Las confecciones cubanas son frecuentes en las ferias y presentaciones comerciales que el país realiza, no con poca aceptación entre el público asistente, y a veces hasta premios de diseño por parte de jurados especializados.
Sin embargo, en las cadenas de tiendas la mayoría de la ropa a la venta es importada y tiene muy escasa variedad y calidad, con un serio desfase muchas veces en relación con la moda.
La vestimenta del patio tampoco es distinguible entre esa oferta comercial en pesos convertibles o cubanos. Al menos en el caso de la ropa industrial, porque artesanalmente hay opciones de mayor calidad y precio.
Durante la muestra expositiva que por estos días tiene lugar en el recinto ferial de Pabexpo, con motivo de la Convención Cubaindustria 2016, conversé con varias personas que laboran en los aparatos comerciales de la industria cubana de confecciones, para tratar de desentrañar este misterio.
Una gran empresa como la de Confecciones Boga, por ejemplo, tiene fábricas en casi todas las provincias del país —menos en Matanzas, Cienfuegos y el municipio especial Isla de la Juventud—.
Los modelos y prototipos que Boga exhibía en esta muestra eran atractivos, con una buena presentación desde el punto de vista comercial. Algunas prendan optaban por premios de diseño o ya tenían alguno en su haber en exposiciones anteriores.
Entonces, el primer argumento que emerge casi siempre para explicar la ausencia de estas ofertas en las tiendas es la cuestión del financiamiento, y las restricciones económicas para una industria que ni en sus tiempos de mayor esplendor llegó a satisfacer toda la demanda nacional.
Pero al ahondar un poco más, aparecen otros elementos que explican la poca competitividad y pobre presencia en el mercado interno.
Dos amables especialistas de una de las fábricas de Boga en la región oriental, me comentaban por ejemplo, que su producto líder son los pantalones de vestir.
Sin embargo, al preguntarles por el comportamiento de los contratos en lo que va de año con las tiendas, dijeron que solo les pidieron unos pocos cientos de esas piezas, porque aunque sus pantalones son de muy buena factura, la juventud no gusta de sus modelos.
¿Cómo puede ser entonces ese su “producto líder”? ¿Por qué no buscan modificarlo de acuerdo con la moda?
Me dijeron que sí, que ahora piensan en estrechar las patas de su pantalón, acercarlo a lo que más se usa… Pero en la práctica, lo que más hacen, de lo que reciben sus mayores ingresos, son pedidos como uniformes u otras producciones para uso social que reciben financiamiento de diferentes organismos.
La falta de agilidad para cambiar, para reaccionar ante lo que exige el mercado, es quizás una de las grandes falencias de esa industria de confecciones criolla, que además tiene una planta fabril insuficiente, cuya capacidad casi queda a tope con los encargos estatales.
El problema casi seguramente es mucho más complejo, y debe tener otras múltiples aristas que ahora mismo escapan a este breve análisis.
Hay que seguir pensando, entonces, en la revitalización de una industria que tanto podría incidir en materia de estímulo al consumo, como forma de incentivar la economía y lograr encadenamientos con otras ramas —como la textil, por ejemplo— y para la satisfacción de necesidades básicas de las personas.
Porque poco o nada nos reporta a la ciudadanía esa paradoja de que abunde la ropa cubana bonita en las ferias, y no en las tiendas.