Por Frank Padrón
El acompañante, el más reciente estreno del patio —a su vez el filme cubano de mayor y mejor andadura internacional en el último año, con varios premios en festivales importantes— fue dirigido por Pavel Giroud y aborda un tema en el que ya se introdujo su colega Gerardo Chijona (La cosa humana) en el 2010 con su Boleto al paraíso, como quiera que se enmarca en los inicios del VIH sida en nuestro país. Se desarrolla concretamente en Los Cocos, residencia capitalina que internaba a los primeros pacientes de la enfermedad cuando esta, por recién descubierta, era prácticamente un enigma y acarreaba todo tipo de prejuicios (padres y familiares que abandonaban al pariente contagiado, incremento de la homofobia aun cuando se demostró desde el principio que la dolencia no tenía ni rostro, ni género ni orientación erótica…) algunos de los cuales tiene a bien focalizar y pulverizar el filme.
La relación al principio tirante y después creciente entre un joven infectado y un boxeador al que sancionan y destinan como una suerte de cuidador de aquel, da pie a una historia donde también se reflexiona en torno a valores humanos, a preconceptos que superaban con mucho los de la enfermedad, a crisis sociales y valóricas.
Cierto que Pavel (La edad de la peseta) no evita el tránsito por caminos trillados, y en la conformación caracterológica llega al maniqueísmo, como en el diseño del médico perverso; quizá hubiera sido pertinente también desarrollar un poco más los personajes secundarios, pero amén de esas limitaciones hay que reconocer que su historia tiene garra, y un aura de sensibilidad que entabla diálogo con una amplia y diversa masa de espectadores.
La cinta resulta bien contada, dentro de su estructura clásica, como quiera que responde a un montaje bien articulado que empalma las diversas subtramas con el hilo narrativo central; también descuella la fotografía de Ernesto Calzado, responsable de una imagen limpia y comunicativa que no olvida ciertos claroscuros reveladores en las escenas de interiores.
Así como la música, a cuatro manos entre Ulises Hernández y Sergio Valdés, quienes diseñaron una partitura tan discreta como adecuada en su rol dramático, sin molestas redundancias.
Excelentemente actuada, El acompañante se apoya sobre todo en el dueto de sus protagonistas: Armando Miguel Gómez (Melaza, Conducta) se perfila como sólido valor de las nuevas hornadas de actores, con un ejercicio matizado y sutil; el cantante Yotuel Romero, no menos convincente, en el tipo duro por fuera, boxeador “tronado”, quien va sensibilizándose con su aparentemente ingrata labor. El resto del elenco los secunda con suficiente precisión.
Todo ello en esencia salva al filme de los “pasos perdidos” que implica introducirse en este tipo de canon fílmico donde (como en todo el cine) aparentemente hay ya poco nuevo que decir.
Giroud logra que su historia se conecte con el público mediante un producto digno. Sea nominada o no al polémico Óscar (categoría de filmes no hablados en inglés), o a otros galardones adonde también será enviada, como el Ariel mexicano o el César francés, lo más importante es que en ellos estaremos bien representados.