Carlos Alberto Cremata, Tin, apenas tiene tiempo para responder este cuestionario; pero es tan amable y servicial que reorganiza su cargadísima agenda (una en la que casi siempre aparecen los niños) y acepta la entrevista.
Tin dirige una de las más reconocidas compañías de teatro en Cuba, La Colmenita, que ya es mucho más que una compañía de teatro infantil: es una familia inmensa, que incursiona, además, en la música, el cine, las artes visuales… con una divisa tácita: se hace arte para ser felices. Y esa, está claro, también es la mejor manera de enseñar.
El trabajo que realizas ahora, ¿ha implicado la renuncia de algunos sueños creativos de infancia y juventud?
Tengo la dicha de que lo que hago es la absoluta continuidad de todos mis sueños creativos de infancia y juventud. Todos saben que nací de un vientre de creación para niños. Mi mamá, Iraida Malberti, era la coreógrafa de los primeros programas infantiles de la Revolución (Caritas, Amigo y sus amiguitos, Variedades infantiles, Tía Tata cuenta Cuentos, El Circo, con Domingo y muchos más), luego fue reconocida directora de programas infantiles de televisión: Cuando yo sea grande, Y dice una mariposa…
Lo que casi nadie sabe es que de mami aprendí casi todo lo relacionado con los niños en el arte; pero de teatro me enseñó mi papá, que montaba obras costumbristas en el Aeropuerto Internacional José Martí y en la Aeronáutica Civil, donde trabajaba…
De niño prefería ir a los ensayos de mi papá en el aeropuerto o en las oficinas de Cubana de Aviación en La Rampa, antes de ir al Latino (y eso que a mí me apasionaba la pelota) o a la playa.
Ver dirigir a mi papá, y sobre todo verlo actuar —más que actuar, improvisar constantemente— en papeles comiquísimos de obras del bufo o de Enrique Núñez Rodríguez, era una fiesta creativa que jamás he podido volver a experimentar…
Entonces, bajo la dirección de mi papá, creamos un grupo de cinco niños (mis dos hermanos —uno cineasta, Juan Carlos, y el otro humorista, José Carlos—, junto con mis dos primos —Guillermo Ramírez, hoy artista de la plástica y Amaury, excelente músico) que nos llamamos Los Primos Pelú, porque amenizábamos las fiestas familiares, imitando con largas pelucas y doblando a Los Beatles o a los Fórmula V…
Ese fue el primer embrión de La Colmenita. Por eso yo digo, con orgullo, que pude estar en una Colmenita chiquitica (en mi infancia), dirigida por mi papá y mi mamá.
Lo que hago hoy con niños aficionados es exactamente lo que hacía mi papá en los 60 y los 70 con aficionados al arte de la aviación.
Luego en los Camilitos de Baracoa y en la Unión Soviética lo imité. Siempre fui el que montaba obras de teatro, organizaba los festivales de Cultura…
Así que no he tenido que renunciar ni siquiera a la posibilidad de “no crecer”, de seguir siendo niño y seguir sumergido en el síndrome de Peter Pan y el Principito.
En la labor con los niños, ¿dónde está la frontera entre el director escénico y el educador?
Es una pregunta muy interesante que nunca me habían hecho. Porque yo pude estudiar las dos carreras (licenciado en Ciencias Pedagógicas, en Ucrania y licenciado en Dirección Teatral, en el ISA), pero en lo que hago en La Colmenita me considero, ante todo, un pedagogo. Y más específicamente un instructor de arte, un guía de pioneros.
El teatro es el pretexto maravilloso para intentar crecer mejor, para ayudar a formarnos como ciudadanos, para vivir en valores… Pero siempre digo: los verdaderos maestros son los niños.
Si hablamos de valores, ¿quiénes son los que conocen mejor la esencia de valores como el desinterés, la honestidad, la generosidad?
Como nos dijo Silvio Rodríguez un día: “Los niños son los únicos que se entregan al otro, cien por ciento, sin prejuzgar…” Esa es para mí la utopía de la estirpe; pero te puedo hablar también de otros valores que los niños dominan a la perfección, como el trabajo en equipo, la predisposición para la aventura, la imaginación y el juego, la verdadera generosidad, la limpieza de alma y muchos otros…
¿Cuáles son tus referentes a la hora de hacer teatro? ¿Qué teatro sigues? ¿Qué directores y compañías admiras?
En primerísimo lugar, mi maestra, la que me enseñó mucho de teatro, pero más de ética y cívica: doña Berta Martínez (¡que, por cierto, está cumpliendo feliz sus 85 abriles!). Y la, para muchos “Santísima Trinidad” de Berta, Vicente Revuelta y Roberto Blanco.
