Fidencio Massó Robert empezó a trabajar como proyeccionista hace más de 30 años en los cines móviles allá por Guantánamo. Luego de ver muchas películas y sucesivas tecnologías para su exhibición, hoy es uno de los tres trabajadores que manejan el moderno proyector digital que desde hace dos años estrenó el emblemático cine Yara, en el corazón de La Habana.
Contiguo al cuarto donde Fidencio hace posible la magia del cine, una pequeña brigada de nueve hombres trabaja sin descanso desde inicios de septiembre en el desmontaje del vetusto y colosal sistema de climatización que desde 1969 enfriaba la amplia sala de mil 357 lunetas, una de las de mayor capacidad en el país.
Al equipo de clima por expansión directa que funcionó por más de cuatro décadas, ahora lo sustituirá una tecnología de enfriamiento por agua, con un costo aproximado de 200 mil dólares, el cambio más complejo de la actual inversión en el Yara.
A partir de un proyecto de la Empresa de Diseño Ciudad Habana (DCH), hecho e importado específicamente para este cine, el nuevo acondicionador de aire será el primero de su tipo en una sala de exhibición cinematográfica cubana, y debe reportar un ahorro energético de alrededor de un 30 % en relación con el viejo equipamiento.
Así lo precisó Roy Villanueva, director de la Distribuidora Nacional del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), quien además explicó a Trabajadores que el mantenimiento capital en el cine comenzó desde el 2015, a partir del financiamiento que le destinó el Ministerio de Cultura.
En ese primer año del proceso inversionista los trabajos incluyeron el cambio de todas las lunetas y alfombras; el arreglo del escenario, la pantalla y los baños; la reconstrucción del piso de granito del mezanine en el vestíbulo y la nueva iluminación de la marquesina sobre su amplio portal, reparaciones que rondaron los 100 mil pesos convertibles.
Poco antes el cine Chaplin y el Yara fueron los dos primeros que recibieron los más modernos proyectores digitales que mejoran la calidad de la imagen e introducen estrictas normas de seguridad para la reproducción de los filmes y contra la piratería, con un costo en aquel momento que rondaba los 100 mil euros cada uno.
En la actualidad ese equipamiento lo poseen también, gracias a sendas donaciones, los cines 23 y 12 y La Rampa, otros dos que integran el llamado Proyecto 23 del Icaic, bajo la administración de la Distribuidora Nacional de ese organismo, junto con el Riviera, el multicine Infanta, y más recientemente, las cuatro pequeñas salas del Centro Cultural Enguayabera, en Alamar.
Durante lo que resta del año y antes de que comience en diciembre la próxima edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, las labores de remozamiento en el Yara comprenderán, además del nuevo sistema de climatización, la reparación del portal, la pintura exterior y del techo de la sala, así como el recambio de una parte de las butacas, en no pocos casos como consecuencia de la indisciplina social.
Calixto Alcaide, director del Yara, refirió al respecto que todavía con frecuencia algunas personas del público mantienen conductas inadecuadas. Junto con el maltrato de las lunetas, sobre todo de sus brazos, censuró los intentos por llevar bebidas alcohólicas al cine, el descuido de la limpieza y la rotura de los baños.
La locomotora del Proyecto 23
La céntrica ubicación del Yara lo convierte, según expresó Jorge Luis Domínguez Menéndez, director del Proyecto 23 del Icaic, en la locomotora de esa propuesta cultural. “Hay quienes pagan en la taquilla, entran, y ya dentro es que preguntan qué película ponen”, añadió el directivo para graficar la popularidad del lugar.
La recaudación del Yara es la mayor entre los cines del Proyecto 23, y ronda los 40 mil pesos semanales, lo cual abarca además de las funciones cinematográficas a dos pesos, otros espectáculos culturales y recreativos que presenta la sala, los cuales oscilan entre 10 o 25 pesos, y hasta 50 como máximo, según la naturaleza y calidad de la propuesta.
Parece mucho dinero, pero esa cantidad equivaldría solo a una ínfima parte de la inversión que ahora recibe el Yara, la cual en estos dos últimos años —sin contar el proyector digital— rondará un valor cercano a los 350 mil pesos convertibles, más otros 200 mil pesos cubanos en salario, lo cual implicaría —según cálculos de este periodista— dedicarle al
mantenimiento capital la recaudación íntegra de su taquilla durante más de cuatro años y medio.
La política cultural de la Revolución, sin embargo, mantiene invariables los precios de entrada a los cines, instituciones que son unidades presupuestadas por el Estado, con un tratamiento especial para complementar tales subsidios con los ingresos por su actividad comercial, explicó Roy Villanueva.
Las tendencias en el cine moderno, razonó, son ahora de cines con varias salas de entre 100 a 200 lunetas, con sistemas de proyección y audio muy sofisticados y caros, que pagan los elevados precios de la taquilla, lo cual no puede ser el camino a seguir por Cuba.
No obstante, la propia realización anual del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano requiere de esta modernización progresiva en el equipamiento y las condiciones de las salas, apuntó el director de la Distribuidora Nacional del Icaic.
“Yo llevo 26 años aquí en el Yara, y he trabajado en 84 cines”, dijo orgulloso Rafael Verdecia, otro de los proyeccionistas, muy contento con la reparación de su centro laboral.