El 31 de diciembre es siempre un día especial por la despedida de un año que termina y las ilusiones, expectativas y sueños que la llegada del nuevo despierta; sin embargo, en 1958 el Departamento de Estado de Estados Unidos estuvo bastante atareado con la situación de Cuba, por lo que fue una despedida diferente. A las 4 de la tarde estaban reunidos en la oficina del secretario de Estado para analizar un solo asunto: Cuba.
El desarrollo de la situación revolucionaria en la Isla había alcanzado tal fuerza que se percibía la llegada del momento crítico, climático, que abriría el cambio de manera inevitable, de ahí que el problema para los grupos de poder externos e internos se planteara con toda urgencia: había que empujar el cambio en la dirección que no pusiera en peligro el sistema. Esto explica las abundantes reuniones y encuentros en la Embajada estadounidense en La Habana, durante el último mes del año, con la presencia de figuras políticas de la oposición y del gobierno, así como jefes militares y otros que estaban buscando en aquel sitio la solución, con la convicción de que esta pasaba por la salida de Fulgencio Batista del gobierno.
En diciembre, el Departamento de Estado norteño había dado algunos pasos para la búsqueda de salidas a la situación cubana. El telegrama circular del día 8, enviado a sus misiones diplomáticas en el continente, es una muestra clara de la percepción que tenía sobre aquel momento: el gobierno de Washington había observado “el deterioro de la situación cubana con creciente preocupación”, decía el documento, y después de afirmar que Estados Unidos había mantenido la política de no intervención, instruía que se indagara la reacción de los países del continente y si había algún sentimiento de “responsabilidad hemisférica”, aunque con mucho cuidado y sin ofrecer información acerca de los planes de Estados Unidos.[1] En diciembre, por tanto, ante la gravedad de los acontecimientos en Cuba, fueron frecuentes los informes y las reuniones al más alto nivel en el país norteño acerca de ello.
Entre los momentos más significativos de aquel mes final, se encuentran las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional de diciembre 18 y diciembre 23 en las que se analizó el tema cubano. En la primera, el director de la CIA, Allen Dulles, habló del “continuado deterioro” y afirmó que la Comunidad de Inteligencia creía que Batista sería incapaz de mantenerse “y Castro probablemente emergería victorioso” en la “guerra civil”, ante lo cual planteaba que una junta militar con garantía de prontas elecciones podía cambiar el rumbo. Dulles habló de “situación crítica.”[2] Si bien este tema se discutió entonces, en la reunión del día 23 el asunto se tornó de mayor urgencia, cuando el jefe de la CIA dijo que la situación en Cuba “estaba empeorando” y que la toma del poder por Fidel Castro significaría que los comunistas participarían en el gobierno, asunto sobre el que se volvía con frecuencia dentro del lenguaje de la guerra fría que imperaba entonces. En esa reunión, el presidente Eisenhower habló de la esperanza en una tercera fuerza que se fortaleciera y ganara en influencia si fuera organizada en torno a un hombre capaz, provisto con dinero y armas.[3]
El 31 de diciembre, a las 4 de la tarde, se produjo la citada reunión en la oficina del subsecretario de Estado, Herter, para tratar el tema Cuba. Evidentemente, había una real alarma en los grupos de toma de decisiones de Estados Unidos pues ese último día del año se reunieron, además de Herter, el secretario de Estado adjunto para asuntos interamericanos, Roy Rubottom, y el comisionado para asuntos políticos, Robert Murphy, por el Departamento de Estado; Gordon Gray, asesor de Seguridad Nacional; John Irwing y Robert H. Knigth, por el Departamento de Defensa; el almirante Arleigh Burke, del Estado Mayor Conjunto; el general Cabell y J. C. Kimg, por la CIA y el contralmirante A. S. Hayward Jr., por el Departamento naval.[4] Esta composición denota la importancia que se atribuía al asunto convocado.
