Cargando...
Como parte de los festejos por el aniversario 55 de la Uneac en la provincia de Ciego de Ávila, bajo el sugerente título de La cruzada del verbo, en la galería Azagaya de esa institución fue inaugurada una muestra de creaciones del prolífico ceramista, pintor y grabador Roberto Ávila Hernández (Ciego de Ávila, 1963), considerado además entre los más diestros ceramistas de la región central de la isla, cuya obra ha ganado espacio dentro de este género de las artes visuales en Cuba.
Esta vez el joven artífice expone un conjunto de 13 pinturas y dibujos cuyas tesis proyectan sus anclas en nuestra (su) contemporaneidad existencial para de tal forma proponer al espectador una suerte de exorcismo personal que promueve la reflexión colectiva sobre la base de un discurso enigmático, sugerente y examinador.
Se trata de iconografías surgidas en su taller-galería, instalado desde hace varios años —y recientemente expandido hacia un terreno aledaño— en su modestísima y acogedora vivienda ubicada en el reparto Vista Alegre, muy cerca del bullicioso y casi rítmico movimiento del ferrocarril. Allí, a veces atormentado por la incomprensión y la duda, bajo la amorosa compañía de su adolescente hijo Lisandro y de su esposa Mercedes, Ávila ha enfrentado demonios y turbaciones con el afán de hacer trascender sus creaciones, tanto en cerámicas y dibujos como en pintura, siempre atento y receptivo al juicio sano y constructivo de quienes aprecian su particularísimo estilo figurativo expresionista, en ocasiones con fuerte influencia minimalista, fomentado sobre la base del estudio y la experimentación autodidacta.
De esta fatigosa y pasional entrega han surgido numerosas series, muchas exhibidas en diferentes regiones del país, entre ellas reconocidas galerías de la capital.
Arquitectura de formas, líneas y manchas, de las que tanto en sus cerámicas como en sus demás iconografías, como las ahora expuestas en la galería de la Uneac avileña, emana una expresión plástica impregnada de emociones y sentimientos, de gestos y experiencias vivenciales matizados mediante el uso inteligente del color.
Exponente fiel de su legado histórico, social y familiar, la obra toda de Roberto Ávila irrumpe en el ámbito artístico cultural avileño como singular muestra de sentido de pertenencia, de arraigo a lo suyo, de apreciación reflexiva sobre el medio en que piensay vive, la mayoría de las veces visto desde un ángulo crítico, oportuno y filosófico, capacidad de análisis y disección que tal vez aprehendió durante su formación como médico. De ahí que entreteje su arte con la propia naturaleza del hombre, es decir, sus ancestrales vínculos con la tierra.
Sus trabajos, de alguna manera, recuerdan los dibujos y pinturas del reconocido artista polivalente Samuel Feijóo (Jorobada, Villa Clara, 1914-La Habana, 1992), particularmente en la pincelada fugaz y en la fragmentación de las figuras que se extienden por toda la composición para conformar un universo de seres humanoides y zoomorfos, protagonistas de discursos atrevidos y complejos pensados en entornos citadinos o rurales.
Vale la pena disfrutar de esta nueva entrega, lírica y eminentemente humanística, de este sencillo y amigable creador avileño.
