consecuencia de un ardid genético, pero no pueden estar apegados al calor agradable de la alcoba, no aceptan ser segundos de nadie y demuestran ─a su manera─ que en ellos todo es producto de una simbiosis perfecta entre las virtudes que la naturaleza les dio y la voluntad forjada en el día a día de sus inmensas vidas.
Ellos van de un extremo a otro. Algunos no cesan de hablar y en otros las palabras parecen calladas y como enlazadas al alma que les da vida. En ellos lo difícil se hace fácil, lo extraordinario se convierte en cotidiano y lo increíble en algo común. Pero todos, absolutamente todos, los que ya están y los que vendrán, demuestran con su quehacer las muchas visiones que pueden existir sobre una misma realidad, las tantas formas de ser grande. (Gabino Manguela)