Estados Unidos ante el estallido independentista en Cuba

Estados Unidos ante el estallido independentista en Cuba

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En el momento de iniciar la lucha en Cuba, ejercía la presidencia de Estados Unidos Andrew Johnson, quien había sustituido a Abraham Lincoln en 1865 a raíz de su asesinato y estaba al final del mandato. Foto: Archivo
En el momento de iniciar la lucha en Cuba, ejercía la presidencia de Estados Unidos Andrew Johnson, quien había sustituido a Abraham Lincoln en 1865 a raíz de su asesinato y estaba al final del mandato. Foto: Archivo

 

Como es muy conocido, en octubre de 1868 se inició la primera guerra de independencia en Cuba. Muchos de aquellos combatientes esperaban que el cercano vecino, que había alcanzado su independencia casi un siglo atrás y que en esa misma década de los sesenta había sido escenario de una guerra civil que puso término a la esclavitud, fuera solidario con la isla caribeña que también luchaba por independizarse de una potencia europea y contra la terrible institución esclavista. Esto debía producirse naturalmente, a juicio de los contemporáneos, si se era consecuente con la doctrina de Monroe que se había proclamado en 1823. El apoyo exterior sería importante para el objetivo cubano y en América Latina encontró algunos gobiernos que así lo entendieron y extendieron su reconocimiento a la independencia cubana.

En el momento de iniciar la lucha en Cuba, ejercía la presidencia de Estados Unidos Andrew Johnson, quien había sustituido a Abraham Lincoln en 1865 a raíz de su asesinato y estaba al final del mandato. Ese año se celebraban elecciones; por tanto, se estaba en plena campaña presidencial en la cual resultó electo un hombre que había combatido junto a Lincoln de manera destacada, Ulises Grant, quien asumiría la presidencia el 4 de marzo de 1869. Era un factor más para esperar una actitud de simpatía con la revolución cubana.

La opinión pública estadounidense fue favorable a la lucha de la isla vecina. Esto se reflejó en la presencia del tema en el seno del Congreso norteño donde, entre el 12 de marzo de 1869 y el 8 de julio de 1870, se presentaron 20 propuestas de resolución sobre Cuba, aunque no todas en función de la simpatía que despertaba. Estas proposiciones tenían diversos matices, las había por el reconocimiento de la independencia, otras por la anexión de la isla, algunas planteaban reconocer la independencia cuando existiera un gobierno de facto establecido por cubanos, además de otras variantes. No había unanimidad en cuanto a la actitud que se debía asumir, pero lo cierto es que el asunto tuvo prioridad en el cuerpo legislativo desde un inicio. Sin embargo, el ejecutivo no se mostró tan activo en esto, de hecho nunca aceptó hacer el reconocimiento.

En los primeros meses del Gobierno de Grant hubo una importante contradicción al interior de su gabinete en relación con el tema Cuba. Esta estaba polarizada en dos figuras: el secretario de Estado, Hamilton Fish, y el secretario de la Guerra, John A. Rawlins. El general Rawlins era un destacado combatiente, dentro de las fuerzas de Lincoln, durante la Guerra de Secesión, y se le ha reconocido por contemporáneos e historiadores como defensor de la independencia cubana dentro de aquel Gabinete. Sin embargo, Fish mantuvo una posición totalmente contraía, de ahí el enfrentamiento entre estas dos figuras en el seno de aquel ejecutivo. A Rawlins se la ha reconocido como amigo de Cuba y de la causa de la libertad por algunos que conocieron su actitud, como lo hicieron Manuel Sanguily y José Martí.

En 1869 llegó a Estados Unidos José Morales Lemus, en calidad de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la Cuba independiente. En esa función debía establecer relaciones oficiales, para lo cual encontró acogida en Rawlins quien le gestionó una entrevista privada con Grant. Según recogió Crewell, un compañero de gabinete, cuando Rawlins estaba moribundo, le dijo: “Recomiendo á usted á la pobre y martirizada Cuba. Permanezca usted siempre en favor de los cubanos. Cuba debe ser libre y su tiránico enemigo debe ser lanzado de su suelo. Nuestro país tiene sobre sí esa responsabilidad. (…).”  La muerte de este norteamericano el 6 de septiembre de 1869 determinó la pérdida del único apoyo que había en aquel gobierno para la causa cubana.

