Como pasajeros no previstos o molestos compañeros de viaje, severas críticas, mordaces comentarios y enardecidas protestas populares, abordaron y retornaron también en el Air Force One, el avión presidencial que condujo a Barack Obama y a su esposa Michelle, a una millonaria y polémica gira de una semana por tres países de África.
Los influyentes medios de prensa estadounidenses, The Washington Post y The New York Times y otros órganos nacionales e internacionales dedicaron amplios espacios a detallar el costoso periplo para el Gobierno Federal, calculados en más de 100 millones de dólares, los cuales están obligados a sufragar los contribuyentes norteamericanos, aun en medio de una crisis económica y de recortes presupuestarios a los servicios ciudadanos.
Con punzantes señalamientos de sectores políticos y analistas sobre la gira fue descrito por la prensa el aparatoso despliegue militar para garantizar la seguridad del mandatario y su familia.
El operativo incluyó a cientos de agentes del Servicio Secreto estadounidense, aviones militares de carga que transportaron 56 vehículos de apoyo, entre ellos 14 limusinas y tres camiones cargados de láminas de cristal antibalas para cubrir las ventanas de los hoteles en los que residió la comitiva; ambulancias especialmente equipadas, aviones de caza que sobrevolarán el espacio aéreo en el que se encontraba Obama, con el fin de proporcionarle protección las 24 horas, más otros dispositivos de seguridad e inteligencia.
Sin embargo, el adverso volumen publicitario de esta primera gira africana del presidente de Estados Unidos, no logró ocultar sus propósitos de tratar de borrar la decepción que comenzó a sentirse en el continente con respecto al incumplimiento de sus promesas, y los de dar continuidad al nuevo diseño de los intereses geopolíticos y estratégicos trazados por sus antecesores en la Casa Blanca, Bill Clinton y George W. Bush, para el África Subsahariana.
De ellos se derivaron las modificaciones y variantes de los proyectos que venían ejecutándose en el continente africano, como el programa de asesoramiento militar que a partir a partir del año 2002 comenzó a ser denominado Operaciones de Contingencia, Entrenamiento y Asistencia y los cambios efectuados en el Acta de Crecimiento y Oportunidad para África (AGOA II).
A partir de entonces África transitó de un tema de importancia en la agenda exterior de Estados Unidos a una prioridad de Estrategia para su Seguridad Nacional.
La vigencia de estos presupuestos viajó en el portafolio de Obama, porque comportan los intereses inversionistas de las grandes compañías petroleras norteamericanas, el incremento de la influencia política de Washington en la región, y el reforzamiento de su presencia militar, entre otros.
Sin embargo, y a pesar de las renovadas promesas del jefe de Estado norteamericano, las airadas protestas populares contra su política exterior calificada de “arrogante, agresiva y represiva”, con las que fue recibido en Sudáfrica, inicio de su gira, se encargaron de demostrarle que en su fugaz tour no iba a lograr sus objetivos en un continente abierto hoy a otras opciones, y con tanta desconfianza sobre los verdaderos propósitos del representante de la mayor de las potencias imperialistas.