Dos fonogramas compartieron el Gran Premio de la Feria Internacional Cubadisco 2016: Caribe Nostrum (La Ceiba), de Guido López-Gavilán, y La salsa tiene mi son (Bis Music), de Elito Revé y su Charangón. Pudiera parecer vocación explícita del jurado la de premiar dos vertientes sólidas e intercomunicadas de la música cubana: la de concierto y la popular bailable; pero los merecimientos de los dos álbumes están fuera de duda. Y ambos tributan, de alguna manera, a la gran convocatoria que hizo este año el mayor evento de la discografía nacional: la preservación de nuestras tradiciones musicales.
No se trata de imponerlas —algo de por sí prácticamente imposible—, sino de promoverlas ante públicos potenciales, garantizar el acceso a expresiones valiosas, defender un acervo que nos distingue en el panorama internacional: en tiempos de globalización cultural, Cuba tiene el privilegio de mantener una fuerte identidad musical.
Mucha gente baila y canta reguetón, es una realidad indiscutible (y no vamos a dedicar esta columna a analizar ese fenómeno), pero muchos también disfrutan con orquestas cubanas de timba, o las de música tradicional.
Los más apocalípticos creen que el embate de los ritmos foráneos pondrá en peligro nuestra raíz, pero habría que recordar que esa raíz está precisamente en el crisol de otras culturas: en el son —por hablar quizás de nuestro más renombrado aporte musical— son evidentes las huellas hispánica y africana.
No significa, por supuesto, que haya que bajar la guardia: el gusto del cubano por su música se sustenta en el fuerte movimiento creativo, en la vigencia de tradiciones, pero también, y no menos importante, en el espacio que la política cultural le garantiza al patrimonio nacional, que es patrimonio vivo.
Ante las influencias de afuera (incluso, ante las más mercantilistas) la actitud no puede ser la trinchera, sino el posicionamiento intencionado de lo nacional. Y ese es un reto compartido por las instituciones, los artistas y, obviamente, el público.
Hay una idea que no por repetida deja de llamar a la polémica: “Es necesario rescatar las tradiciones”. Las tradiciones perdidas dejan de ser tradiciones. Y en todo caso, el acto de “rescatarlas” no puede ser asumido como una tarea institucional. Nadie espere que en una fiesta de barrio la gente se ponga a bailar contradanzas. Esos son procesos endógenos.
Hay medios y actores para preservar ese patrimonio histórico (que ha nutrido el panorama actual), pero cada época tiene dinámicas propias. Ahora mismo tenemos mucho que defender, validado por el vuelo artístico y el gusto popular. ¡Que la gente siga bailando con el changüí del Charangón de Revé! ¡Que en las casas de Cultura siga habiendo peñas del danzón! ¡Que suene el mambo! Incluso, el mambo interpretado por sintetizadores…