Más que una fiesta cualquiera

Más que una fiesta cualquiera

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Foto: Cesar A. Rodríguez
Foto: Cesar A. Rodríguez

 

Una cosa es una fiesta popular y otra puede (debería) ser un carnaval. Para hacer una fiesta popular basta con garantizar una propuesta gastronómica, suficiente cantidad de cerveza, música grabada y, si es posible, alguna que otra orquesta en vivo. Un carnaval debería ser mucho más. Tendría que ser, indiscutiblemente, un acontecimiento cultural.

En muchas ciudades y pueblos de Cuba los carnavales no son lo que fueron. La crisis de los 90 implicó una fractura en la tradición. Después no pudo recomponerse del todo lo que se había debilitado.

Por eso llama la atención el empeño de algunas poblaciones, fundamentalmente del centro del país, por mantener vivo el evento. Hay que ir en tiempos de parrandas a Remedios, a Vueltas, a Camajuaní. Las carrozas allí son espectaculares, los efectos pirotécnicos sobrecogen por su brillantez. Hay que ver los trabajos de plaza de Bejucal, los fuegos artificiales de Chambas…

Si esos festejos se han preservado, contra viento y marea, en años de carencias y abulias, ha sido gracias sobre todo a la voluntad popular y el acompañamiento efectivo de las instituciones culturales y los gobiernos locales.

Otros carnavales, como el de Santiago —quizás el más célebre—, son en sí mismos expresiones patrimoniales, fiesta de toda una ciudad.

Pero esa no es la realidad de otros festejos en el país. Buena parte de las fiestas carnavalescas han perdido carácter e identidad, se han vulgarizado hasta el punto de que no pasan de ser una burda mezcla de chucherías, alcohol y música grabada.

Parece inocente clamar por el rescate de una tradición en los lugares donde evidentemente se ha perdido. Tradición que se pierde, a todas luces, deja de ser tradición.

Sin embargo, hay carnavales, como el de La Habana, que a estas alturas, más que pretender revivir viejas glorias (que nunca llegan a ser ni siquiera bien recreadas) deberían reinventarse. Porque hay que decirlo: La Habana tuvo hace tiempo un carnaval de altura, con singulares rutinas, con carrozas deslumbrantes, con comparsas ejemplares… mas la fiesta que celebra hoy no pasa de ser un “quiero pero no alcanzo”, un desangelado recuerdo.

No significa que muchos habaneros no disfruten su carnaval. La gente asiste, baila, se divierte… Hay, claro, una propuesta cultural en el paseo del Malecón. Participan orquestas de primer nivel que ofrecen conciertos multitudinarios. Las ofertas gastronómicas, mal que bien, existen. No hay graves manifestaciones de violencia, habituales en otros carnavales del continente…

Pero falta arte, sentido del espectáculo. Fíjense, por ejemplo, en las carrozas. Son una discreta caravana sin el menor vuelo. No tienen nada que ver con las que se diseñan en tantos pueblos del “interior” del país. Eso, se mire como se mire, no tiene justificación.

La Habana es el principal centro cultural y económico de la nación, la vitrina ante el mundo. Se merece, necesita, una fiesta mejor.

Al carnaval habanero le hace falta una columna vertebral, que debe estar fortalecida por el concurso de todas las instancias políticas, culturales y económicas de la ciudad.

El carnaval hay que prepararlo todo el año, como hacen otras poblaciones. La empresa del carnaval, el gobierno local, deben afinar esquemas de financiación, perfilar propuestas artísticas.

Hay que convocar a los mejores diseñadores, por concurso o por encomiendas puntuales, de manera que el resultado esté a la altura de una ciudad de más de dos millones de habitantes.

Hay que fabricar muñecones con una clara vocación estética, hay que seguir renovando el vestuario y los aditamentos de las comparsas. Hay que involucrar a nuestros mejores coreógrafos, maestros, bailarines, músicos, actores…

La disponibilidad de recursos, obviamente, siempre será una cuestión problemática. Las grandes cadenas turísticas, las empresas comerciales, los sindicatos pudieran contribuir mucho más al fortalecimiento de una fiesta que al final puede revertirse en mayores ingresos para todos.

No es una tarea fácil, pero tampoco es imposible. Algo se ha hecho en los últimos años, mas todavía no es suficiente. Necesitamos un carnaval mejor estructurado, más pensado. La responsabilidad mayor, obviamente, la tiene el gobierno local. Pero este tiene que constituir un empeño de toda una ciudad. Porque el carnaval tendría que ser orgullo de todos.

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