El tema central que presidió el XXII Encuentro del Foro de Sao Paulo, recientemente concluido en San Salvador, expresa quizás la enseñanza más directa que debe tomar la izquierda latinoamericana y caribeña en su enfrentamiento a la arremetida imperial y de las oligarquías nacionales.
Sobre el poder popular en las transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales de nuestros países opinaron centenares de participantes en el cónclave, convencidos de que en el acto de empoderar a los pueblos estará siempre la fórmula efectiva para lograr el gobierno, y una vez ahí, consolidarlo.
Porque la vida demuestra que no basta con ganar elecciones para ejercer el poder. Si un mérito indiscutible tiene la izquierda es que en un buen número de países le han ganado a la derecha comicios con las reglas establecidas por el formato burgués.
Pero de algo tiene que servir la experiencia. De los intentos de restauración neoliberal que acontece hoy debemos extraer lecciones oportunas. Particularmente el golpe de Estado en Brasil nos enseña que un Parlamento con notable presencia de diputados faltos de ética y sentido de justicia puede juzgar a una presidenta que no ha cometido delito alguno.
Los episodios en el gigante sudamericano, como en otras naciones de la región, dejan claro que cuando las contradicciones son antagónicas la fórmula de conciliación de clases no es posible. Y que ya en el poder, los Gobiernos progresistas más allá de los alcances sociales, deben priorizar una reforma al sistema político; animarse a impulsar transformaciones de fondo en las que el protagonismo lo tenga el pueblo mediante su participación activa. Así se hace valer la hegemonía política e ideológica.
Una idea básica es plantearse la construcción de un proyecto verdaderamente emancipador, pues al no realizar modificaciones estructurales y mantener el statu quo, los Gobiernos populares favorecen de manera involuntaria el retorno de las fuerzas conservadoras. Ejemplos sobran.
Medida esencial debe ser combatir con decisiones el monopolio mediático. Esas corporaciones controladas política y económicamente por grandes grupos de poder operan con actitud perversa en correspondencia con sus intereses.
Si bien la lucha en este terreno contra las clases dominantes es muy desigual desde lo económico y también ideológico —tengamos en cuenta la dimensión del poder político que detentan los medios hegemónicos y su capacidad de manipular la información—, las fuerzas progresistas necesitan crear sus propios instrumentos de comunicación.
Envalentonada por recientes reveses de Gobiernos populares, la reacción anuncia el fin de un ciclo histórico progresista para abrir paso de nuevo al propósito recolonizador llamado neoliberalismo.
Como se ha advertido en muchas tribunas está en marcha la reconfiguración del Plan Cóndor en el continente. Ahora desde las nuevas formas de guerra no convencional, pero con idéntico propósito de desaparecer cualquier vestigio de revolución y progreso, de sumir a nuestros pueblos en una amnesia colectiva que haga olvidar la historia y todas las tradiciones y valores que nos enorgullecen.
Ante esa realidad no queda otra respuesta que batallar desde las muchas razones que motivan a la izquierda. Y para ello resulta imprescindible la identificación y voluntad de resolver insuficiencias y errores que generan descontento en los sectores populares que componen la base social y optan por el voto de castigo, o cuando menos la abstención de apoyo.
Momento de euforia para la derecha. ¡Qué ilusos son esos señores que se creen más inteligentes que los pueblos! Estos son sabios, es lo primero que ignoran tales personajes, como también olvidan que ningún proceso es lineal y la historia registra lógicos zigzags, pero las ansias de libertad y justicia encuentran sendero más temprano que tarde.
¿A quién van a engañar los actores del neoliberalismo, supeditados al capital financiero transnacional, y con probada participación en hechos delictivos como corrupción, lavado de dinero, tráfico de influencia…? ¿Qué credibilidad pueden lograr los representantes de ese explotador modelo que concibe como mercancía elementales derechos humanos como el acceso a la salud y la educación?
Las voces de las mayorías se escucharon otra vez hace apenas unos días en la capital de El Salvador: Más poder popular, que es decir más democracia, y así hacer irreversible los procesos revolucionarios.