La virgen de los diferentes

La virgen de los diferentes

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Fátima (Carlos Enrique Almirante), junto con su creador, el reconocido escritor y antropólogo Miguel Barnet.
Fátima (Carlos Enrique Almirante), junto con su creador, el reconocido escritor y antropólogo Miguel Barnet.

Por Frank Padrón

En el cine cubano se va creando afortunadamente un catálogo de la diversidad; filmes como Fresa y chocolate (Tomás G. Alea/Juan C. Tabío), Video de familia ( Humberto Padrón ) Fábula y Casa vieja (Léster Hamlet), Chamaco (Juan C. Cremata), Verde Verde (Pineda Barnet), Vestido de novia (Marilyn Solaya) y varios documentales, han ido conformando una mirada plural y sensible a diversas identidades eróticas no heteronormativas, que a pesar de exponer tratamientos singulares y personales, han logrado cubrir un poco el manto de silencio en décadas anteriores a los años 90 del pasado siglo.

A este canon se suma Fátima o el parque de la Fraternidad (2014), dirigida por el actor Jorge Perugorría (Se vende), sobre el relato homónimo de Miguel Barnet, en torno a la vida de un gay desde su infancia campesina hasta su avatar como travesti y prostituto en la capital.

El guion del también coproductor Fidel Orta ha conseguido, como mérito inicial, una hábil traslación a imágenes del referente literario; el método analéptico o retrospectivo permitió la combinación y alternancia de pasado y presente sin que se extravíe el hilo diegético e incluso se enriquezca la perspectiva del protagonista-narrador tanto en lo absolutamente personal como en su relación con el contexto y el resto de los personajes.

Sin embargo, y aun cuando en su reciente estreno la obra haya sido objeto de meliorativos ajustes de edición, se lamentan algunas redundancias en la relación imágenes/textos; no queriendo sacrificar demasiado la hermosa y fluida prosa de Barnet, Orta no reparó (y tampoco, por supuesto, el director) en que varios comentarios de Fátima (antes Manolito) ya habían sido profusamente recreados visualmente —como los maltratos paternos a la madre, digamos— así como ciertos excesos que en el cuento funcionan literariamente, pero no en la pantalla; digamos, el “santo bajado” en la sesión espiritista, incluyendo el forzado intertexto con el filme Madre Juana de los Ángeles.

A propósito, esto es algo que el cine cubano contemporáneo, en específico el que aborda los temas diversexuales parece tener como “en plantilla”: desde el Diego asumido por el propio Pichi en Fresa…, el esoterismo y la incidencia en las religiones de origen africano sobre todo, son una verdadera recurrencia; si bien considero acertado insistir en la religiosidad e incluso la superstición (tan inherentes al carácter y el ser cubanos) me parece que se abusa y el tratamiento aquí es representativo de ello.

Junto con muchas escenas notablemente armadas (la “redada” en el parque emblemático, los shows en el centro nocturno —particularmente la intervención del cantante Eduardo Antonio— o las evocaciones sobre la adolescencia campesina) hay otras que no corren la misma suerte, y por el contrario se sienten excesivamente “construidas” (la primera discusión violenta entre el padre y la madre siendo el personaje un niño, las masturbaciones de los amiguitos sobre el árbol, algunas escenas eróticas…).

De modo que, redondeando la idea, Fátima… es un filme desigual, que arroja titubeos tanto en el guion como en la puesta, a pesar de aciertos incuestionables en algunos rubros, tales la música de Ernán López-Nussa, deliciosa y sutil mezcla de motivos cubanos que incluye desde células románticas a lo Cervantes o contradanzísticas (Lecuona), como elementos representativos de la canción y el bolero nuestros.

O la fotografía de Ernesto Granados, rigurosa y matizada en la plasmación de ambientes y espacios que van desde la abierta campiña a la sinuosa nocturnidad en La Habana marginal, desde la intimidad en la “guarida” de Fátima a la promiscuidad solidaria del solar en que se enmarca.

Con sus limitaciones y virtudes, considero que Fátima… es una obra para agradecer y respetar; su discursar profundo e inteligente en torno a tan acuciantes aspectos tanto dentro del tema en que se insertan (la doble moral, la homofobia, los prejuicios, el machismo y el patriarcado, la no correspondencia entre cuerpo y personalidad reales, la inminente erosión de la edad…) como en otros que la elevan a una tesitura mucho más universal (las desgarraduras del amor no correspondido, la tenacidad que permite el triunfo pese a que todo sea adverso…) así lo garantizan.

No debe obviarse ese ítem imprescindible, sobre todo en un filme donde las caracterizaciones son doblemente importantes: Carlos Enrique Almirante, en las dos facetas de su personaje, logra un desempeño superlativo, combinando de modo admirable sensualidad y picardía con todo el dolor e incluso la tragedia de su historia. Como su pareja (Andrés/ Vaselina) Tomás Cao propone un trabajo que explora también dualidades y contradicciones, lo cual encamina por una acertada ruta histriónica.

Los secundan un grupo de destacados actores que, sin embargo, oscila entre la brillantez y ciertos énfasis que empañan la totalidad de sus labores.

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Un comentario en La virgen de los diferentes

  1. A la verdad que no entiendo qué relación hay entre el título «La virgen de los diferentes» y el tema que está escrito y menos en este periódico Trabajadores, donde sí debería de tocarse el tema de los problemas que tienen los homosexuales en el ámbito laboral.

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