Rubottom informó ese último día del año sobre su reunión anterior con un grupo de senadores, en la cual dijo que se estaba buscando una acción de la OEA en Cuba, lo que había tenido buena acogida en todos los países, excepto México. Allí se había hablado de los antecedentes de Raúl Castro y Che Guevara y del último se dijo que era un buen combatiente y un organizador comunista, asunto que se consideró y luego se opinó sobre quienes respaldaban a Castro y si era o no posible calificar a su movimiento de comunista, en lo que hasta se mencionó la posible presencia o dirección de Juan Marinello. Sin duda, el delirio de la guerra fría se adueñaba de algunos de los participantes.
Otro tópico tratado el día de fin de año fue si, como había dicho Eisenhower en la reunión anterior del Consejo de Seguridad Nacional, era cierto que el gobierno estadounidense estaba unido contra Castro, en lo que se planteó que se había tratado de que Batista reconociera que no podía derrotar a Castro, pero que una tercera fuerza política podría hacerlo políticamente. Se habló de si la actitud de Estados Unidos había empujado a Batista al fracaso, lo que se negó pues, según Rubottom, Batista había tenido apoyo de equipamiento militar y no había logrado terminar con las fuerzas de Castro, ni aún cuando fueron solo doce individuos, que el desempeño de Batista y sus fuerzas había sido desafortunado y los rebeldes habían obtenido las armas del ejército cubano, además, el Departamento de Estado había considerado el apoyo a un grupo en Las Villas que inicialmente tenía conexión con el ex presidente Prío. Esto dio paso a retomar la idea de una tercera fuerza cuando Herter preguntó si había armas para dar a un hombre fuerte o un movimiento fuerte, pero la discusión versó sobre el problema de identificar primero a ese hombre fuerte desconocido todavía. Se insistió sobre la necesidad de encontrar esa tercera fuerza.
Otro asunto llamó la atención de los reunidos el 31 de diciembre: la familia de Batista había salido hacia Nueva York, lo que era un síntoma de lo que se avecinaba, de ahí que se insistiera en la identificación de una posible tercera fuerza y se detuvieron en el caso de Las Villas. El centro de la cuestión era impedir la toma del poder por “las fuerzas de Castro”, lo que se enlazaba con la “amenaza comunista”.
Según expresó Herter al finalizar la reunión, el propósito había sido discutir la situación cubana en general, cambiar ideas y asegurarse que cada cual estaba trabajando en las mismas líneas y conocía lo que estaba haciendo cada uno. Cuando se estaban dispersando llegó la información del embajador en La Habana, Earl T. Smith, acerca de que Batista dejaría el poder y el presidente del Senado llamaría a una junta a gobernar, por lo que preguntaba qué individuos deseaba el Departamento de Estado que formaran parte de ese cuerpo. Se discutió entonces si Castro debía ser un miembro de la junta. La conclusión general fue que, debido a su poder, debía ser miembro de ella. Se dijo que Batista tenía un avión listo y probablemente iría a República Dominicana, también se estimó que este dejaría el país en 48 horas.
El Departamento de Estado envió esa noche un telegrama a su Embajada en Cuba con una extensa consideración de la política seguida por Estados Unidos ante la situación cubana, para señalar que el gobierno cubano “podía obtener todavía colaboración de elementos respetables y de influencia representantes de los sectores de mayoría nacional” para una solución política “constructiva aceptable al pueblo de Cuba, facilitando la transición ordenadamente”.
Si bien en estos documentos existen líneas no desclasificadas, ellos evidencian la percepción estadounidense acerca de la situación cubana al finalizar el año 1958 y, sobre todo, el tratamiento que se daba a Cuba como país clientelar. Se preguntaba, entre otras cosas, si Fidel Castro debía estar o no en la junta que se preparaba ante la precipitación de los sucesos. No se quería al líder rebelde, pero tampoco se le podía ignorar y Estados Unidos actuaba como gran poder decisor en los asuntos cubanos, solo que en menos de 24 horas la solución quedaría en las manos de los cubanos y del liderazgo rebelde.
[1] Foreign Relations of the United States, 1958-1960. Vol. IV. Cuba. United States Government Printing Office, Washington, 1991, pp. 279-281.
[2] Ibíd., p. 300.
[3] Ibíd., pp. 300-303.
[4] Todas las citas de los asuntos de esta reunión están en Ibíd., pp. 323-329.
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Profesora titular