No quiero detenerme en conjugar bien las ideas, a él no le hubiera interesado. Me duele, me duele mucho saber de su muerte, de que al menos ya no te tendremos físicamente Santiago Apóstol, de esa forma santiaguera de hacer Teatro de Relaciones.
Decir tú nombre y el del Cabildo Santiago o el de Guantánamo es la misma cosa; decir tu nombre y recordar al Cheíto León de El hombre de Maisinicu, al Tomás de Plaff o el de tantos personajes del cine cubano. En tu último personaje, en la novela actual, basta un silbatazo, para que demuestres tu histrionismo. Raúl Pomares, ha muerto.
Lo conocí a finales de los ochenta cuando salía de la adolescencia y me acercaba, más por embullo que por conocimiento a la radio y al teatro en mi Santiago natal. Mi última larga conversación con él cuando se le entregó La Fama, estatuilla símbolo de la ciudad de Guantánamo, que le fuera otorgada por su contribución al desarrollo cultural de este territorio.
Con el conocimiento de su obra lo fui admirando. Entre 1996 y 1997, cuando por el azar concurrente del destino, coincidimos en el poblado histórico de Uvero, en la Sierra Maestra, aprendí a quererlo. Un proyecto cultural nos unión alrededor de la Leyenda del Pájaro de la Bruja, una extraña ave no vista nunca y que muchos pobladores aseguran escuchar en las noches.
Hace poco más de un año en un viaje a la Habana lo vi por última vez, ya se sabía enfermo pero su gracia nos hacía apartar cualquier preocupación por su estado de salud. Como de hijo a padre lo abrasé duro, muy duro, mientras me decía jaranero “por ahí nos vemos”. Así lo abrazo hoy esté donde esté. Pomares.