Luego Flora Lauten y Raquel Carrió y su extraordinario Teatro Buendía, mi adorado José Milián… Admiro mucho, muchísimo, a Carlos Díaz, a Raulito Martín (mi compañero de aula y creación en el ISA), a Carlitos Celdrán (sus puestas me tiran para atrás en el asiento y me ponen a flotar luego), a mis hermanos geniecillos de Las Estaciones de Matanzas y Teatro Tuyo, de Las Tunas, a Silverio y su mágico Mejunje en Santa Clara, al Guiñol de Guantánamo y sus tremen- das Cruzadas, a Fife “Andante” y a la Guerrilla de Teatreros, que son —Mejunje, Cruzada y Guerrilla— un ejemplo muy grande para La Colmenita…
También al Guiñol de Remedios y el inolvidable Fidel Galván, a Pálpito, a Morón Teatro en Ciego de Ávila, Los Elementos de Oriol… Y, por supuesto, al Teatro Escambray y a Porto y Korimakao en la Ciénaga de Zapata.
¿Hasta qué punto La Colmenita de ahora mismo se parece a la que soñaste cuando comenzó esta aventura?
No, no se parece… La que yo soñé cuando se inició la aventura y comenzaba el período especial era un solo panal, con aproximadamente 20 niñas y niños con quienes me disponía a hacer teatro, sobre todo en las comunidades.
La actual es todo un movimiento que ha ido creciendo como una bola de nieve, dentro y fuera del país, como las colonias de abejas en el mundo melífero.
Dos ejemplos muy recientes: Ahora mismo, mientras el Comité para las Artes y Humanidades del presidente de los Estados Unidos acordaba con nuestro Ministerio de Cultura la intención de reproducir La Colmenita en territorio norteamericano, los cuatro principales fundadores de nuestra compañía se encuentran formando 14 Colmenitas, por plan expreso del presidente Salvador Sánchez Cerén, en uno de los países más pobres y violentos del mundo: El Salvador.
Las historias que nos cuentan de allá ya son para escribir un libro. ¡Imagínate que están llenando los barrios y las escuelas salvadoreñas de pegajosas canciones y textos teatrales infantiles y sembrando una semillita que puede significar mucho para el imaginario del niño salvadoreño de hoy y de mañana!
Lo mismo ha pasado en Colombia, Argentina, Venezuela, República Dominicana, Nicaragua, Panamá, México… por no hablarte de España y Canadá. Siempre en los barrios más humildes y necesitados de esos países hermanos.
El otro: Hace muchos años hicimos la gira mágica que siempre ha hecho La Colmenita —siguiendo los pasos de Silverio, de Oriol, de Porto, de la Guerrilla y la Cruzada— a los sitios más recónditos y zonas de silencio del Plan Turquino-Manatí. El 11 de febrero de 1997 actuamos en una comunidad montañosa muy humilde del macizo Sagua–Nipe–Baracoa, llamada Naranjo Agrio.
Pues quién te dice que hace unos días recibimos en La Colmenita un correo de allá donde nos contaban que varios niños de entonces, por el recuerdo de La Colmenita de los 90, siempre soñaron estudiar arte… ¡Y lo lograron en la Escuela de Instructores de Arte! Acaban de formar una Colmenita de Montaña en esa comunidad rural, que ya se estrenó el pasado 8 de abril y andan llenos de sueños y planes, y preparándose para serles útiles a sus familias montañesas.
Lo mismo ha pasado en Jarahueca, en Moa, en Jiguaní, en Guantánamo, en Santa Cruz del Norte, en Santa Clara, en Las Tunas, en Isla de la Juventud y en muchos bateyes de centrales azucareros…
En La Colmenita, ¿dónde termina el trabajo y comienza la diversión?
¡No hay fronteras, no las hay! El “trabajo” en La Colmenita no es tal trabajo, es pura diversión. Imagínate vivir rodeado de niños simpatiquísimos y ocurrentes, y casi siempre disparatados, explosivos, pasionales, que entran cada día a los ensayos, entrenamientos y funciones como si entraran a un parque de diversiones.
El adulto trabajador generalmente recibe el verdadero premio del descanso, cuando luego de una dura jornada de trabajo llega a su hogar y se encuentra y comparte con sus “locos bajitos”.
Nosotros vivimos entre ellos en cada jornada de trabajo y cuando llegamos a casa, no hallamos si no la continuidad de lo que hemos venido disfrutando durante todo el día. ¡Tenemos el premio de la diversión en cada segundo del trabajo!
Martí escribió feliz a Mercado: “…me llena de contento poder reunir en un mismo quehacer la labor y el gran gusto de ser útil… estoy con este pensamiento como un niño que juega en la cuna con un rayo de luz”.
Así vivimos nosotros: jugando en cunas con rayos de luces… ¿No se parece mucho a la felicidad?
EXCELENTE !!!!! Tan buenas las preguntas como las respuestas, un SUEÑO CONQUISTADO Y MULTIPLICADO. VALE EL ESFUERZO Y LA POSIBILIDAD DE SER PARTE DE ESTE SUEÑO aunque sea desde una entrevista.