El disgusto y hasta el dramatismo de la situación que plantea la lectora Lourdes Ravelo se equipara con su sentido del humor, cuando hace unos días, en el quinto correo que nos envió, expresa lapidariamente: “Quizás un día de aguaceros moriré arrastrada por las aguas como el final de Cien años de soledad. Final mágico. No está tan mal”.
Y es que su reiterada queja, que pasa de los dos meses, se relaciona con las inundaciones que ocurren en el área del municipio de Playa donde reside, en 5ta. Avenida entre 8 y 10, Miramar.
“Allí vivo desde hace 57 años, de ellos los primeros 15 fueron una maravilla porque ni con varios huracanes, hasta el fuerte llamado Alma, de junio de 1966, hubo la más mínima inundación”. Esta realidad cambió seis años después. “Hasta una llovizna se ha convertido en un sufrimiento para todos los que vivimos en esta zona”, e ilustra que las calles devienen mares hasta con olas.
Lourdes no ha quedado de manos cruzadas. Refiere sus insistentes llamadas telefónicas a la empresa Aguas de La Habana. En el año 2012 comunicó con el programa Libre acceso, del Canal Habana, y dio sus quejas, aprovechando que estaban los funcionarios de esa entidad.
Las respuestas en aquella ocasión versaron acerca de la complejidad de los trabajos necesarios de acometer, por el tipo de obra y su localización, en una vía expedita; y la falta de recursos.
Ella se cuestiona las afirmaciones de que la 5ta. Avenida tiene un chequeo sistemático, porque pasan los años y lo único que se hace es extraer tierra de las alcantarillas, lo cual no resulta ni siquiera un paliativo, porque al primer aguacero vuelven las inundaciones.
Con ellas ocurre otro problema, pues el agua de lluvia se mezcla con la de las fosas, porque en esa zona no hay alcantarillado. Y en este punto también manifiesta su inconformidad: dice que desde hace tres años reportaron el mal estado de las fosas vinculadas a su edificio “y por mucho que hemos insistido, nunca han venido”, asevera.
Aclaramos que los problemas de drenaje pluvial no son privativos del área de residencia de esta lectora, al contrario, son una complicación en numerosos puntos de La Habana y un verdadero dolor de cabeza para quienes deben resolverlos.