En los últimos tiempos la palabra integración se ha usado como pretexto para disimular intereses particulares por otros más “nobles”, argumentando la supuesta cooperación solidaria, pacífica y la autonomía de los pueblos. Su significado ha trascendido más allá de la unión de naciones.
En América Latina el proyecto integracionista tiene antecedentes recientes en la iniciativa de algunos gobiernos progresistas para afrontar los efectos del neoliberalismo en la región.
Hace 11 años, en la Cumbre del Mar del Plata, Argentina, esos esfuerzos pudieron derrotar, al menos momentáneamente, al Área del Libre Comercio de las Américas (Alca), a la que se opuso Néstor Kirchner.
El entonces presidente de la nación suramericana (2003-2007) fue apoyado por otros líderes de la región, como el venezolano Hugo Rafael Chávez Frías, quien presentó a la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) como contrapartida al proyecto de Estados Unidos. De aquellos días nos llegó la frase: ¡»Alca, al carajo!» que dio sepultura al tratado de libre comercio.
Kirchner es reconocido como el hombre que devolvió a la política la capacidad para transformar a un país que intentaba recuperarse de la crisis del 2001, legado de una década de recetas neoliberales. Pero también promovió la alianza estratégica con naciones vecinas y coincidió en el intento con Lula Da Silva, en Brasil y con Hugo Chávez, en Venezuela.
Bajo el liderazgo de este jurista y fundador del Frente para la Victoria, fue creado el Fondo Argentino de Cooperación Sur-Sur y Triangular (FO.AR) para acciones técnicas con otros países mediante mecanismos de asociación, colaboración y apoyo mutuo, según expone el sitio de la cancillería de ese país.
Este legado favorable a la integración se mantuvo durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), y se fortalecieron los vínculos con la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), el Mercado Común del Sur (Mercosur), y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Pero desde la llegada del nuevo presidente, Mauricio Macri, a la Casa Rosada, las fichas se han movido de forma diferente.
Algunos especialistas refieren que la República de Argentina vive un regreso al neoliberalismo y el llamado “tarifazo” de Macri, con el aumento del precio de los servicios básicos, parecen probarlo.
En política exterior también ha dejado claro su propósito.
La incorporación de Argentina como país observador a la Alianza del Pacífico, integrada por Chile, Perú, México y Colombia, ha sido presentada por Macri como un logro que le permitirá vincular a Mercosur en su búsqueda por ampliar los mercados para las exportaciones y, a la vez, ganar en flexibilidad diplomática para el establecimiento de alianza con otros estados, según expresó el especialista en política y economía internacional Francisco de Santibañez, al diario argentino Telám.
A inicios de julio, durante la gira por Europa (Francia, Bélgica y Alemania), Macri también expresó su confianza en el liderazgo de Alemania para impulsar las negociaciones entre la Unión Europea (UE) y el Mercosur.
En el encuentro con la canciller alemana Ángela Merkel, aseguró que esta sería una vía para que tanto Argentina, como el resto de los países de la región, marchen hacia el progreso económico.
El presidente francés François Hollande y la Alta Representante para la política exterior de la UE, Federica Mogherini, le aplaudieron sus reformas internas y le consideraron un jugador clave para establecer nuevos vínculos bilaterales con las naciones de Mercosur, lo que terminaría debilitando el bloque regional.
Algunos pudieran creer que sus esfuerzos son positivos, incluso que es una forma diferente de lograr los resultados que esperan los argentinos. Sin embargo, las estrategias mercantiles de la UE han sido cuestionadas por muchos de los países latinoamericanos.
Según la especialista en Ciencias Políticas Vanesa Mongue, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, España, el modelo europeo no es un buen ejemplo a seguir, así lo afirmó en su artículo “Unión Europea vs Unasur. Duelo de integración regional”.
Agregó que si bien el proceso de integración europea aumentó los excedentes de capital y las capacidades de la industria, sobre todo en Alemania, también ha ido en detrimento de la construcción de una ciudadanía política y social basada en los pilares de la igualdad, la solidaridad y la libertad.
Los objetivos de la UE son diametralmente opuestos a los que ponderan otras organizaciones de la región de América Latina, los que buscan enfrentar de forma conjunta las vicisitudes internacionales y las propias desavenencias domésticas.
El mayor desafío de la integración en esta zona del mundo, expone Morgue, va más allá de la formalización de un Tratado. Se trata de superar las barreras nacionalistas y de crear una política de construcción de identidad de mayor intensidad.
Eduardo Alvarado Espina Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Concepción (Chile), coincide en que resulta mejor un proceso que trascienda las instituciones y no anteponga el interés económico a la integración política y social; sino que vele por el equilibrio entre los estados en Suramérica y que se distancie de sus élites económicas.
Las respuestas deben surgir del recorrido propio de cada pueblo, sin recurrir a modelos foráneos.