El tema de la confrontación entre el secretario de Estado, Hamilton Fish y el de Guerra John A. Rawlins, ha estado presente en los estudios históricos sobre la Guerra de los Diez Años y la posición de Estados Unidos ante la misma, por cuanto al primero se le percibe en contraposición a los intereses cubanos, mientras el segundo se aprecia como amigo de los cubanos y su independencia. Tan es así que José Martí calificó a Rawlins de “árbol de virtud, todo hecho de valor y de justicia” y que “no lo dominó más pasión que la de hacer justicia.”  Un historiador como Emilio Roig de Leuchsenring lo califica de “mejor amigo de Cuba entre los gobernantes norteamericanos de todos los tiempos”.  Enrique Piñeyro, quien compartió con Morales Lemus en esa etapa en la emigración, al igual que otros contemporáneos, lamenta la muerte de Rawlins y reproduce sus palabras antes de morir recomendando estar a favor de los cubanos en su lucha.  Lo cierto es que se reconoce así a Rawlins en una confrontación en la cual estaba solo y en la que prevaleció la posición de Fish, quien encabezaba la oposición al reconocimiento de Cuba.

En aquella circunstancia, se manifestaban intereses diversos de diferentes grupos norteamericanos, como los que mantenían relaciones comerciales con Cuba, o tenían propiedades y esclavos en la Isla, o esperaban la anexión en oportunidad propicia que, en general, se oponían a reconocer la independencia y fueron determinantes en la articulación de la política ante la lucha cubana.

El Gobierno norteño, ante la representación cubana, se mostró amable, pero esquivo en cuanto a compromisos. No hubo reconocimiento oficial. Fish estableció claramente que no se podía dirigir a él oficialmente por las dificultades que eso traería con España, y Grant lo recibió de manera privada en entrevista que había facilitado Rawlins; por tanto, Morales Lemus se vio en una situación difícil, en la que no lograba avanzar en cuanto a sus propósitos.

En realidad, no hubo nunca un reconocimiento, pero el interés por el asunto se mantuvo pues se esperaba una oportunidad favorable para actuar. Así lo dijo Fish en una reunión del gabinete el 9 de abril de 1869, al plantear que lo más sensato era dejar que continuara la dominación española hasta que hubiera una consideración más generalizada de que ese dominio era una calamidad que era preciso suprimir, de manera que una intervención norteamericana fuera recibida con alegría por las demás naciones.

La posición planteada por Fish prevaleció en la política de la administración Grant, de manera que no se reconoció la independencia, ni siquiera la beligerancia cubana, pero se observó la situación esperando el momento propicio para actuar, si este llegaba. De hecho, al persistir el estado bélico, se intentaron algunas acciones como el ofrecimiento de mediación entre las dos partes para pacificar la isla, el apoyo a un proyecto de empréstito a España por un sindicato norteamericano a pagar en 20 años, con interés del 5 % anual cuya garantía sería la hipoteca de Cuba y Puerto Rico a favor de Estados Unidos, lo que no se realizó; algunas presiones a España en determinados momentos o, cuando la parte cubana parecía estar en mejor posición, entre 1874 y 1875, con el inicio de una campaña invasora, la posibilidad de dar algunos pasos hacia una intervención, asunto que quedó más en posible presión que en actos concretos.

La posición que prevaleció en todo momento fue la de no reconocimiento de la independencia cubana y se llegó a asumir posiciones muy fuertes de hostilidad, como la proclama de Grant en 1870 que anunciaba el castigo a la utilización del territorio norteamericano para organizar acciones contra estados con los cuales Estados Unidos tuviera relaciones. Esto se producía cuando Estados Unidos mantuvo el suministro bélico a España. Por tanto, el gobierno vecino mantuvo la posición que había personificado Hamilton Fish dentro del gabinete, en representación de los intereses que se movían por no apoyar la guerra de independencia de Cuba y, si acaso, acechar la posibilidad para una acción que estaría desvinculada de quienes luchaban en Cuba por la revolución.

 

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